sábado, 29 de abril de 2017

"MANE NOBISCUM, DOMINE"


HOMILIA DEL III DOMINGO DE PASCUA



Queridos hermanos en el Señor:

            Si el domingo pasado el libro de los Hechos de los apóstoles nos describía, de una manera idealizada, la vida de la Iglesia primitiva; hoy nos permite escuchar el primer discurso de Pedro tras recibir la fuerza del Espíritu Santo. Pedro expone de una manera telegráfica el misterio escondido de Cristo, el Hijo de Dios, el Mesías prometido al que las autoridades judías han dado muerte pero Dios lo ha exaltado y lo ha constituido en Señor glorioso. Dios no se resignó a ver morir a su propio Hijo y por eso, como nos refiere el salmo, le ha enseñado el sendero de la vida.  

            Ese mismo Cristo resucitado es el que hoy camina al lado de sus discípulos, de su nuevo Israel que es la Iglesia. El texto evangélico exclusivamente lucano, nos ofrece algunos puntos de meditación que nos pueden ayudar a profundizar en el misterio de la Resurrección. Es un pasaje que engloba los temas fundamentales del evangelio de Lucas: el camino, la fe como visión, el discipulado. El marco de la narración es el camino “iban de camino”, sin embargo estos dos discípulos estaban desanimados, dada su frustración y su expectativas fracasadas, tomaron un camino errado; Jesús sale a su encuentro para reconciliarlos y enderezar su rumbo, por eso al final del relato cogerán el camino hacia la comunidad, el de la Iglesia.

            ¿Cuántos hermanos nuestros van transitando por derroteros nada halagüeños? ¿Cuántos se han desviado de la senda trazada por la fe bautismal? También, Jesús quiere ser para ellos la brújula que los devuelva a la vida original, es decir, que vuelvan a la Iglesia, porque es ella la única depositaria de los bienes espirituales de Dios en medio del mundo. La Iglesia, cuerpo místico de Cristo, es quien puede guiarnos en la escalada hacia Dios. Pero, queridos hermanos, cuánto nos cuesta dejarnos guiar por la Iglesia; con qué facilidad miramos a la Iglesia como una madrastra antes que como una madre cariñosa. Pero Jesús, aun así, sigue siendo nuestra reconciliación con el Padre.

            El mismo texto nos ofrece el modo con qué Jesús endereza el rumbo confuso de la vida: “empezando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura”. La brújula espiritual que puede enderezar nuestro torpe caminar es la Palabra de Dios, la misma que hará que los corazones de aquellos discípulos arda de gozo y alegría. ¿Cuánto tiempo le dedicamos a éstas? Así pues, el camino del cristiano esta jalonado por textos de la Palabra de Dios, porque ésta siempre tiene algo que decirnos, que iluminarnos. Muchas veces caminamos por la vida como sin rumbo, sin sentido, sin esperanza; buscando una razón para vivir, para seguir esperando…y pocas veces caemos en la cuenta de que la respuesta a estos interrogantes se halla, precisamente, en pasajes de la Palabra de Dios.

            Los dos discípulos, aún dentro de la conmoción y de la confusión, no consienten que el extraño peregrino siga solo por el camino en plena noche. Obran con él un acto de hospitalidad: dar posada al peregrino, al emigrante, al extranjero. Y es que, realmente, este es el primer fruto de aquel que ha re-emprendido el camino de vuelta a la casa paterna: abundar en frutos de buenas obras. El inicio de la fe se manifiesta por la caridad generosa. Pero este hospedaje no se queda aquí, sino que es prólogo de una cena que, seguramente, jamás olvidarían.

            El mismo evangelista, cuando contó la última cena, puso en labios de Jesús “os digo que ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el Reino de Dios […] no beberé desde ahora del fruto de la vid hasta que venga el Reino de Dios” (cf. Lc 22, 16.18). Lo que da a entender que Jesús con esta cena en la casa de los discípulos de Emaús nos muestra un signo de la llegada del Reino de Dios tras su Resurrección. El Reino de Dios ya ha llegado. Por eso, los discípulos con la Escritura y la cena eucarística han sido introducidos en la lógica y dinamismo del Reino de Dios. Es más, esta experiencia de aquellos dos es la misma que hoy podemos tener los cristianos porque en cada celebración de la santa misa se nos ofrece la Palabra de Dios y el pan eucarístico partido. Y será el Espíritu Santo quien encienda nuestros corazones para saber reconocer a Jesús en ambos. De este modo, Emaús no es solo un acontecimiento del pasado, sino un presente continuo donde podemos ser insertados por la fuerza de los sacramentos de la Pascua.

            Queridos hermanos, ante este regalo de amor, solo podemos responder como aquellos discípulos: “mane nobiscum, Dómine” (= quédate con nosotros, Señor). Quédate a nuestro lado, en nuestra vida. Quédate en mi casa, con mi familia. Quédate, Señor, en mis penas y alegrías, en mis éxitos y fracasos. Quédate, Señor, conmigo y con los míos. Sé nuestro huésped, parte para nosotros, pobres pecadores, tu pan, tu alimento de vida eterna. Quédate para siempre con nosotros, Señor Jesús. Amén.

viernes, 28 de abril de 2017

III DOMINGO DE PASCUA




Antífona de entrada

«Aclamad al Señor, tierra entera; tocad en honor en su nombre, cantad himnos a su gloria. Aleluya». Tomado del salmo 65, versículos 1 al 2. Esta antífona con la que se abre la celebración nos invita a mantener el tono alegre y festivo de este tiempo. Toda la creación esta llamada a experimentar la energía del Resucitado. La gloria del triunfo de Cristo ejerce una fuerza centrífuga que alcanza del uno al otro confín de la tierra. Pero también una fuerza centrípeta que dirige todas las cosas hacia el mismo Cristo. Hoy la Iglesia, reunida en torno al altar, con esta antífona, quiere poner voz a las criaturas para alabar y glorificar a su Señor Resucitado.

Oración colecta

«Que tu pueblo, oh Dios, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu, para que todo el que se alegra ahora de haber recobrado la gloria de la adopción filial, ansíe el día de la resurrección con la esperanza cierta de la felicidad eterna. Por nuestro Señor Jesucristo». La oración colecta prolonga la alegría de los dones del bautismo, es decir, el haber renacido a la vida nueva, haber muerto y resucitado con Cristo.

Este texto oracional está estructurado en dos partes diferenciadas por el sujeto cada una: la primera parte tiene como protagonista a todo el pueblo de Dios que ha sido “renovado y rejuvenecido” por la Pascua. Se trata de volver a nacer. Como Pueblo de Dios, la Iglesia, la noche de la Vigilia, ha experimentado el baño regenerador que devuelve la inocencia de espíritu a sus hijos. La segunda parte tiene como sujeto al cristiano individualmente, denominado como “el que se alegra”. La alegría nos viene de haber sido injertados en el tronco de Cristo, que nos hace hijos en el Hijo. Este mismo, y por el mismo motivo de la adopción final, es invitado a esperar con ansía la resurrección final que se le ha dado, ahora, como don y como promesa.

Oración sobre las ofrendas

«Recibe, Señor, las ofrendas de tu Iglesia exultante, y a quien diste motivo de tanto gozo concédele disfrutar de la alegría eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor». Su antecedente primero lo encontramos en el sacramentario gelasiano antiguo (s. VIII) y en el de Angoulemme; del mismo modo también lo hallamos en el sacramentario gregoriano del papa Adriano (s. IX). Todo, en esta oración, está referido a Jesucristo, quien, por un lado, es la ofrenda de la Iglesia, su víctima eucarística; y, por otra parte, es la causa del gozo y de la eterna alegría de la misma Iglesia.

Antífonas de comunión

«Los discípulos reconocieron al Señor Jesús al partir el pan. Aleluya». Tomada de Lucas 24, versículo 35. Tal como hoy los fieles lo reconocen en la Eucaristía. Esta antífona, para el año A, pretende introducirnos, místicamente, en el cenáculo de Emaús, con una diferencia: que es Jesús quien nos advierte para que no pasemos de largo. Jesús, mientras caminamos hacia la comunión, también quiere calentar nuestro corazón para que, reconociéndole en el pan eucarístico, lo comamos como alimento de vida eterna.

«Convenía que el Mesías padeciera, resucitara de entre los muertos al tercer día, y, en su nombre, se proclamara la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos. Aleluya». Tomada de Lucas 24, versículos del 46 al 47. Esta antífona está estipulada para el año B. La Eucaristía es el alimento para aquellos que reciban el perdón de los pecados y que abracen la conversión. Y, precisamente, porque la Iglesia sabe que el camino de la conversión es arduo y duro, nos administra este Pan de Vida que le ha entregado su Señor

«Jesús dijo a sus discípulos: “Vamos, almorzad”. Y tomó el pan y se lo dio. Aleluya». Tomada del evangelio según san Juan 21, versículos 12 al 13. Hoy, de nuevo, el Señor nos invita a hacer un alto en el camino y almorzar para retomar fuerzas para la escarpada subida hacia la gloria. Esta antífona esta prescrita para el año C. Cada comunión sacramental es un banquete festivo y reparador con el mismo Jesús ¿Tenemos esta convicción? Ojalá que así fuera.

Oración de pos comunión

«Mira, Señor, con bondad a tu pueblo y, ya que has querido renovarlo con estos sacramentos de vida eterna, concédele llegar a la incorruptible resurrección de la carne que habrá de ser glorificada. Por Jesucristo, nuestro Señor». Se recoge la conclusión de las oraciones precedentes de este formulario: la renovación y rejuvenecimiento espiritual que se opera en el pueblo de Dios y en cada cristiano individual, no es sino el anticipo de aquella vida eterna e inmarcesible en que la carne, y ya no solo el espíritu, se verá renovada y rejuvenecida, es decir, exenta de todo tipo de incorruptibilidad. El cristiano está llamado a perpetuarse con su mismo cuerpo, pero este glorificado.

Visión de conjunto

            Si nos detenemos a observar nuestro cuerpo, podremos observar que nosotros, desde el día de nuestra concepción, somos los mismos y a la vez diferentes. Cada uno de nosotros ha sufrido cambios en su cuerpo, en su organismo. Nuestra piel y nuestras células se han ido renovando, poco a poco, desde el minuto uno de nuestra existencia. Somos el mismo sujeto personal pero en un cuerpo que ha ido evolucionando desde el principio. Con la muerte, esta constante metamorfosis llega a su fin. Nuestro cuerpo se detiene, entra en pausa, esperando el último y definitivo impulso evolutivo que ofrece la fuerza de la Resurrección de Cristo; a esto lo llamamos “la resurrección de la carne”.

El formulario de hoy nos ofrece una bella exposición sobre el dogma de la resurrección de la carne. El origen de este misterio se halla en el bautismo. En este sacramento, puerta de la vida eterna, se nos da el don de la vida eterna porque participamos, por medio de él, de la muerte y resurrección del Señor. La clave para mejor comprender este misterio es la imagen de la Iglesia, cuerpo de Cristo. La Iglesia experimenta todo aquello que Cristo tiene o padece: si Cristo padece persecución, la Iglesia padece persecución; si Cristo resucita, la Iglesia resucita. Pues lo mismo ocurre con la carnalidad de Cristo.

Éste, cuando se levanta del sepulcro, lo hace con su cuerpo marcado con las llagas de la Pasión; la resurrección de Cristo es corporal, real e histórica; el cuerpo carnal de Cristo es necesario y sustancial para la resurrección. Y aquí es donde radica el “quid” de toda la cuestión. Su carne resucitada es anticipo e imagen de la nuestra.

Pero no es menos cierto que sus mismos compatriotas no le reconocen con su cuerpo sino es por su voz o por las llagas, lo que da a entender que la carne de Cristo es una carne glorificada y que no recoge las carencias y defectos de la vida mortal. Respecto de nosotros, aunque nuestra identidad permanece, nuestra carne experimentará una transformación tal que, aun siendo los mismos, seremos diferentes, es decir, no permanecerán los defectos, taras, carencias que en la vida mortal hemos padecido, palabras de la liturgia de hoy, tendremos una carne incorruptible.

Por tanto, pues, todo esto es una llamada y un motivo para mantener viva la llama de la esperanza, para valorar, en su justa medida, el cuerpo humano como llamado a salvarse. La resurrección de la carne nos evita entorpecer nuestro camino de salvación haciendo casos a los cantos de sirenas que conceptos como “reencarnación”, “fusión holística con la naturaleza” nos proporcionan.

Aquí radica la razón teológica, espiritual y litúrgica de por qué el cristiano ha de preferir la inhumación del cadáver antes que la cremación. Y en caso de preferir la cremación nunca se ésta por motivos contrarios a la fe. He aquí la razón por la que la Iglesia prescribe a sus fieles que las cenizas no sean esparcidas por ningún lado para unirse y perderse en la naturaleza, sino que sean colocadas en un lugar concreto, en el cementerio, para poder ser honradas como cuerpo-templo del Espíritu que fueron. Queridos lectores, ánimo y a esperar en Dios y a confiar en Cristo resucitado.

Dios te bendiga

miércoles, 26 de abril de 2017

ANTE LAS MISAS DE EXEQUIAS EN DIAS QUE NO ESTA PERMITIDO




Cuántas veces en la vida pastoral nos topamos con un problema de difícil solución. Me refiero al hecho de que alguien muera y su entierro coincida con uno de esos días en que la epacta nos aborda con la frase «Hoy no se permiten las misas de difuntos. Tampoco la misa exequial». Y Aquí viene el lío ¿Quién ha puesto esto? ¿De dónde sale esta norma? ¿Qué hacemos? Pues bien, en este artículo breve daremos respuesta y pistas para cuando estos casos surgen.

Este es el principio general que formula la Ordenación General del Misal Romano (=OGMR): «La Misa de difuntos, después de recibida la noticia de la muerte, o con ocasión de la sepultura definitiva o la del primer aniversario, puede celebrarse aun en la octava de Navidad y en los días en que hay una memoria obligatoria o en una feria que no sea el miércoles de Ceniza o una feria de Semana Santa» (381a). Hasta aquí no hay problema de celebrarlo.

El Ritual de las Exequias «la decisión de celebrar u omitir la Misa en el interior del rito exequial se tomará siempre de acuerdo con la familia y teniendo en cuenta la categoría del día litúrgico y las posibilidades del ministro,…» (39). Estos días vienen señalados por la OGMR, el documento más importante que legisla todo lo tocante a la celebración de la Eucaristía, que dice lo siguiente: «entre las Misas de difuntos, la más importante es la Misa exequial que se puede celebrar todos los días, excepto las solemnidades de precepto, el Jueves Santo, el Triduo Pascual y los domingos de Adviento, Cuaresma y Pascua, observando, además, cuanto debe observarse según la norma del derecho» (380). Estos son los días en que no puede celebrarse la misa exequial, que no las exequias.

Hasta aquí lo referente a la norma pastoral para celebrar o no la misa exequial. No es solo la epacta sino la OGMR y el Ritual de las Exequias los documentos que señalan cuando si y cuando no debe celebrarse la misa exequial. A partir de aquí, no hacer caso a esta norma se llama DESOBEDIENCIA, por mucho que se empeñe el sujeto en revestirla de “necesidades pastorales”, “misericordia” y otros mantras que se han puesto de moda de un tiempo a esta parte.

Y…entonces, ¿Qué hacemos? Es la pregunta de muchos que con humildad quieren acatar la norma. A este respecto el Ritual de las Exequias dice: «La celebración de la Misa en el interior del rito exequial representa el signo más expresivo de las exequias cristianas, por cuanto conecta sacramentalmente la muerte del cristiano con el misterio pascual de Cristo. Con todo, la celebración eucarística no aparece nunca como elemento necesario e imprescindible. Incluso se dan casos – el de las exequias presididas por un diácono o por un sacerdote que ya ha celebrado más de una vez la Misa y el de determinadas solemnidades que no admiten la Misa exequial – en los que la celebración debe omitirse o posponerse necesariamente para otro momento» (40). Ante esto propongo estas soluciones:

a) Celebrar las exequias como liturgia de la Palabra siguiendo el ritual propuesto.

b) Celebrar la misa exequial otro día más propio

c) Celebrar la misa del día con el cadáver en la Iglesia, pero esta última no es la mejor y debemos evitarla porque es una gran incoherencia.

Así pues, una vez sabidas estas cosas debemos proponernos hacer lo que la Iglesia pide porque si no ¿o es que no leemos los libros de la Iglesia? ¿o nos importa muy poco o nada lo que la Iglesia dice? ¿o hacemos de nuestra capa un sayo? Cada uno que se examine y obre en consecuencia.
Dios te bendiga

sábado, 22 de abril de 2017

DICHOSOS LOS QUE CREEN SI HABER VISTO


HOMILIA DEL II DOMINGO DE PASCUA


Queridos hermanos en el Señor:

En este segundo domingo de la Pascua del Señor, domingo de la Divina Misericordia, nos encontramos con unos textos sagrados que nos sitúan, de algún modo, en el corazón del misterio de Cristo, esto es, el nuevo pueblo de Dios, que es la Iglesia, y el don del Paráclito, como alma de este nuevo pueblo. Iglesia y Espíritu son los dones del resucitado al mundo.

El autor de los Hechos de los apóstoles nos presenta en este primer sumario la actividad de la iglesia primera. Ciertamente es una visión muy ideal de la primitiva comunidad cristiana pero para los católicos del s. XXI se nos presenta como un revulsivo que debe despertar nuestras conciencias, des-instalarnos de nuestra rutina caduca y ponernos en pistas para revitalizar nuestra vida cristiana. Varias son las actividades de la Iglesia incipiente que han marcado la pauta misionera de estos veintiún siglos de historia:

1. “escuchar las enseñanzas de los apóstoles”: porque la Iglesia surge de la escucha atenta de la Palabra de Dios y esta se ha transmitido por la Escritura y la Tradición apostólica. Los cristianos de todos los tiempos debemos ser humildes y aceptar esta Palabra de verdad como ley de nuestra vida.

2. “la vida en común”: es la responsabilidad recíproca que adquieren los que aceptan el Evangelio. Los cristianos no somos individuos solitarios e independientes sino que debemos ser solícitos al bien de unos y otros.

3. “la fracción del pan”: era el ritual judío con el que se inicia una comida festiva. Es el gesto del Resucitado en Emaús y el nombre técnico con el que se designa a la celebración de la Eucaristía en los primeros siglos. La Iglesia en estos siglos nunca dejó de reunirse para celebrar la Eucaristía porque si es verdad, como dijimos antes, que la Iglesia vive de la Palabra de Dios, no es menos cierto que también vive y se forma por la Eucaristía; en palabras de Henri de Lubac “la Iglesia hace la Eucaristía y la Eucaristía hace la Iglesia”.

4. “en las oraciones”: otra constante de la vida de la Iglesia es la oración incesante. La iglesia tiene la misión de orar por las necesidades del mundo. A esta tarea se consagran muchos hermanos nuestros, pero esto no nos exime a ninguno de los demás miembros para que diariamente reservemos un tiempo concreto para Dios, para tratar de amistad con El y presentarle lo que el mundo de hoy necesita.

El texto de los Hechos, como vemos, nos proponen un buen programa de vida para vivir esta Pascua y prolongarla todos los días de nuestra vida. Solo cuando la Iglesia vive así se convierte en un signo para el mundo, capaz de mover a la fe a los que la contemplan. Así han de vivirlo los hijos renacidos en la Pascua, como nos recuerda san Pedro en su primera carta “ [renacidos] para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo”. Porque es allí, queridos hermanos, donde la Iglesia se realizará plenamente: en el cielo.

Pero no podemos obviar, hermanos, que todo lo dicho anteriormente no es otra cosa sino consecuencia del misterio de la Resurrección de Jesucristo. En este domingo se nos presenta para nuestra contemplación la aparición del Señor a los apóstoles, aquellos que estaban “con las puertas cerradas por miedo a los judíos”. Para los cristianos la ausencia de Dios supone la entrada de los miedos y desafecciones. Quien no tiene a Dios en su vida tiende a cerrar sus puertas a toda gracia, a toda iniciativa divina; sin embargo, Jesús es capaz de traspasar estas mismas puertas y presentarse delante de nosotros para, de nuevo, mostrarnos las marcas de su gloriosa pasión. Algunos puntos de meditación que este texto nos ofrece son los siguientes:

1. “Paz a vosotros”: es el saludo y don del resucitado: la paz que brota de la cruz. Jesús ha efectuado, definitivamente, la reconciliación entre Dios y los hombres por eso, la palabra “paz” tiene aquí un sentido pleno. Es la paz de Dios, la paz del alma, la paz que inspira confianza y abandono en Dios. Un paz única que nadie puede arrebatarnos.

2. “enseñó las manos y el costado”: es la prueba de su resurrección real e histórica. Él resucita con su cuerpo, no solo en espíritu. El cuerpo de Cristo no conoce la corrupción del cuarto día en el sepulcro. El cuerpo es necesario para la resurrección. Si Cristo no hubiera resucitado con su cuerpo no tendría valor este misterio, ni sería posible nuestra resurrección. La Iglesia vive porque vive su cuerpo, porque la Iglesia es su cuerpo. Por eso con razón la liturgia dice “y en su resurrección hemos resucitado todos”.

3. “sopló sobre ellos”: es el otro don de la Pascua: la efusión perenne del Espíritu que nos está garantizada por el mismo Jesucristo, como Él mismo afirmó “cuando yo me vaya os enviaré al Espíritu Santo” (cf. Jn 16,7). Pentecostés, de esta manera, se sigue realizando cada día en la celebración litúrgica. Es el Espíritu que nos asiste cada día, que renueva nuestra vida, que nos hace ser testigos en medio del mundo. El espíritu es el alma y motor de la Iglesia y de cada cristiano. El Espíritu es la presencia íntima de Dios que fluye del Cristo exaltado.

4. “Dichosos los que crean sin haber visto”: es la respuesta a las dudas de Tomás. La fe de los cristianos que han creído sin haber visto a Jesús no se diferencia en nada de la fe de los primeros apóstoles. La fe no se basa en ver o en sentir, sino en creer, esperar, amar, sabernos amados. La fe es confianza, es perseverancia en la prueba. La fe es, en definitiva, don de Dios dado en el bautismo.

5. “y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre”: esta es la conclusión de todo el conjunto de misterios de la fe: tener vida eterna. Solo quien cree e invoca el nombre de Jesús como su Señor puede salvarse.

Este domingo segundo de Pascua es una oportunidad única para contemplar la misericordia divina que inspira y sostiene nuestras vidas. Es un día óptimo para considerar, como dice la oración colecta, “qué bautismo nos ha purificado, qué Espíritu nos ha hecho renacer  y qué sangre nos ha redimido” que no es otra sino la del mimos Jesucristo.

Dios te bendiga

  

viernes, 21 de abril de 2017

II DOMINGO DE PASCUA




Antífona de entrada

«Como niños recién nacidos, ansiad la leche espiritual, no adulterada, para que con ella vayáis progresando en la salvación. Aleluya». Tomada de 1 Pe 2,2. Esta antífona es de las más antiguas en la liturgia hasta el punto de que hasta hace poco daba nombre a este segundo domingo de pascua, conocido como el domingo de “quasi modo”. Y digo que hasta hace poco porque fue el papa san Juan Pablo II quien dedicó este día a la Divina misericordia en el año 2000, según las revelaciones de santa Faustina Kowalska en 1931.

Sin embargo, este nuevo matiz no desdice nada de la antífona tradicional pues la leche pura e incorrupta a la que debe acudir el cristiano es precisamente la que brota del mismo Cristo, quien con su cruz y resurrección han insuflado el espíritu de misericordia al mundo entero.

«Alegraos en vuestra gloria, dando gracias a Dios, que os ha llamado al reino celestial. Aleluya». Tomada de 4 Esdr 2, 36-37. Es la segunda antífona que se propone para el día de hoy. Está dirigida, directamente, a los recién bautizados quienes han sido llamados al reino celestial por los sacramentos de la Iniciación Cristiana recibidos en aquella noche. Pero, también, todos los fieles que en la Vigilia han renovado sus promesas bautismales  y se han venido preparando durante el ejercicio de la cuaresma para celebrar la pascua, pueden sentirse invitados con esta antífona a la alegría, a la acción de gracias y a atravesar los umbrales del cielo.

Oración colecta

«Dios de misericordia infinita, que reanimas, con el retorno anual de las fiestas de Pascua, la fe del pueblo a ti consagrado, acrecienta en nosotros los dones de tu gracia, para que todos comprendan mejor qué bautismo nos ha purificado, qué Espíritu nos ha hecho renacer  y qué sangre nos ha redimido. Por nuestro Señor, Jesucristo». Se encuentra, con alguna modificación, en el misal gótico de donde ha sido tomada. Estamos ante una de las oraciones más grandilocuentes del misal romano.

Dios es calificado como “misericordia infinita” haciendo referencia al don del resucitado que en este día dio el poder a sus apóstoles para perdonar los pecados. Con la pascua es reanimada la fe del pueblo y los dones que en ellos ha sembrado la eficacia del misterio pascual recibida en el bautismo. Esto mismo nos viene por tres cauces que la oración señala y nos invita a interrogarnos desde ellos: 1) “qué bautismo nos ha purificado”: el bautismo de sangre y agua que brota del costado de Cristo muerto en la cruz; 2) “qué Espíritu nos ha hecho renacer”: el que Cristo expulsó desde su cruz y sopló en la mañana de pascua sobre los discípulos ; 3) “qué sangre nos ha redimido”: la que brota con fuerza, como si de una fuente se tratase, en el monte calvario.

Oración sobre las ofrendas

«Recibe, Señor, las ofrendas e tu pueblo [y de los recién bautizados], para que, renovados por la confesión de tu nombre y por el bautismo, consigamos la eterna bienaventuranza. Por Jesucristo, nuestro Señor». Se encuentra en la familia de los gelasianos (ss. VIII-IX). Es una oración en clara relación con el don de la pascua. Solo quien ha sido bautizado puede acercarse a deponer su ofrenda sobre el altar. Por el bautismo hemos confesado el nombre de Cristo y en la Eucaristía pregustamos la eterna bienaventuranza.  

Antífona de comunión

«Trae tu mano y métela en el agujero de los clavos: y no seas incrédulo, sino creyente. Aleluya». Tomada de Jn 20,27. Esta antífona nos invita a creer en la presencia real de Jesucristo que está vivo y presente en el pan y en el vino que comulgamos. Éste es su cuerpo llagado y glorioso, el mismo que fue engendrado en las entrañas purísimas de la Virgen y que caminó por los caminos de Galilea y Jerusalén, que pendió del madero y que victorioso salió del sepulcro. Acerquémonos pues con gran confianza y humildad a recibir este magnífico don del cielo.  

Oración de pos-comunión

«Concédenos, Dios todopoderoso, que el sacramento pascual recibido permanezca siempre en nuestros corazones. Por  Jesucristo, nuestro Señor». Se encuentra en el sacramentario gelasiano de Angoulenme (s. IX), gregoriano de Adriano (s. IX) y en el misal romano de 1570. Aunque es muy breve, esta antífona demanda la gracia de conservar siempre el don que cada uno de nosotros ha recibido en el bautismo: la gracia del misterio pascual, esto es, haber sido con-sepultados con Cristo en su muerta y renacidos con Él por su resurrección.

Visión de conjunto

            Como dijimos al comienzo, el II Domingo de pascua está dedicado a meditar sobre el misterio de la devoción de la Divina Misericordia. Todos nosotros estamos necesitados de perdón. Seguramente, en la vida no siempre hacemos las cosas tan bien como quisiéramos; suele ocurrir con frecuencia que hacemos o decimos algo con buena intención y resulta que obtenemos un resultado negativo porque alguien se siente ofendido. Otras veces somos nosotros las víctimas del mal que otros realizan. Perdonar y pedir perdón son dos acciones, en activa ambas, que necesitamos experimentar y poner en práctica.

            E incluso, me atrevería a decir, podemos perdonar y pedir perdón con cierta facilidad, pero… ¿nos sentimos perdonados? Seguro que todos conocemos a personas, o nosotros mismos podemos sentirlo, (personas) que no se sienten perdonadas. Que el mal les ha hecho tanto daño que son incapaces de perdonarse a sí mismos. Y pasan sus vidas arrepentidas y arrastrando sus dolencias sin que nadie les consuele. De alguna manera, podríamos decir, si el perdón es un don, sentirse perdonados es un don aún mayor.

            Para alcanzar una real y verdadera experiencia de perdón encontramos en nuestra bagaje espiritual el misterio de la misericordia divina. De un tiempo a esta parte el vocablo “misericordia” se ha ido pronunciando prolijamente en todos los ambientes de la Iglesia. Cualquier acción o campaña o documento eclesial lleva el apellido misericordia. Pero a la par se ha dado un fenómeno paradójico: no se sabe interpretar qué es la misericordia. Algunos han confundido, incluso, la misericordia con el buenismo, con justificarlo todo; la misericordia  es ocultar al pecador su situación y quererle tal como es sin que tenga que cambiar. Se va difundiendo la frase “Dios te ama tal como eres” pero no acaban de completarla, porque si Dios me quiere como soy para qué voy a cambiar, para qué voy a convertirme. Estos son conceptos falsos y tramposos.

            Atendiendo a los datos que el evangelio ofrece, la misericordia es, ante todo, un don de Dios, una gracia que se ofrece al pecador cuando este acepta a Cristo y reconoce su situación de pecado. Pensemos que si el hijo pródigo no hubiera reconocido su situación paupérrima nunca hubiera vuelto a casa de su padre. Pensemos, también, en lo que Jesús le dice a la adúltera en el capítulo ocho de Juan “yo tampoco te condeno, vete y en adelante no peques más”. No le ríe las gracias ni le oculta su pecado sino que la perdona y la invita a cambiar.

            Queridos lectores, esta es la clave de todo: reconocer la verdad de nuestra vida (lo bueno y lo malo) y caminar a la luz de la fe y de la gracia de Dios. La fiesta de la Divina Misericordia nos ofrece, de nuevo, la oportunidad para sentirnos perdonados por Dios; perdonados en lo más íntimo y profundo de nuestro corazón. La Divina Misericordia es una invitación, también, al perdón generoso y desinteresado.

            El icono de la Divina Misericordia es una imagen de un Cristo pascual, de un resucitado de cuyo costado abierto por la lanza surgen dos torrentes de luz rojo y azul, esto es, agua y sangre, que precisamente son imagen plástica de los tres elementos que la oración colecta destaca: agua, espíritu y sangre.  

            Ánimo, a perdonar y a sentirse perdonados porque frente a la soberbia inmisericorde del mundo; nosotros contamos con el don de la misericordia de Dios.

Dios te bendiga

miércoles, 19 de abril de 2017

MISTAGOGIA DEL PREGÓN PASCUAL




Queridos lectores del blog “sanctasanctis”, en primer lugar permítanme, nuevamente, felicitarles las Pascuas de Resurrección de este año. Para ayudarles a vivir mejor estos acontecimientos que nos han hecho renacer a la vida nueva en Cristo, quisiera darles hoy unas breves pinceladas sobre la oración consecratoria del cirio Pascual, hagamos juntas una lectura mistagógica del texto del conocido “Pregón pascual” o “exultet”.

El lucernario de la noche de pascua ha sido el último rito en incorporarse a la vigilia pascual. En el s. III se incorpora la celebración del bautismo y a finales del s. IV la bendición del fuego y del cirio pascual, sobre todo en el norte de Italia. En Milán, se compone el llamado pregón pascual y pronto es llevado a Roma, al menos en el año 378 lo consigna san Jerónimo en una carta al diácono Presidius. De su presencia en Roma da testimonio el papa Zósimo entre los años 417-418, quien lo autoriza para ser cantado por los diáconos en las iglesias suburbicarias en la noche de pascua. Este texto lo encontramos en los sacramentarios gelasianos como el “Missale Gothicum”, “Missale  Galicanum vetus” y “Missale Bobbiense”.

Esta gran plegaria consecratoria de extraordinaria belleza y lirismo se divide en varias partes:

A) Prólogo

El pregón pascual se inicia con un prólogo exhortativo a toda la Iglesia de Dios a disponer los ánimos para recibir el anuncio de la noche pascual. Estas tres primeras estrofas presentan un esquema descendente: los ángeles-la tierra-la Iglesia. El anuncio va dirigido a la creación entera.

Los coros angélicos han de expresar su exultación con las trompetas ya que su voz debe ser melodiosa para Dios. Subyace, también aquí, la teología de las dos iglesias, la celeste o triunfante y la terrestre o militante. La celeste, representada por los ángeles y los ministerios angélicos, hacen resonar las moradas eternas con las trompetas; la terrestre, representada por la Iglesia, usa de las voces de los fieles para hacer resonar las paredes de los templos. Las trompetas en el cielo son lo que las voces de los fieles en la tierra.

B) Invitación

La asamblea es exhortada a invocar la luz santa de Dios, la misma que agrega al diácono al ministerio, es decir, la gracia del Espíritu; y esta luz se hace físicamente visible ante los fieles por medio del cirio. Así pues, la luz adquiere tres valencias: luz como divinidad, luz como gracia de estado y luz como cirio pascual. Es una verdadera obra de arquitectura literaria.

C) Cuerpo-anámnesis

El pregón presenta el sacrificio expiatorio de Cristo y el valor de su sacerdocio sumo y eterno. Frente a la deuda de Adán (antiguo pecado) está el valor de la sangre de Cristo. El pregón establece otra sección de tres estrofas, encabezadas por la frase “esta es la noche”. El texto pretende mostrar a los catecúmenos la importancia y significado de esta noche santa, adornada por tres prodigios: a) la salida de Egipto; b) el paso del mar rojo y c) la columna de fuego.

El pregón manifiesta que la resurrección de Cristo fue, es y será un misterio para siempre. Sólo la silenciosa noche fue testigo de aquel prodigio: “tiempo y hora” en que Jesús se levantó de entre los muertos. La anamnesis culmina con las consecuencias morales de la noche de Pascua, que son siete: 1. Ahuyenta los pecados; 2. Lava las culpas; 3. Devuelve la inocencia a los caídos; 4. (devuelve) La alegría a los tristes; 5. Expulsa el odio; 6. Trae la concordia; 7. Doblega a los poderosos.

D) Epíclesis-consagración

Tres datos nos indican que se trata de una verdadera consagración y no una simple bendición:

1) “acepta, Padre Santo”: el verbo latino es “suscipe”. Generalmente la liturgia usa esta forma verbal en imperativo, exhortando a Dios a que preste atención a una necesidad o a una súplica. En el pregón pascual, el verbo “suscipe” es la súplica de la Iglesia dirigida al Padre Santo para que acepte todo lo que se está realizando en el momento.

2) “sacrificio vespertino de alabanza”: estas palabras inspiradas en el salmo 140. Si en este texto el cirio es presentado como sacrificio vespertino, y este sacrificio vespertino no es otro que la muerte y resurrección del Señor; por medio del Espíritu Santo, el cirio es despojado de su significado, meramente natural o simbólico, y adquiere otro nuevo como Pascua del mismo Cristo: el cirio es la Pascua de Cristo, esto es, Cristo mismo. De ahí que podamos decir, con verdad, que el pregón pascual es una plegaria de consagración que supone una transignificación, no transubtanciación.

3) “la Santa Iglesia te ofrece”: es la Iglesia la que devuelve a Dios lo que Él mismo nos ha dado: a Cristo-cirio. Esta es la lógica de la consagración, devolver lo que Él nos ha donado, como lo expresamos en las oraciones de presentación de los dones “que recibimos de tu bondad…y ahora te presentamos”. Que esto sea un realización del culto público de la Iglesia nos lo confirma la afirmación “por medio de sus ministros”. De este modo, se constata que es la Iglesia misma la que ofrece el cirio al Padre: “la solemne ofrenda de este cirio”.

La referencia a la cera de las abejas pretende ser una señal de la dimensión cósmica de la Pascua. Comparado con otros textos del pregón en otras liturgias u otras versiones, vemos que es una alegoría del misterio de la concepción virginal de Jesucristo.

E) Aitesis

La súplica tiene por objeto la perennidad del cirio, esto es, a) que no se apague nunca la luz que Cristo nos ha dejado en su Pascua; b) que esta luz brille con las luminarias celestes. Dicho de otro modo, la intención es que Dios asocie la luz del cirio pascual a la luz de los astros creados por Él desde el principio de los tiempos para que el resplandor de esta llama pascual no se apague nunca. Mientras haya estrellas en el cielo que brillen en la noche, seguirá habiendo Pascua porque será la luz del cirio la que proporcione la luz de aquellas.

D) Doxología

La última parte de la composición, llamada doxología por su carácter glorificante, cierra la anáfora. El objeto de este párrafo es el “lucero matutino” que ha de encontrar encendido el cirio pascual. Al final del pregón, se nos descubre la gran verdad de la vida cristiana: Jesucristo es la luz que brilla en medio de la oscuridad de este mundo. Luz cuya intensidad no vacila, siempre está despejada. Es clara y distinta. Así es la luz pascual expresada en el cirio, una luz inmortal que se hará aún más plena cuando le veamos cara a cara en su reino eterno, por los siglos sin fin.

Lo dicho, ¡¡Feliz Pascua de Resurrección!!

sábado, 15 de abril de 2017

¡¡ FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN !!


TIEMPO DE PASCUA

El profesor don Ismael Pastor vuelve a explicarnos el tiempo de pascua con el icono que se ha designado para ilustrar este tiempo en la III edición del misal romano.



«Pasado el sábado, María magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras: “¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?” Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y quedaron aterradas. Él les dijo: “No tengáis miedo. ¿Buscáis a Jesús el nazareno, el crucificado? Ha resucitado. No está aquí. Mirad el sitio donde lo pusieron. Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro: “Él va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis como os dijo”» (Mc 16, 1-7)

Descripción de la ilustración

La ilustración nos presenta la escena del sepulcro vacío. Tres figuras aparecen a la izquierda con rostro dolorido, se cubren con mantos y portan en sus manos dos ánforas. Se encuentran ante un sepulcro donde se pueden observar una tela enrollada. Y un ángel, a su derecha señala la escena. La montaña que aparece agrietada en la parte superior nos introduce en el mundo de la muerte.

Análisis mistagógico

Podemos sintetizar todo el año litúrgico en la solemne Vigilia Pascual. Ella es raíz y culmen de todo el año litúrgico. Se puede decir, incluso, que recapitula y contiene todo el misterio de Cristo. Por eso la antigüedad cristiana en los primeros siglos concentraba en esta celebración todo el Misterio Pascual del Señor. Si bien esto es cierto, ahora hemos de contemplarla en la unidad del Triduo Pascual, que desglosa los tres acontecimientos que dan sentido pleno a la memoria de los sacramentos pascuales: La Pascua de la Cena, La Pascua de la Pasión y la Pascua de la Resurrección. Una concentración que tiene, finalmente, como punto de referencia a aquel a quien Pablo llama nuestra Pascua.

La Pascua invita a todos los cristianos a ser testigos del acontecimiento más importante de la historia: la resurrección de Cristo. En ella Jesús asume la humanidad y su historia para transformarla y nos ofrece un bosquejo del mundo futuro donde, asumida y purificada, quedará consumada junto a Él. Tras esto los testigos están llamados a transmitir lo que han visto y oído (cf. Hch 4, 20) y anunciar al hombre su vocación profunda y definitiva (cf. Directorio General de Catequesis 102). Si la vigilia Pascual resuena en todo el año litúrgico, el testimonio del cristiano debe resonar en toda su vida. Por eso la elección de este icono para el tiempo Pascual. Que no deja la Pascua en la resurrección de Cristo, sino en el encuentro de las mujeres, que  tras el desconcierto se convierten en evangelizadoras.

El grano de trigo que da fruto

El centro de la escena es, sin duda, el sepulcro vacío. Al pie de una montaña, que recuerda las de la ilustración anterior, se encuentra el sepulcro de Cristo. Indicando cómo ha sido enterrado y se ha encontrado bajo tierra, cómo la muerte de Jesús ha sido real y no mera ilusión (cf. Lc 23, 53). Sin embargo el sepulcro se encuentra vacío y en él sólo quedan los lienzos que cubrían a Cristo, constituyendo así el propio sepulcro el primer testimonio de la resurrección en cuerpo y alma de Cristo. Estos nos acercan a la tradición antigua, recogida por algunos padres de la Iglesia, que ven en los lienzos imagen de la resurrección, usando una analogía con el gusano de seda. Pero además, mirando hacia arriba, entre las grietas de la montaña, justo encima del sepulcro, encontramos un brote de planta. Haciendo alusión al grano de trigo, que muerto, da fruto creando nueva vida (Jn 12, 24), hace alusión a Cristo, el grano de vida que con su muerte da mucho fruto y este fruto es la vida eterna.

Las miróforas

Las protagonistas de la acción son las tres mujeres que aparecen junto al sepulcro vacío. A la cabecera se encuentran con el ángel que les dice “Jesús Nazareno Ha resucitado, no está aquí. Mirad el lugar donde estuvo su cuerpo” (Mc 16, 6) señalando los lienzos en que fue envuelto su cuerpo. Las mujeres llevan en sus manos con fervor y delicadeza los vasos de aromas y perfumes, porque han venido a ungir al Señor tras el descanso obligado del Gran Sábado. La tradición oriental llama a estas mujeres miróforas, portadoras de aromas. La resurrección cambia la suerte de estas mujeres. A partir de este momento ellas son también evangelistas, pues llevan a todos la gran noticia de la resurrección. Nos invitan también a nosotros a introducirnos en la escena, a ser testigos de la resurrección y a convertirnos en miróforos, portadores del aroma de la verdad de la resurrección de Cristo. 

viernes, 14 de abril de 2017

¡¡ EL ÁRBOL DE LA VIDA ES TU CRUZ, OH SEÑOR !!


«Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo, venid a adorarlo» dentro de unos momentos el silencio de este día se verá interrumpido por las voces de los fieles para aclamar con ellas la santa cruz del Señor. 


MEDITACIÓN PARA EL VIERNES SANTO

Hemos sido llamados, hoy, a hacer silencio. Si observamos, las luces y las flores, los cantos solemnes y festivos de la tarde de ayer, han dado paso a la oscuridad, a la austeridad y a la sobriedad de hoy. El oficio de la Pasión del Señor reclama de nosotros una actitud de silencio adorante. Un silencio tan elocuente que hace mover nuestro espíritu a la compunción y al estremecimiento al ver como en el duro leño, muere el cordero manso, la víctima de la Pascua.

Desde aquel momento, la cruz se ha convertido en fuente de vida y salvación. Una antigua antífona de origen oriental cantaba «Tu cruz adoramos, Señor, y tu santa Resurrección alabamos y glorificamos. Por el madero ha venido la alegría al mundo entero». El madero santo de la cruz, es venerado como manantial de alegría, de luz y de vida para nosotros, pecadores. 

La cruz ha atravesado la sucesión de los siglos y los tiempos de la historia; muchos acontecimientos han acaecido en el mundo desde la muerte de Jesús: guerras, epidemias, conquistas, cambios sociales, cambios económicos y políticos, cambios culturales, persecuciones; y a pesar de todo, la cruz de Jesús sigue firma “stat crux dum volvitur orbis” (la cruz sigue firme mientras el mundo da vueltas), reza el lema cisterciense. 

La cruz es la rúbrica de su amor por nosotros, el sello que confirma hasta dónde está dispuesto Dios a llegar por nuestra salvación. De ahí que no cabe una representación cristiana que rechace la cruz. La cruz es obra del amor universal y recreador de Jesús, es el símbolo cósmico de su llegada al mundo y de su salida de él: el que vino como niño entre las tablas de un pesebre, se marcha como hombre entre las tablas de la cruz. Pero también será el signo con el que volverá un día al final de los tiempos: “Pues como el relámpago aparece en el oriente y brilla hasta el occidente, así será la venida del Hijo del hombre” (Mt 24,27). Este relámpago no es otro que el mismo signo de la cruz de Cristo que aparecerá sobre el cielo para estar a la vista de todos, pues Cristo, muriendo en ella, la convirtió en el signo histórico del cumplimiento del designio divino. La pasión de Cristo transfiguró el signo de la cruz. 

La cruz es el gran signo cósmico; el signo del universo, el signo del hombre; el signo de Dios presente y operante en ambos, en el hombre y en el mundo. La cruz configura la vida del cristiano. San Máximo de Turín dice “por eso debemos orar con los brazos extendidos (en cruz) a fin de confesar hasta con nuestra actitud los sufrimientos del Señor”.

Estos sufrimientos del Señor han sido expuestos hoy ante nosotros, en la lectura del profeta Isaías. El siervo sufriente que describe el profeta halla su cumplimiento y realidad en Jesucristo, y concretamente, en su pasión, muerte y resurrección. De distintas maneras, muchas han sido las figuras del Antiguo Testamento que nos han hablado de Jesús y su pasión. Citemos este texto de una antigua homilía del s. II atribuida al obispo Melitón de Sardes:

Se vio arrastrado como un cordero y degollado como una oveja, y así nos redimió de idolatrar al mundo, el que en otro tiempo libró a los israelitas de Egipto, y nos salva de la esclavitud diabólica, como en otro tiempo a Israel de la mano del Faraón; y marcó nuestras almas con su propio Espíritu, y los miembros de nuestro cuerpo con su sangre. Éste es el que cubrió a la muerte de confusión y dejó sumido al demonio en el llanto, como Moisés al Faraón. Este es el que derrotó a la iniquidad y a la injusticia, como Moisés castigó a Egipto con la esterilidad. Éste es el que nos sacó de la servidumbre a la libertad, de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida, de las tinieblas al recinto eterno, e hizo de nosotros un sacerdocio nuevo y un pueblo elegido y eterno. Él es la Pascua nuestra salvación. Éste es el que tuvo que sufrir mucho y en muchas ocasiones: el mismo que fue asesinado en Abel y atado de manos en Isaac, el mismo que peregrinó en Jacob y vendido en José, expuesto en Moisés y sacrificado en el madero, perseguido en David y deshonrado en los profetas. Éste es el que se encarnó en la Virgen, fue colgado madero y fue sepultado en tierra, y el que, resucitado de entre los muertos, subió al cielo. Éste es el cordero que enmudecía y que fue inmolado; el mismo que nació de María, la hermosa cordera; el mismo que fue arrebatado del rebaño, empujado a la muerte, inmolado al atardecer y sepultado por la noche; aquel que no fue quebrantado en el leño, ni se descompuso en tierra; el mismo que resucitó de entre los muertos e hizo que el hombre surgiera desde lo más hondo del sepulcro” (67-71).
Así pues, hermanos, mirando la cruz de Cristo y quien fue el cordero inmolado en ella, contemplemos la Pasión de Jesús y unámonos a su cruz y a su sacrificio redentor. Así lo han cantado los cristianos de todos los tiempos con el himno “Vexilla regis prodeunt”:
Las banderas del rey se enarbolan,
resplandece el misterio de la cruz,
en la cual la vida padeció muerte,
y con la muerte nos dio vida.

Vida que traspasada
con el cruel hierro de la lanza,
manó agua y sangre
para lavarnos de las manchas de nuestros pecados.

Cumpliéronse ya los proféticos
cantares de David,
donde dijo a las naciones:
reinó Dios desde el madero.

¡Oh mármol hermoso y resplandeciente!
Adornado con la púrpura del Rey,
escogido como digno madero
para el contacto de tan santos miembros.

¡Árbol venturoso,
de cuyos brazos estuvo pendiente el precio del mundo!
Hecho balanza del divino cuerpo,
levantó la presa del infierno.

Salve, ¡oh cruz, única esperanza nuestra!
En este tiempo de pasión acrecienta
la gracia a los justos
y borra a los pecadores sus culpas.
A ti, oh Santa Trinidad,
fuente de la eterna salud,
alaben todos los Espíritus,
y a los que haces partícipes de la victoria de la cruz
dales el galardón. Amén.
 
Que hoy, como pueblo cristiano, podamos decir “Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque con tu santa cruz redimiste al mundo. Amén”.