viernes, 28 de junio de 2019

SOLEMNIDAD DEL CORAZÓN DE JESÚS



EL CORAZÓN SAGRADO DEL BUEN PASTOR



Queridos hermanos en el Corazón de Cristo:

Estamos celebrando hoy la Solemnidad del Corazón de Jesús. Los textos que la liturgia ha dispuesto para hoy nos presentan la imagen, ya muy conocida, de Jesús, buen Pastor. Sin embargo, en el contexto que impone esta fiesta a estas lecturas podemos decir que la liturgia nos invita a entrar hoy a lo profundo del Corazón Sagrado del Buen Pastor. En esta celebración quisiéramos, amadísimos hermanos, repetir la experiencia que el Beato Padre Hoyos viviera en 1733 y que él mismo cuenta: “Quedó mi corazón como quien ha en­tra­do en un baño o lejía fuerte, que deja consumida en sus aguas toda la escoria de que antes se miraba cubierto”.

Hoy nosotros, fieles devotos del Corazón de Cristo, también entramos en su corazón sagrado para ser purificado por el fuego de sus ardientes llamas de caridad. La escoria de nuestro mal y de nuestro pecado, queda diluida y sanada por la potencia de su gracia que se desprende de tan amantísimo corazón. 


En la lectura del profeta Ezequiel, hemos escuchado de los labios de Dios su empeño personal de ir a buscar a todo su rebaño sin distinción para atraerlo a los apriscos de vida. Esto nos enseña que el Corazón de Cristo no esta cerrado a un rebaño asegurado, sino que tiene ansias de aumentar su grey. Por eso, ha querido revelarse tantas veces a los hombres: para que todos le conozcan y puedan gustar sus verdes pastos eucarísticos. Es un corazón que se ensancha infinitamente hasta alcanzar al último pecador de la tierra. Podríamos decir que el Corazón de Jesús es un corazón misionero, ansioso de almas y de ser conocido. Así se lo comunicó al P. Hoyos: “Quiero, por tu medio, extender la devoción a mi Co­ra­zón en toda España”, y quien dice España dice el mundo entero.


Quienes se dicen devotos del Corazón de Cristo no pueden por menos que embarcarse en esta aventura apostólica que es la de dar a conocer “el Corazón que tanto ha amado a los hombres, y en cambio, de la mayor parte de los hombres no recibe nada más que ingratitud, irreverencia y desprecio, en este sacramento de amor”. Así, con estas palabras se dio a conocer a Santa Margarita María de Alacoque. 

Con el profeta Ezequiel podríamos decir que es el Corazón que ha amado tanto a los hombres que sale en su busca a todos los lugares por donde están dispersos. Es el Corazón que tanto ha amado a los hombres que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta de su conducta y viva (cf. Ez 33,11). Este Corazón se convierte, de algún modo, en aquella tierra que la bondad divina preparó para los pobres pecadores.


Es un Pastor que no ha dudo en dar su vida en rescate por sus ovejas, peleando virilmente contra el peor de los lobos que atacan a su rebaño, el demonio. El corazón del Buen Pastor no dudó, ni por un instante, en derramar su sangre y entregar su cuerpo, incluso por el mas miserable e ingrato de los pecadores. Pues a todos ama con amor de predilección.

Quien se entrega a su Divino Corazón, experimente – como relata el P. Hoyos -: “un ex­traor­dinario mo­vi­mien­to, fuerte, suave y nada arrebatado ni impetuoso, con el cual me fui luego al punto delante del Señor Sa­cra­men­tado a ofre­cer­me a su Corazón, para cooperar cuanto pudiese, a lo me­nos con ora­ciones, a la extensión de su culto”. Así, los frutos de la devoción al Corazón de Cristo son tres: adoración a Jesús sacramentado, apostolado y ansias de amor y reparación.

El primer fruto: la adoración a Jesús sacramentado. Porque en el Augusto Sacramento del altar esta palpitando y latiendo con fuerza, el Corazón vivo de Jesucristo. Si decimos con verdad que la Eucaristía es el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Cristo, no podemos obviar que el corazón forma parte del cuero, bombea la sangre, es residencia del alma y permite el íntimo diálogo con la divinidad. De este modo, al adorar con profunda reverencia y contemplación la Hostia Santa, estamos entrando en lo más íntimo de su Divino Corazón.


El segundo fruto: el apostolado. Consiste en dar a conocer a todos la Buena Nueva del Evangelio. El apostolado es siempre de persona a persona, de tú a tú, sin pretender más ni otra cosa distinta a que Jesucristo sea conocido por todos, que conocido sea amado por las almas y que amado sea seguido, venerado y querido por todos. Este es nuestro gran empeño: como sus devotos fieles no podemos claudicar de vivir la fe en coherencia con la tradición y la verdad que hemos recibido.  

El tercer fruto: tener ansías de amor y reparación a Jesucristo. Son muchos los pecados y blasfemias que ofenden el Corazón sacratísimo del Señor. Muchas las ovejas que se descarrían y pierden por caminos tortuosos que conducen a la muerte. El Corazón de Jesús se llena de penas y amarguras ante estas situaciones. San Gregorio de Nisa decía que “si Dios es la vida, el que no ve a Dios no ve la vida”. Y es cierto, queridos hermanos, que ahora no vemos a Dios y que por tanto esto que vivimos nos es la vida verdadera, sino un camino para poder ver a Dios, y por ende, ver la vida verdadera. En este sentido, la reparación y la expiación por nuestros pecados y los del mundo entero tienen como motor y como fin aliviar y consolar el Corazón de Dios para disfrutar un día de su visión, y así, de su vida verdadera.


Esta, hermanos, es la grandeza de la Solemnidad que celebramos hoy: que Dios nos ha abierto la intimidad de su Corazón para que ninguno se pierda sino que tenga vida en abundancia. Estos son los proyectos de su corazón de edad en edad: reanimar a sus hijos en tiempos de hambre espiritual y librar sus vidas de la muerte eterna. La gran promesa que hiciera al P. Hoyos sigue vigente en los tiempos que corren: “Reinaré en España, y con más veneración que en otras muchas partes”. Así quiere reinar Nuestro Señor Jesucristo: por el amor. Su reino no es de este mundo ni con los criterios de este mundo lleno de falsedad, corrupción y mentira. No. Su reinado es por el amor y nada más que por el amor. Su reino es una fraternidad universal, esto es, la Iglesia, como nos decía el profeta Ezequiel. Su reino es un amor de entrega por los ingratos y pecadores, como nos recordó san Pablo. En definitiva, amados hermanos, su reino es su mismo corazón de buen pastor que sale siempre a buscarnos y no cesará en su empeño hasta reunirnos en un solo redil en la gloria eterna, donde vive con la Virgen y los Santos, reinando en el universo con amor providencial por los siglos de los siglos. Amén. Así sea.





P.D. Con esta homilía ponemos punto y final a este blog para emprender otros proyectos. Un saludo y gracias por vuestra lectura y seguimiento.

sábado, 8 de junio de 2019

ES PENTECOSTÉS


HOMILÍA EN LA SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS


Queridos hermanos en el Señor:

            Llegamos hoy al final de la cincuentena de Pascua. Han sido unos días preciosos en que el Resucitado nos ha regalado su presencia entre nosotros. Le hemos podido tocar con santo Tomás, caminar hacia Emaús mientras su compañía encendía nuestro corazón, almorzar con Él junto al lago de Tiberiades; hemos escuchado sus últimas enseñanzas y disposiciones, y al recibir su última bendición, nos pidió que aguardásemos la venida del Paráclito. Y así lo hemos hecho. Hemos esperado e invocado pacientemente al Espíritu Santo hasta este gran día en que el cielo vuelve a abrirse para darnos esta bendición increada.

            Como aquellos doce, también nosotros hoy somos privilegiados receptores de la gracia septiforme que nos capacita para confesar que Jesús es el Señor y, de este modo, nos hace ser cristianos convencidos y convincentes. El lenguaje universal que todos entienden es el que da la fe. Se puede ser de una u otra nacionalidad, raza, lengua o país, pero la fe rompe todos los muros y traspasa las fronteras, y, de este modo, nos une a todos en un solo corazón y en una sola alma formando así un único pueblo que tiene una misma fe, un mismo Señor, un mismo bautismo y una misma ley en el amor. 


            Pentecostés es el tiempo de la Iglesia. Pentecostés hace la Iglesia. Pentecostés es todos los días de nuestra vida porque el Espíritu Santo no deja de soplar sobre su Pueblo dándole la paz de Jesucristo y fortaleciendo el testimonio de sus hijos. Pentecostés realiza la verdad de los sacramentos y da eficacia a la liturgia de la Iglesia. Pentecostés es el alma de la caridad y de la misión de la Iglesia. Todo cuanto en la Iglesia vive y late tiene su fondo y su alma en la acción del Espíritu Santo. Por eso, hermanos, es tan importante la solemnidad que celebramos hoy. No es que Pentecostés sea el origen de la Iglesia, pues bien sabemos que ésta responde al deseo original de Dios, truncado por el Pecado Original pero restaurado por el misterio Pascual de Jesucristo. En clara línea de continuidad con la historia de la Salvación, el Espíritu Santo es garantía de presencia perenne y activa de las maravillas de Dios hechas por los hombres, o dicho de otra manera: el Espíritu Santo hace posible que la Iglesia viva en el eterno presente de Dios.

            Así pues, queridos hermanos, celebrar Pentecostés es, por tanto, saborear, de nuevo, las maravillas de Dios. Es saborear la novedad de lo sagrado, la perenne actualidad de la Palabra revelada. Pentecostés, fiesta del Espíritu Santo, fiesta de la cristiandad que, otra vez, se renueva en su fondo y en su forma. Vivamos esta fiesta con el corazón abierto completamente para recibir, de nuevo, la gracia del Paráclito: los siete dones y los doce frutos que el Espíritu Santo siembra en él. Demos gracias, hermanos, por tanto bien y por tanta gracia inmerecida. Así sea.