lunes, 30 de enero de 2017

"MONAGUILLOS PILLOS"



El pasado sábado 28 de enero, memoria de santo Tomás de Aquino, se celebró en el seminario diocesano de Plasencia, mi diócesis, el primer encuentro diocesano de monaguillos enmarcado en el plan vocacional “Tiempo de bregar”. Fue una jornada preciosa aunque con poca participación (esperamos que en el futuro vaya aumentando).

A las 11h comenzó el encuentro con el juego “la alegría de la fe” en que participaron los monaguillos, por grupos, con gran éxito en sus respuestas. A las 12h hicimos una visita guiada a la catedral para conocer dos cosas importantes: la catedra del obispo y a nuestros patronos diocesanos: san Fulgencio y santa Florentina. A las 13h hicimos un último juego sobre los objetos y ornamentos litúrgicos para, a continuación, dar inicio a la celebración de la santa misa. La Eucaristía fue presidida por el rector del seminario, concelebrada por los sacerdotes asistentes y animada  litúrgicamente por los seminaristas. Tras la santa misa tuvimos la comida y tras unos juegos deportivos volvimos para casa.

Qué frescura y pureza desprendían aquellos niños que cada domingo acuden a servir al Señor. Qué limpieza y candor rezumaban las caras inocentes de aquellos que dominicalmente actúan cual querubines en la presencia de Dios. Desde tiempos antiguos ya quiso Dios que los niños estuvieran cerca de Él y le sirvieran en su templo. Recordemos el caso del niño Samuel, que fue donado por su madre Ana para que viviera en el templo bajo la autoridad del sacerdote Elí (cf. 1Sam 3, 1-10). El mismo Jesucristo dijo: “dejad que los niños se acerquen a mi” (cf. Mc 10,14) y comparó la fe verdadera con la inocencia de un niño que se admira y se pregunta por todo. No debemos olvidar qué grandeza de espíritu y ánimo heroico mostraron aquellos niños que dieron testimonio de Jesús a costa de su propia vida: san Tarsicio, los santos niños Justo y Pastor, santa Lucia, santa Inés, santa Eulalia de Mérida o san José Sánchez del Rio.

El Bendicional (B) es un libro litúrgico donde se recogen todos los formularios que se han de usar para impartir la bendición a objetos, personas o lugares tanto del ámbito sagrado como profano. El formulario para la bendición de un acólito (monaguillo) no instituido (B I,V ) nos ofrece unos rasgos de estos “pillos” que corretean por nuestras iglesias. La oración de bendición (B 422) destaca la “bondad y alegría” de los niños que adornan y animan nuestras comunidades. Pero estas deben ser una bondad y alegría que vaya más allá de la pura exterioridad; han de ser una bondad y alegría trascendental, es decir, referida a Dios. A nuestros monaguillos les ha de venir de su contacto con el altar, de su cercanía con el misterio de Cristo, por eso, esta misma oración dice que la alegría y la bondad de los monaguillos contribuyen “a revelar la grandeza del misterio pascual de tu Hijo”.  

Estas vidas infantiles son muy agradables a Dios, la alegría de su santo templo tal como se decía en aquella antigua oración a los pies del altar "Introibo ad altare Dei/ Ad Deum qui laetificat iuventutem meam" (me acercaré al altar de Dios, al Dios que alegra mi juventud). La monición del rito de bendición de un acólito (B 414) lo expresa con gran belleza: “cada día de vuestra vida que transcurre en la fidelidad al Señor es una ofrenda agradable a sus ojos”. Los monaguillos deben aprender a vivir su vida como “ofrenda agradable”, es decir, una vida que gire en torno a Dios, una vida llena del amor de Dios. Para ello, es indispensable que tengan contacto directo con los misterios a los que sirven; que sientan a Jesús como alguien cercano que interpela sus vidas.

El monaguillo, por su ministerio, es el fiel más cercano al altar. De ahí que tenga que ser instruido en el camino de la santidad y la pureza (B 425). Santidad y pureza van de la mano en los niños porque tienen su raíz en la inocencia y la sinceridad de pensamientos y palabras de estos. Todo parte del grado de confianza que hayan adquirido con su sacerdote. Es importante, en este sentido, la dirección espiritual, la catequesis propia de monaguillos y, sobre todo, la pedagogía mistagógica.
¿Qué es la pedagogía mistagógica? Hacerles descubrir lo oculto bajo el velo de lo sacramental, esto es, a Cristo mismo presente en el ministro, en las especies eucarísticas, en los sacramentos, en su Palabra, en la Iglesia que suplica y entona salmos (cf. SC 7). Porque en la medida que uno va tomando conciencia de cuán grande es el misterio al que se sirve y del que se participa, mayor será la reverencia y la pureza con que queramos acercarnos a él. Y ahí es donde hay que conducir a nuestros hermosos "pillos": a descubrir el misterio que se oculta bajo una casulla, una estola, un cáliz, un corporal, el pan o el vino.

Es precioso, pues, a los ojos del Señor tener monaguillos alrededor del altar. Monaguillos “pillos” que le amen y le sirvan. Niños amigos de Jesús. Niños llenos de bondad y alegría, de santidad y pureza por su contacto con el altar y los misterios que en él se celebran. Que alegría y que belleza ver los presbiterios de nuestros templos diocesanos copados de monaguillos, sus altares asistidos por ellos. Los monaguillos son cantera de vocaciones por eso hemos de cuidarlos y rezar por ellos. Los monaguillos son esperanza y germen de la Iglesia de mañana, son un don de Dios. Confiemos a María santísima a nuestros queridos “pillos” para que ella los cobije bajo su manto y los una cada día más a su hijo, Jesús.
Oh Dios, que has enviado al mundo a Jesucristo, tu Hijo, para salvar a los hombres, bendice a estos hijos tuyos que hoy se presentan ante ti, para que los hagas dignos de servir en el altar, y contribuyan, con su bondad y alegría, a revelar la grandeza del misterio pascual de tu Hijo. Que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén”.

sábado, 28 de enero de 2017

DICHOSOS LOS POBRES EN EL ESPÍRITU


HOMILÍA DEL IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


Queridos hermanos en el Señor:

            Siguiendo la lectura continuada del Evangelio según san Mateo que nos propone este ciclo A, este domingo contemplamos al Señor en lo alto de la montaña, pronunciando el primero de los cinco discursos en que está estructurada la predicación de Jesús en el Evangelio de Mateo.

            Dios no habla nunca en el vacío sino que su palabra va siempre dirigida a una persona o a un grupo en concreto. En este caso, el oráculo de Sofonías va dirigido al pueblo de Israel, un pueblo humilde y oprimido que debe buscar a su Dios, el único que puede hacerle justicia; es un pueblo que vive su fidelidad a la alianza cumpliendo los mandamientos. En definitiva, es un pueblo pobre y humilde que ha puesto su esperanza sólo en Dios.

            El nuevo Israel que nos presenta san Pablo en su primera carta a los corintios sigue las mismas características que el anterior: la Iglesia de Cristo es una comunidad débil y frágil cuya única gloria es su Señor Jesucristo, "sabiduría, justicia, santificación y redención".

            A este doble Israel de los pobres, los anawim, van dirigidas hoy las palabras del Señor, que nos han llegado a nosotros como “bienaventuranzas”. Una bienaventuranza es una exclamación de felicidad, que recoge un estado real de felicidad, y que comienza con el término hebreo “asre” o el griego “makarioi”. Las bienaventuranzas se encuentran tanto en el evangelio de Lucas (cuatro) como en el de Mateo (ocho). No es el lugar este para hacer una reseña de sus convergencias y divergencias, tampoco tengo capacidad para ello; solo quiero constatar este hecho para hacer ver que es una tradición recogida por la fuente en común de los sinópticos, la llamada fuente Q.

            Es interesante detenernos brevemente en el marco de la narración: Cristo esta en la montaña. La montaña en la Sagrada Escritura es un lugar teológico, donde está Dios, donde habla Dios y donde Dios da su ley. La montaña es un lugar sagrado por excelencia. Allí Dios entregó las tablas de la ley a Moisés del mismo modo que Cristo promulgará su nueva ley que son las bienaventuranzas.

            Las bienaventuranzas son la carta de ciudadanía del Reino de Dios, del nuevo pueblo de Dios surgido en la Pascua de Cristo. Las bienaventuranzas tiene por sujeto y destinatario a Cristo, Él es la bienaventuranza suprema y el gran bienaventurado. Él presenta, al inicio de su ministerio público, el programa que marcará toda su predicación: dar consuelo, ejercer la misericordia, trabajar por la paz; Él será consuelo para los que lloran, visión de Dios, quien sacie el hambre y la sed de la justicia a los pobres,… Pero las bienaventuranzas solo pueden ser vividas en esperanza, pues su recompensa es escatológica, es decir, solo se alcanza en el Reino de Dios, según se desprende de los verbos en futuro.  

            Las bienaventuranzas tienen su correspondencia con el salmo responsorial que hemos escuchado:

Dichosos los pobres en el espíritu porque de ellos es el reino de los cielos
Sustenta al huérfano y a la viuda” Porque Dios es un rey a imagen de los reyes orientales que debían proteger a los más débiles del reino.
Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados
Él hace justicia a los oprimidos” los que lloran son los que ven y experimentan el mal del mundo
Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra
Él da pan a los hambrientos” en clara correspondencia con el salmo 37,11 que profetiza que los mansos poseerán la tierra. Los sufridos son aquellos que carecen de lo esencial para vivir.
Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados
El Señor ama a los justos” porque casi siempre son aquellos a los que defrauda la misma justicia.
Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia
El Señor endereza a los que ya se doblan”. Y se han doblado porque han gastado sus vidas y sus fuerzas en practicar las obras de misericordia.
Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios
El Señor abre los ojos al ciego” a aquellos que han oscurecido la imagen de Dios en ellos; a aquellos que han apagado la luz del Creador distorsionando su imagen en él.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios
El Señor guarda a los peregrinos” peregrinos que buscan la paz y abren caminos para ella.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia porque de ellos es el reino de los cielos
El Señor liberta a los cautivos” a los que por perseguir la Verdad han sido perseguidos por las sombras del error y la mentira.



            Quizá de todas ellas, la última bienaventuranza sea la más actual y la más difícil de vivir. Ser bienaventurados en la persecución, en el desprecio por mantener el testimonio de Cristo es la mayor gloria que un cristiano puede tener. El martirio es el supremo testimonio de la fe; el mayor don que Dios puede concedernos. Decía Tertuliano que la sangre de los mártires se semilla de cristianos; por eso no debemos tener miedo en esta hora de la historia a dar testimonio del Evangelio, no temer a decir que creemos en Jesús, que amamos a Dios, que somos católicos.

Porque las potencias oscuras que atenazan nuestra vida cristiana no son nada comparado con la gloria que nos aguarda en la eternidad. Porque las presiones de los lobys que tienen conquistada esta sociedad decadente no son nada comparado con la vida eterna a la que hemos sido llamados. Porque por mucho que se empeñen los poderes de este mundo y, por muy terribles que sean los tribunales humanos, son paja que arrebata el viento en comparación con la presencia de Dios y el tribunal supremo de Cristo, Señor y juez de la historia.

No olvidemos que nuestra verdadera patria está en los cielos (cf. Flp 3,20) y que allí es a donde nos dirigimos, allí donde se cumplen las bienaventuranzas, allí donde se recompensarán los sufrimientos de esta vida. Allí nos será desvelada la Verdad y el sentido de esta vida. A nosotros, mientras tanto, solo nos queda esperar y aguardar la manifestación de Cristo.

Bienaventurados, pues, seremos si mantenemos la esperanza en Dios hasta el final de la vida; bienaventurado si morimos con el nombre de Jesús en los labios. Bienaventurados si vivimos las bienaventuranzas sabiendo que cada obra buena hecha a un prójimo en realidad se la hemos hecho al mismo Señor.



Dios te bendiga

viernes, 27 de enero de 2017

DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO



Con el fin de prepararnos mejor para la celebración de este domingo ofrecemos el formulario oracional (eucológico) de la misa correspondiente. Ha sido íntegramente tomado de la compilación veronense (s.V). No es un sacramentario en sentido estricto sino una colección de misas atribuidas a san León Magno aunque esto último no es muy probable.

Antífona de entrada

«Sálvanos, Señor Dios nuestro, reúnenos de entre los gentiles: daremos gracias de tu santo nombre, y alabarte será nuestra gloria». Esta antífona para el introito de la misa esta tomada del salmo 105 versículo 17. El salmista habla de parte del pueblo de Israel pidiendo la salvación: ésta consiste en congregar al pueblo que ha sido dispersado por toda la tierra; sólo tras esta congregación puede producirse la acción de gracias y la alabanza. Cada domingo la Iglesia es congregada de su dispersión para celebrar la Eucaristía, sacrificio de expiación y alabanza a gloria de Dios.

Oración Colecta

«Señor, concédenos amarte con todo el corazón y que nuestro amor se extienda también a todos los hombres. Por nuestro Señor Jesucristo». Esta breve pero densa oración está inspirada en Mt 22, 37-39 cuando Jesús es abordado por un doctor de la ley que le pregunta por el mandamiento más importante de la ley. Jesús pone en plano de igualdad ambas cosas: el amor a Dios y el amor al prójimo. También en la primera carta de san Juan se retoma este tema tachando de mentiroso a quien ama a Dios y aborrece a su prójimo (cf. 1Jn 4, 20-21). El amor no puede ser egoísta pues siempre busca abrirse a horizontes nuevos. En esta oración se recoge el eco del “Shemá” israelí (cf. Dt 6, 4-5).

Oración sobre las ofrendas

«Presentamos, Señor, estas ofrendas en tu altar como signo de nuestra servidumbre; concédenos que, al ser aceptadas por ti, se conviertan para tu pueblo en sacramento de vida y redención. Por Jesucristo nuestro Señor». Esta oración pivota en la siguiente trilogía verbal: “presentar-ser aceptadas-convertir”. El pueblo de Dios presenta ante el altar los dones del pan y del vino que han sido extraídos de la tierra y que fueron manufacturados por hombres y mujeres anónimos. Estos dones no se ofrecen como en los ritos paganos que ofrecían cosas a la divinidad; en el culto cristiano el pan y el vino no son fines en sí mismos sino la materia sacramental que por la fuerza del Espíritu Santo se transformarán en Jesucristo, auténtica y verdadera víctima ofrecida. Por eso, al presentar los dones, Dios los acepta con amabilidad y en virtud de su aceptación y la acción pneumática del mismo, son convertidos en sacramento de vida y redención.

Antífonas de comunión

«Haz brillar tu rostro sobre tu siervo, sálvame por tu misericordia, Señor, que no me avergüenzo de haberte invocado». Tomada del salmo 30 versículos 17-18. La Sagrada comunión es presencia real, sustancial y verdadera del Señor. Por este motivo, este salmo expresa el pensamiento espiritual del fiel al acercarse a comulgar: un corazón iluminado por la misericordia del Señor que se nos da en alimento.

«Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos los sufridos, porque ellos heredaran la tierra» tomada de Mt 5, 3-4. Cristo predicó las bienaventuranzas siendo la bienaventuranza máxima tenerle a Él. Esto es precisamente el fruto espiritual máximo de la comunión: Cristo presente en nuestros corazones por la participación en su cuerpo y en su sangre.  

Oración de pos-comunión

«Reanimados por estos dones de nuestra redención te suplicamos, Señor, que el pan de vida eterna nos haga crecer continuamente en la fe verdadera. Por Jesucristo nuestro Señor». La gracia que pedimos al recibir al Señor en comunión sacramental es la de crecer en la “fe verdadera”. El cuerpo y la sangre del Señor son calificados como “dones de nuestra redención”; compendiando así el aspecto cristológico de la fe: la fe auténtica se traba en la adhesión a Cristo, único Redentor.

Visión de conjunto

            Uno de los grandes males que aqueja a la sociedad de hoy es su falta de coherencia, es decir, la contradicción entre las palabras y los hechos. La liturgia de este domingo, presente en la Iglesia desde el s.V, nos recuerda que en la vida de los cristianos no puede haber contradicción entre el amor a Dios y el amor al prójimo.

            Cuando Dios creó al hombre y a la mujer los hizo a imagen y semejanza suya, es decir, llevamos en nosotros la impronta divina de la eternidad, lo que supone una semejanza, es decir, una vida de continua perfección hasta la configuración final con Él.  

Pero hay veces que, por la razón que sea, se distorsiona en nosotros la imagen de Dios plasmada en el hombre. Las críticas, las maledicencias, los chismes, las envidias, los rencores,… ejercen en nosotros una fuerza tal que nos hacen caer con facilidad en una especie de esquizofrenia espiritual que lleva, en primer lugar, al amor a Dios y desprecio del hombre para concluir en el desprecio del hombre y el aborrecimiento de Dios.

Así pues, amor a Dios y amor al prójimo no son cosas contradictorias ni complementarios, sino que van de la mano y son simultáneas; de tal modo que es imposible no amar al Uno sin amar a los otros. Solo desde esta caridad espiritual a Dios y al hombre podemos presentar nuestra ofrenda en el altar para que el amor de Dios, que es el Espíritu Santo, la haga fecunda y la convierta en sacramento de vida y redención.

La fe verdadera se basa, pues, en el amor verdadero; y el amor verdadero es un amor basado en la esperanza verdadera, es decir, la fe y la esperanza en Dios y el amor a Dios y al prójimo. Pero… ¿En qué medida vivo estas virtudes teologales? ¿Amo a Dios sobre todas las cosas? ¿Descubro la imagen de Dios en los prójimos? ¿Con qué frecuencia caigo en los pecados que difuminan la impronta divina en los prójimos? ¿Soy coherente con mi fe y mi vida?

Como ejercicio espiritual proponte este domingo presentar en el altar de Dios la ofrenda de tu vida. Pon en la patena a aquella o aquellas personas a las que te cuesta amar siempre y de verdad. Ofrece la misa por ellas y que Dios sane tu corazón.



Dios te bendiga

miércoles, 25 de enero de 2017

LITURGIA Y SEXUALIDAD


En la III edición del misal romano ha aparecido, en las misas por diversas necesidades, un formulario para la misa “Ad postulandam continentiam” ¿Qué es esto? Una misa para pedir la continencia. Alguno que otro ha dicho que “¿Por qué lo han puesto?”, “Ya estamos fijándonos en lo mismo de siempre”. Los puritanos y escrupulosos de siempre, que no quieren hablar de estas cosas bien porque es tema tabú para ellos o bien porque lo tienen tan manido que ya ni se inmutan, han puesto el grito en el cielo pero creo que debemos tener todos un debate y una reflexión serena y sin apasionamientos.

San Ignacio de Loyola en sus ejercicios espirituales siempre anima al ejercitante a demandar una gracia concreta. Aquí la Iglesia nos invita a demandar la gracia de la continencia. Y… ¿qué es la continencia? En palabras de san Juan Pablo II: «consiste en la capacidad de dominar, controlar y orientar los impulsos de carácter sexual (concupiscencia de la carne) y sus consecuencias, en la subjetividad psicosomática del hombre. Esta capacidad, en cuanto disposición constante de la voluntad, merece ser llamada virtud» (Audiencia general del 24 de abril del 1984).

Efectivamente, en un mundo y en una sociedad pansexual, donde desde distintos medios y situaciones no cesan de llegar mensajes con contenido erótico, cuando no pornográfico; la Iglesia ve la necesidad de pedir esta gracia del cielo, esta virtud olvidada y despreciada. Pero hagamos una lectura desde los mismos textos.

Oración colecta

            «Señor, enciende bondadosamente nuestros corazones con el fuego celestial del Espíritu Santo, para que te sirvamos con cuerpo casto y te agrademos con un corazón puro. Por nuestro Señor Jesucristo»: esta oración pertenece a la misma misa “ad postulandam continentiam” presente en el Missale Romanum de 1570 y en el Rituale Romanum de 1614 si bien es verdad que la primera parte ha sido modificada. Esta oración indica desde el inicio que la continencia es un fruto del Espíritu Santo. Y como gracia especial de este afecta a todo el hombre en su unidad psicosomática, es decir cuerpo y alma (corazón), esta oración hace concreta la acción del Espíritu en ambas: para el cuerpo se pide la castidad y para el corazón la pureza.  

Oración sobre las ofrendas

«Que te agraden nuestros dones, Señor, para que ayudados por tu perdón, los que te has dignado salvar por gracia podamos ofrecerte el sacrificio de alabanza, con plena libertad y puro corazón. Por Jesucristo, nuestro Señor»: esta oración también está tomada del Missale Romanum de 1570 con alguna modificación. La eucología de esta misa muestra un sano realismo antropológico, es decir, se reconoce la posibilidad, real, de que el hombre cae con frecuencia en el pecado contra la castidad, de ahí que necesitemos constantemente la ayuda del perdón y de la misericordia de Dios para levantarnos de las caídas y poder ofrecer constantemente el sacrificio de alabanza. Consecuencia de ese perdón es la libertad y la pureza del corazón. El perdón de Dios es un perdón liberador y restaurador del hombre.

Oración pos-comunión

            «Por los sacramentos que hemos recibido, Señor, florezca nuestro corazón y nuestro cuerpo con el vigor de la pureza y una nueva castidad, para que recibamos con limpio corazón lo que hemos tomado con nuestros labios. Por Jesucristo, nuestro Señor»: tomada también del formulario del Missale Romanum de 1570. Este texto pide que la comunión sacramental haga surgir en nosotros el fruto demandado en la colecta, es decir, el vigor de la pureza y de la nueva castidad.

Visión de conjunto

            Una serie de ideas atraviesan este formulario: 1. La ayuda de la gracia del perdón y del Espíritu Santo que lo posibilita y fructifica: no podemos olvidar que la continencia es fruto del Espíritu Santo y que cada vez que se atenta contra ella contamos con la misericordia divina que nos perdona y nos da un nuevo impulso y un nuevo vigor para vivirla. 2. La libertad humana: que siempre debe estar asistida por la gracia ya que ésta consiste en elegir siempre el bien. La continencia es signo de libertad humana en cuanto que supone el dominio de sí mismo y la posibilidad de caminar en la virtud y en el verdadero amor. 3. La castidad del cuerpo: san Pablo nos recuerda que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo (cf. 1Cor 6, 19; 2Cor 6,16) y por ese motivo hemos de cuidar de él y respetarlo. 4. La pureza del corazón: esta idea se está muy presente en la Escritura (Sal 50,4; Mt 5,8) y también en la liturgia (oración secreta al purificar el cáliz “Haz, Señor, que recibamos con un corazón limpio”).

            Es un formulario, como dijimos anteriormente, de un realismo craso. Bien sabe la Iglesia que el hombre se ve constantemente asediado por las pulsiones sexuales y los estímulos que le invitan a desistir de su empeño por mantenerse casto. Son muchos los modos y formas en que el corazón se ve manchado por la sensualidad humana y comienza a debilitarse poco a poco hasta caer en una espiral de satisfacción cortoplacista, perdiendo así su libertad y candidez. De ahí que el formulario de la misa apele desde el comienzo al “fuego celestial del Espíritu Santo” porque solo la gracia divina puede enderezar los corazones torcidos y las mentes corruptas. La comunión recibida en la santa misa tiene como uno de sus frutos prevenir las faltas contra la castidad y conservar la continencia, tal como lo dice una de las oraciones de acción de gracias después de la misa atribuida a santo Tomás de Aquino “Sit vitiorum meorum evacuatio, concupiscentiæ et libidinis exterminatio, caritatis et patientiæ, humilitatis et obedientiæ omniumque virtutem augmentatio” (sea evacuación de mis vicios, fin de la concupiscencia y liviandad, y aumento de caridad, paciencia, humildad, obediencia y de todas las virtudes).

Conclusión

            En conclusión, ¿es necesario este formulario hoy día? A esta pregunta no responderá directamente simplemente daremos algunos datos y ustedes juzguen si es o no necesario. Actualmente, el consumo de pornografía en internet es el que, con diferencia, es más elevado; la edad a la que comienza a consumirse la pornografía esta hoy a los 11 años, siendo la pornografía dura la que más se demanda.

            Hoy abundan en los medios los casos de abusos sexuales, siendo la pederastia el crimen más horrendo y nefando de cuantos se cometen en este campo; y lamentándolo mucho, ha habido hermanos presbiterios que han caído en esta lacra. Pero la pederastia no conoce límites; como obra del diablo, siempre busca las formas más terroríficas de manifestarse: en la escuela, en la propia familia, en los ambientes deportivos, etc.

            Es raro el día en que no nos despertamos con la noticia de algún caso de violación, de explotación de menores y turismo sexual con los mismos. Cada vez vemos con más naturalidad y sin ningún tipo de criterio moral las relaciones sexuales pre-matrimoniales, el reparto y fomento de anticonceptivos entre menores.

Hoy a los niños se les ha robado la inocencia de la infancia, la frescura de su niñez. La ideología de género se extiende rampante por nuestras escuelas y familias sin que nadie ose detenerla. Del mismo modo, el holocausto silencioso del aborto aún no encuentra quien le ponga límite.

Pero también es importante este formulario de misa para nosotros, los sacerdotes, que estamos, también, expuestos a todas las inclemencias que esta cultura pansexual nos ofrece. Cuántos hermanos han caído en estas sucias redes que no hacen sino ir socavando el celo pastoral de los mismos y caer en la concepción del sacerdocio como un “modus vivendi” y no como una verdadera vocación y un medio de santificación.

Así pues, es un acierto este formulario de misa para demandar la gracia de una continencia perfecta, de una castidad angélica y de una pureza fresca y vigorosa. Ojalá que acojamos con verdadero espíritu filial estos textos litúrgicos y los hagamos vida en nosotros.

Dios te bendiga

lunes, 23 de enero de 2017

ORATE FRATRES



¡Ay, Dios mío! Cuántas veces vamos a la Eucaristía y recitamos las oraciones como papagayos sin ser conscientes de lo que decimos. Uno de los casos más palmarios es la famosa oración “El Señor reciba de tus manos”, que solemos recitarla (o mejor dicho, musitarla) como quien tiene prisa por acabarla. En este artículo queremos hacer un breve comentario histórico-litúrgico y espiritual de esta oración para una mejor participación activa en la Santa Misa.

Para una mejor intelección de esta oración la dividiremos en dos partes: la que corresponde al ministro celebrante y la que corresponde a la asamblea celebrante.

1. «Orad, hermanos, para que este sacrificio mío y vuestro sea agradable a Dios Padre, Todopoderoso».

Desde antiguo fue considerada como la introducción a la oración secreta (la actual oración sobre las ofrendas) y por tanto del canon romano. La fórmula ha variado en unos sitios u otros. En un primer momento se dirigía a los ministros asistentes, en otros lugares se añadía “fratres et sorores”, es decir “hermanos y hermanas” extendiendo así la invitación a todo el pueblo congregado (circunstantes). El texto actual lo hallamos en el s. XII en los ordinarios italianos. He aquí un cuadro comparativo de las distintas redacciones:

Misal Romano de 1570
Misal lionés
Misal Cartujano
Misal Dominicano
Orad, hermanos, para que este sacrificio mío y vuestro sea agradable a Dios, Padre Todopoderoso
Orad por mi, hermanos, para que este sacrificio mío y vuestro sea agradable ante la faz de Dios
Orad, hermanos, por mi, que soy un pecador, ante el Señor Dios nuestro
Orad, hermanos, para que este sacrificio mío y vuestra sea agradable a Dios



Esta oración es la apología más antigua del conjunto de oraciones del ofertorio, pues ya aparece en el Breviarium de Juan Archicantor. Veamos los aspectos de esta exhortación, detenidamente:

Orad hermanos: el verbo en modo imperativo indica que estamos no ante una oración propiamente dicha, sino más bien ante una monición exhortativa. El sacerdote ruega para que se pida por él, que ha sido puesto al frente de la comunidad y en nombre de esta se presenta ante Dios. Se trata de unir sus fuerzas a las de la comunidad para la gran oración que se avecina. Esta exhortación hace sentir al ministro como parte de la asamblea y le hace tomar conciencia de su papel como mediador de la misma ante Dios.

“este sacrificio”: la monición nos sitúa ante el gran misterio que va a trabarse en el altar, la actualización incruenta del sacrificio de Cristo en la Cruz. Se ha conservado la doble vertiente que este concepto tiene hoy en la liturgia: 1. La misa como sacrificio y 2. El sacrificio del banquete pascual. El Cordero inmolado en el ara del altar es para refección de los fieles y aumento de gracia.

“mio y vuestro”: esta doble referencia a los actores del sacrificio expresa la teología de la doble participación del único sacrificio de Cristo: el sacerdocio bautismal y el sacerdocio ministerial. El Concilio IV de Letrán afirma: “Nemo potest conficere hoc sacramentum (Altaris) nisi sacerdos rite ordinatus” (DS 802); es decir, que nadie puede confeccionar el sacramento del altar si no es un sacerdote convenientemente ordenado, de ahí la especificación “mio” pero también el pueblo ofrece y participa del mismo, por eso la expresión “vuestro”. Es, en definitiva, una forma de expresar la fe de la Iglesia y la participación activa en la celebración.

“sea agradable”: en latín “fiat acceptabile” una expresión muy presente en la liturgia en diversas formas “acceptabile”, “acceptabilem”, “acceptabilemque”. Y que en este momento de la celebración está estrechamente relacionado con el Canon Romano, donde vuelve a pedirse que el Espíritu Santo haga esta ofrenda “agradable a Dios”. Está inspirada en el texto paulino de Rm 12,1.

“a Dios Padre Todopoderoso”: es el sujeto al que va dirigida nuestra oración y deseo. Es el sacrificio del Hijo ofrecido al Padre en el Espíritu Santo. La rimea hipóstasis de la Trinidad va especificada con sus dos atributos más importantes que lo identifican “Padre” y “Todopoderoso”.

2. «El Señor reciba de tus manos este sacrificio para alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia».

La respuesta a esta monición fue introducida más tarde en la liturgia. En un principio a la monición sacerdotal era recibida en silencio y no será hasta el s. XII, cuando la oración se dirige directamente a los fieles, el momento en que se redacte una respuesta fija para ella.  

La primera respuesta que se fija es una centonización del salmo 19 y los versículos 3-5 del mismo. Remigio de Auxerre (+ 908) coloca los versículos 2-4 del mismo salmo. El devocionario de Carlos el Calvo coloca las palabras del Ángel a María en Lc 1,35. En el s. XI aparece la forma actual que se extenderá fuera de Italia debido a la difusión del misal de los frailes menores en el s. XIII.

Veamos algunos aspectos de esta respuesta:

El Señor reciba de tus manos: la fuerza recae en el verbo “suscipere” que signica “tomar”, “recibir”, “atender”, “volcarse sobre algo”. La asamblea litúrgica pide que Dios se digne atender aquello que va a ser ofrecido por manos del ministro en nombre de ellos. La expresión “mio” encuentra aquí su correlativo “tus manos”.

este sacrificio: seguimos en la teología del sacrifio-banquete ya expresada anteriormente. A continuación se enumera la triple dimensión del sacrificio eucarístico.

alabanza y gloria de su nombre: es la primera dimesión. Es un sacrificio expiatorio y laudativo. Expiatorio porque ha de ser “agradable/acepto” por parte de Dios; laudativo porque si para Dios es agradable entonces alabara su gloria y su nombre. Es decir, la expiación conlleva la alabanza.

nuestro bien: es la segunda dimensión. La Eucaristía tiene un primer efecto en los que asisten a ella. La participación en los misterios santifica a los fieles.

el (bien) de toda su santa Iglesia: es la tercera dimensión. También la Eucaristía conlleva un segundo efecto para toda la Iglesia, presente o no en la celebración. Este efecto se da en virtud del dogma de la comunión de los santos. La fuerza de la celebración traspasa los muros del templo y une a todos los fieles dispersos por el mundo entero.

3. Valoración de conjunto

Tras este somero análisis podemos colegir que estamos ante uno de los textos más singulares de la celebración eucarística. Es difícil englobarla en el cuadro de las oraciones litúrgicas, puesto que por su literalidad parece más una monición al pueblo invitándolo a orar que una oración propiamente dicha. No obstante, la respuesta del pueblo recoge la invitación del ministro y la convierte en oración a Dios Padre.

Es una oración que se enmarca en el campo de la participación activa de los fieles en la liturgia. Potencia dicha participación y saca a la comunidad de los muros del templo para situarla en el conjunto del pueblo de Dios que se extiende por toda la tierra.

Sería bueno que al asistir a la Santa Misa no fuéramos mudos cual convidados de piedra sino parte activa e integrante de la celebración. Que los sacerdotes fuéramos conscientes de que la celebración no es solo cosa nuestra sino que debemos acercarnos al altar con la humildad que da el saber que el sacrificio no es solo mío sino “mío y vuestro”. Que los sacerdotes no cometan el despropósito de cambiar esta endíadis por expresiones “sacrificio nuestro”, “sacrificio de la Iglesia” o cosas semejantes.

También sería de desear que los fieles, al meditar y recitar esta oración se sintieran parte de la Iglesia, se tomaran su vida espiritual en serio porque en esta oración es donde se pone la vida en juego. Todo lo que vivimos, sufrimos, reímos, trabajamos, padecemos en la vida ordinaria tiene su repercusión y fin en el altar del Señor. Los pequeños sacrificios de la vida han de unirse al gran sacrificio de la Eucaristía.

Aprovechemos esta oportunidad y llevemos las fatigas de cada día a la mesa del Señor, descarguemos nuestros esfuerzos en sus manos. Presentemos nuestro cuerpo como Hostia viva, santa y agradable a Dios.
Dios te bendiga.

sábado, 21 de enero de 2017

"EL SEÑOR ES MI LUZ Y MI SALVACIÓN"

DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO



Queridos hermanos en el Señor:
Este III Domingo del “Tempus per annum” inaugura un ciclo nuevo de la predicación de Jesús, que Mateo nos traerá cada domingo. Tras la presentación que del Señor hizo el Bautista el domingo pasado, hoy Jesús comienza a predicar la Buena Nueva del Reino de los Cielos.
El oráculo de Isaías, que ya resonó la noche de la Navidad, vuelve hoy a nuestra asamblea para ser leído en clave de cumplimiento: la luz anunciada por Isaías, esperada durante siglos por Israel, haya su realidad y cumplimiento en el ministerio público de Jesucristo.
Éste es la luz que ha venido para iluminar al pueblo que habita en tinieblas, bien sea por la opresión de una potencia extranjera como la romana o bien sea por las tinieblas del error y la ignorancia, pues estamos en la Galilea de los gentiles. Pero Jesús ha venido para algo más que iluminar al pueblo de Israel o a los paganos galileos de aquel entonces; Jesús tiene la pretensión de manifestarse hoy, de nuevo, como luz y salvación para el nuevo Israel, que es la Iglesia, y para los venidos a ella desde el paganismo.
El salmo 26, que hemos cantado, expresa bellamente esta imagen de la luz referida a Cristo: su anuncio del Reino de los cielos es sinónimo del anhelo por habitar en la casa del Señor, de gozar de su dulzura. El Reino de los cielos es el mensaje central de Jesús y, justo con su Resurrección, es el núcleo de la fe y por tanto es aquello que debemos esperar paciente y ansiosamente durante la vida temporal.
La luz de Cristo viene a ser hoy, igual que ayer, consuelo para los que sufren. Es una luz transformante en el corazón del hombre. Tengamos en cuenta que Jesús comienza su predicación llamándonos a la conversión, en griego “metanoiete”. Efectivamente, para poder recibir la luz de Cristo y ser iluminados por ella, hemos de desprendernos de todo lo que oscurece nuestro corazón y nuestra conciencia. Esta luz disipará las tinieblas que opacan nuestra vida, que oscurecen la imagen divina en el hombre. El Reino de Dios está cerca de nosotros mientras Jesús viva entre los hombres. Con su predicación y su obrar el mensaje de Cristo es acreditado como verdadero y su identidad como verdadero Mesías, también.
Esta coherencia real entre sus palabras y sus obras, generará una fuerza de irradiación y atracción en Cristo, que a nadie dejará indiferente. Tal será así, que el encuentro con los primeros apóstoles se trabará en esta dinámica de seducción-atracción. El evangelista Mateo usa del esquema maestro-discípulo para narrar estos episodios: la expresión “venid detrás de mí” era propia de los maestros que aceptaban a sus alumnos, sin embargo, Jesús va más allá y les da un título nuevo: ser pescadores de hombres, es decir, serán los encargados de llevar la luz de Cristo a todos los pueblos de la tierra. En el llamamiento a los primeros discípulos encontramos el germen de la Iglesia como nuevo Israel. Aquellos primeros hombres son prestos en su respuesta, la arrolladora personalidad de Jesús invade en ellos una obediencia rápida y radical que les lleva a romper los mismos vínculos familiares e ir detrás de Él.
Hoy se siguen produciendo estos mismos encuentros con el mismo Jesús. El sigue pasando por nuestras vidas, sigue irradiando su luz entre nosotros. Cristo sigue hoy, también, sanando nuestras enfermedades y dolencias. Él quiere seguir enseñando su Magisterio de Verdad en nuestros corazones con la luz del Espíritu Santo. Pero también, hoy como ayer, Él pide de nosotros la misma actitud de pronta respuesta de los discípulos; quiere que nos arriesguemos y optemos por Él; que nos esforcemos por vivir con coherencia la fe que nos ha dado.
Jesús quiere ser luz que disipe nuestros miedos, nuestras cobardías, nuestras tibiezas, nuestras faltas de fe. Jesús nos llama a dejar iluminar con su luz las regiones oscuras del alma para una eficaz y efectiva conversión. Y la conversión conlleva dolor, sufrimiento, ascesis, renuncia y sacrificio. Pero también está acompañada de la gracia, la luz y el gozo que da el mismo Jesucristo.
Ánimo, pues, hermanos, abracemos la luz de Cristo, aquella luz tan esperada durante siglos y generaciones; abracemos con fuerza el mensaje de Cristo y hagámoslo vida en nosotros. Que la Virgen María, Madre de la luz, nos ayude a conseguir estas gracias y la conversión.
Así sea.

DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO




Para mejor vivir la misa del domingo haremos un breve comentario a los textos eucológicos que se usarán en la misma.


Antífona de entrada

«Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor, toda la tierra. Honor y majestad le preceden, fuerza y esplendor están en su templo». Antífona tomada del salmo 95 versículos 1 y 6. Desde el inicio de la celebración se nos invita a dirigir nuestros cantos y alabanzas al Señor. Es la misa “Cantate Domino” por las dos primeras palabras con las que se abre. Los cantos se realizan en el templo, pues el esplendor y la majestad de Dios difícilmente pueden ser expresadas con palabras. Entremos, pues, con este tono espiritual en la celebración eucarística.

Oración colecta

«Dios todopoderosa y eterno, ayúdanos a llevar una vida según tu voluntad, para que podamos dar en abundancia frutos de buenas obras en nombre de tu Hijo predilecto. Él, que vive y reina contigo». La colecta que recoge el formulario de este domingo está tomada literalmente del Sacramento Gregoriano Adriano (s.VII); se encuentra en el Sacramentario Gelasiano del s. VIII y permaneció en el Missale Romanum de 1570. El misal de Pablo VI la ha conservado en su eucología.

Tras invocar a Dios con los adjetivos “todopoderoso” y “eterno” pide la gracia divina para “llevar una vida según tu voluntad”. Solo así podremos dar frutos abundantes de santidad en la vida cristiana. Esta oración pivota en esta expresión “dar frutos” que es eminentemente bíblica (cf. Mt 3,8-10.12,33.21,41; Mc 4,20; Lc 3,9.8,15; Jn 15,16; Rom 6,22.7,4). Pero estos frutos solo se dan “en nombre de tu Hijo predilecto”, es decir, en el nombre de Jesús.

Oración sobre las ofrendas

«Señor, recibe con bondad nuestros dones y, al consagrarlos con el poder de tu Espíritu, haz que se conviertan para nosotros en dones de salvación. Por Jesucristo nuestro Señor». Inspirada en una oración del Sacramentario Gregoriano y esta a su vez del Veronense (s. V).  Es una oración de carácter epicléptico, pues se pide, anticipadamente, la acción del Espíritu sobre el pan y el vino.

Antífona de comunión

Se ofrecen dos: una del Antiguo Testamento y otra del Nuevo Testamento:

A.T.: «Contemplad al Señor y quedaréis radiantes; vuestro rostro no se avergonzará». Tomado del salmo 33 versículo 6. En este momento de la celebración, cuando el fiel camina en procesión para recibir las sagradas especies, esta antífona nos invita a la contemplación estática de aquel a quien vamos a recibir.
N.T.: «Yo soy la luz del mundo -dice el Señor-. El que me sigue no camina en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida». En relación con la antífona anterior, el Señor se presenta como luz que irradia la vida del creyente al comulgar. Él es la luz de la vida para todo aquel que se acerca a Él y se deja iluminar.


Oración de pos comunión

«Dios todopoderoso, te pedimos que cuantos hemos recibido tu gracia vivificadora nos alegremos siempre de este don admirable que nos haces. Por Jesucristo nuestro Señor». Esta oración se encuentra ya en el Missale Romanum de 1570. Este texto pide la alegría por haber comulgado, pues la comunión es la verdadera “gracia vivificadora”.

Visión de conjunto

Realmente, en la vida tenemos motivos más que suficientes para cantar al Señor sin cesar. De Él lo hemos recibido todo y sin Él nuestra vida carece de sentido. Por eso es importante buscar siempre y todo la voluntad de Dios, tal como hemos pedido en la oración colecta.

La mejor oblación que un fiel puede hacer de sí mismo a Dios es el empeño incesante por cumplir su voluntad y esto es lo que el domingo debemos presentar en el altar justo al lado del pan y del vino. Solo asumiendo esta búsqueda oblativa por hacer siempre su voluntad, el fiel puede hallar una paz tal, que ilumina e irradia su rostro, quizás no el físico pero si el anímico.

Hacer la voluntad de Dios trae como consecuencia la alegría y la luz de la vida. Es decir, Cristo mismo. El Salvador de los hombres, al decir “quien me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” está queriendo decir: “quien cumple mi voluntad me tendrá siempre consigo, porque seré su luz eternamente”. En la liturgia, Cristo se ofrece en oblación al Padre, como víctima perfecta para “alabanza y gloria” de Dios Trino. Los fieles estamos llamados a unirnos en esta ofrenda para, como Él, hacer la voluntad de Dios.

¿Hoy estas dispuesto a ello? ¿Buscas en tu vida hacer la voluntad de Dios? ¿Le has preguntado a Dios que quiere de ti? ¿Tienes motivos para cantar a Dios? ¿Qué lugar ocupa la alabanza a Dios en tu vida cristiana? ¿Te santificas en el trabajo, en el estudio o en tus quehaceres diarios ofreciéndoselo a Dios?

Hazte el propósito esta semana que empieza de agradar a Dios cada día ¿Cómo? En primer lugar, cuando te levantes pregunta a Dios “¿Señor que quieres de mi hoy? ¿Qué puedo hacer por ti en este día?”. En segundo lugar, no dejes de estar atento a las pistas que Dios te dará. Y, por último, no dudes en hacer el bien a cualquier persona que puedas y que lo necesite.

Dios te bendiga