miércoles, 31 de mayo de 2017

LA ORDENACIÓN EPISCOPAL (III)


2. Ritos propios de la ordenación episcopal.


Prólogo: Canto del himno “Veni Creator”.

Hemos optado por denominarlo como prólogo a los ritos ya que se hace justamente después de haberse leído el Evangelio. De tal modo que la Palabra de Cristo que ha resonado en el templo sigue presente por la acción del Espíritu tanto en los oídos de los fieles como del candidato. No podemos perder de vista que la presencia del Espíritu se simbolizará de varias formas.

El primer dato de este himno introducido en el rito de ordenación episcopal lo hallamos en el Pontifical del s. XII pero adquiere carta de ciudadanía en la liturgia romana en el s. XIII con el Pontifical de Durando. Durante la reforma litúrgica quiso suprimirse ya que en la liturgia anterior tenía una función meramente de relleno mientras el obispo realizaba otros ritos. Pero esta idea no gustó a Pablo VI quien se empeñó en mantenerlo buscándolo acomodo en el ritual que saliera de la reforma.

A) Presentación del candidato

«Reverendísimo Padre, la Iglesia de Plasencia pide que ordenes Obispo al presbítero José Luis» se ha mantenido la fórmula del Pontificale Romanum de 1962, salvo que en la edición de 1989 se especifica que la Iglesia que lo pide es la del lugar (en este caso Plasencia) y el nombre del candidato al sagrado orden (en este caso, José Luis). Desde el s. VIII sabemos que comenzó a pedirse el sufragio del pueblo para la elección de un obispo. Esta consulta se ha hecho de diversos modos a lo largo de la historia bien por aclamación popular como el caso de san Ambrosio de Milán, bien consultando al clero de la ciudad, hasta la forma actual de la terna. Sea como fuere, el Pontifical romano ha querido reflejar este consenso con la fórmula que venimos comentando; acuñada por Durando en su pontifical en el s. XIII, y que se usaba en alguna Iglesia metropolitana de Francia.

Como particularidad de esta fórmula, señalamos la expresión latina con la que se define el episcopado “ad onus episcopatus ordines” (=ordenes a la carga del episcopado). La palabra latina “onus, oneris” significa “una carga pesada”, “algo que se lleva a las espaldas”. Con estos datos, vemos el craso realismo con que la liturgia expone el verdadero sentido del episcopado: no es un honor, ni un premio ni un privilegio, sino una dura carga que Dios confía a un hombre al cual, con su gracia, va a capacitar y fortalecer en esta celebración y con este sacramento.
             «¿Tenéis el mandato apostólico? Lo tenemos. Léase» Tomado de la tradición precedente. A pesar del modo de elección, que puede variar en las diversas áreas geográficas y a lo largo de los siglos, lo que siempre es necesario es que el candidato sea ratificado por el Papa, emitiendo este una carta de nombramiento o elección.

B) Escrutinio
«La antigua regla de los santos Padres establece que quien ha sido elegido para el Orden episcopal sea, ante el pueblo, previamente examinado sobre su fe y sobre su futuro ministerio». En esencia se mantiene el tenor de la monición que propone el Pontificale Romanum de 1962. Con toda probabilidad la antigua regla se remonta a los llamados “Statuta ecclesiae antiquae” (= normas de la Iglesia antigua), un documento del s. V compilado en las Galias y recogido por la “colectio hispana”. En este documento se lee: “Qui episcopus ordinandus est, ante examinetur si…” (= quien es ordenado obispo, antes sea examinado si…) y se enumera las cuestiones acerca de su vida, sus virtudes, su fe, sus costumbres, etc. En el Pontificale Romanum de 1962 todavía se conservaban estas preguntas.
Las del actual Pontifical son de nueva creación tal como afirma uno de los miembros del Coetus encargado de la reforma del Pontifical: “…Compusimos, pues, una serie de preguntas casi nuevas del todo (sólo la que concierne al acogimiento de los pobres y de los inmigrantes está sacada del Pontifical Romano), para poner de manifiesto el ministerio pastoral del obispo”. Veamos las preguntas que se le formularán en la celebración para atisbar cuán alta gravedad tiene el ministerio de un obispo:
«¿Quieres consagrarte, hasta la muerte (= usque ad mortem explere), al ministerio episcopal que hemos heredado de los Apóstoles, y que por la imposición de nuestras manos (= per impositionem manuum nostrarum) te va a ser confiado (= tradendum) con la gracia del Espíritu Santo?». Hemos indicado la expresión original latina de tres ideas importantes y que nos dan la clave para entender el sacramento del orden episcopal: en primer lugar, el orden episcopal es definitivo, esto es, algo que no es temporal ni puede dejar de serse. Ser obispo es algo estable y no sujeto a emociones, ni ideas, ni gustos. En segundo lugar, la fórmula recoge el gesto sacramental: la imposición de manos, acompañada de un tercer elemento que la el sentido concreto: la palabra “tradendum viene del verbo “trado, tradere” que significa “entregar a alguien”, “confiar algo a alguien”. Por tanto, por la imposición de las manos, el orden episcopal es algo que se entrega, que se confía a un sujeto introduciéndolo en la cadena ininterrumpida de la sucesión apostólica.
«¿Quieres anunciar con fidelidad y constancia el Evangelio de Jesucristo?». Para el cual el obispo será constituido primer responsable del mismo. Esta pregunta se hará explícita más adelante con la entrega de los Evangelios. En esta fórmula se concentran las antiguas preguntas sobre el credo y los dogmas de fe.
«¿Quieres conservar íntegro y puro el depósito de la fe, tal como fue recibido de los Apóstoles y conservado en la Iglesia y en todo lugar?». El obispo, tanto individualmente como en el conjunto del colegio episcopal, tiene el sagrado deber de exponer fielmente y custodiar celosamente el depósito de la fe. En el Pontifical anterior se especificaban las cuestiones más agudas que debían ser mantenidas: las verdades de fe, la ortodoxia católica y el combate contra las herejías.
«¿Quieres edificar la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y permanecer en su unidad con el Orden de los Obispos, bajo la autoridad del sucesor de Pedro?». Esta fórmula fue compuesta, según indica el autor de la misma, con la intención de señalar el papel del obispo en la Iglesia en relación al resto de obispos y bajo la autoridad del Papa. Pretende situar la obediencia al Papa en una perspectiva teológica.
«¿Quieres obedecer fielmente al sucesor de Pedro?». Esta pregunta es una duplicación de la anterior con el fin de concretar y especificar la necesaria obediencia al Papa, recogiendo la idea del Concilio Vaticano II “cum Petro et sub Petro” (cf. LG 22-23, ChD 4). La repetición de la expresión “sucesor de Pedro” responde a la idea de continuidad con la pregunta precedente. El sucesor de Pedro no es distinto al Sumo pontífice, ni un señor feudal al que hubiera que hacer vasallaje.
«Con amor de Padre, ayudado de tus presbíteros y diáconos (= comministris tuis), ¿quieres cuidar del pueblo santo de Dios y dirigirlo por el camino de la salvación?». Esta cuestión debe hacer caer en la cuenta al obispo de que su labor no debe desarrollarse individualmente sino en perfecta y sincera colaboración con sus presbíteros y diáconos, a los que la fórmula en latín llama “conministros”. Pero la pregunta está enfocada, más que en un tono legislativo, en un tono paternal: “con amor de Padre” es la clave para ejercer el gobierno en la diócesis. El obispo ha de ser el padre de sus presbíteros y de sus diáconos, así como de todo el pueblo de Dios al que debe cuidar y dirigir hacia los pastos eternos.
«Con los pobres, con los inmigrantes, con todos los necesitados ¿quieres ser siempre bondadoso y comprensivo?». Esta pregunta está tomada del Pontificale Romanum anterior. Son la clase social más vulnerable y marginal y, por tanto, la que goza de mayor predilección por parte de Dios mismo. La actitud bondadosa y comprensiva del obispo quiere transparentar esa cercanía y misericordia que Dios tiene respecto de ellos.
«Como buen pastor, ¿quieres buscar las ovejas dispersas y conducirlas al aprisco del Señor?». Esta pregunta está fundamentada en la parábola de la oveja perdida (cf. Lc 15, 4-7; Mt 18, 12-14) y en la apropiación que Jesús hace para sí de la imagen del Buen Pastor esperado por Israel (cf. Jn 10, 11-16). Como primer heraldo del Evangelio, el obispo será el primer comprometido en ir a los más alejados. Las periferias humanas, sean geográficas sean existenciales, no pueden ver aplazadas sus demandas por parte de los pastores de la Iglesia. Esto nos impele a todos a tomar partido de este mandato divino al frente del cual estará el obispo y el resto del pueblo secundando su acción.
«¿Quieres rogar continuamente a Dios todopoderoso por el pueblo santo y cumplir de manera irreprochable las funciones del sumo sacerdocio?». La Sagrada Escritura nos dice: “este es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por su pueblo y la ciudad santa” (2Mac 15,14). Este es el oficio del bueno obispo, y que la liturgia le recuerda con esta fórmula y en el responsorio breve de las vísperas del común de pastores: orar continuamente a Dios por todos y cada uno de los fieles que se le ha encomendado. El sumo sacerdote era el que cada año se ponía al frente del pueblo para implorar a Dios; el que vivía en el templo para que cada día se ofreciera el sacrificio agradable a Dios. Como sumo sacerdote, el obispo debe vivir su vida en correspondencia con aquello que celebra. El obispo debe ser un hombre de intenso y cotidiano diálogo con Dios.
La Iglesia confirma el propósito con la siguiente expresión: «Dios, que comenzó en ti la obra buena, Él mismo la lleve a término». Porque es Él quien está al comienzo y al final de la Historia de salvación personal de cada hombre y mujer que viene a este mundo.
C) Súplica litánica
«Oremos, hermanos, para que, en bien de la santa Iglesia, el Dios de todo poder y bondad, derrame sobre este elegido la abundancia de su gracia» tomado del Pontificale Romanum de 1962. La monición a las letanías señala claramente que el don que Dios otorga al candidato no es para provecho propio sino para la edificación de la Iglesia, en este caso de la Iglesia que peregrina en Plasencia.
Las letanía son un antiguo elemento romano que respondería a la oración que hace la comunidad en la ordenación de Bernabé y Saulo (cf. Hch 13, 1-3). En las letanías actuales se ha conservado la petición “para que bendigas, santifiques y consagres a este elegido” que fue introducida por Durando (1296) en el pontifical tomándolo del rito de consagración del Papa.
            «Escucha, Señor, nuestra oración, para que al derramar sobre este siervo tuyo la plenitud de la gracia sacerdotal, descienda sobre él la fuerza de tu bendición». Tomado del Pontificale Romanum de 1962. Se trata de la tradicional oración “propitiare” que ya se contiene en el Sacramentario Veronense y siempre ha estado en la Iglesia, excepto en el sacramentario gelasiano. Esta oración tiene la función de ser una introducción a la plegaria consecratoria que viene a continuación. Expresa la asistencia de Dios sobre el acto que se va a realizar.

                                                                    Dios te bendiga


sábado, 27 de mayo de 2017

SERÉIS MIS TESTIGOS HASTA LOS CONFINES DEL MUNDO


HOMILÍA EN LA SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

Queridos hermanos en el Señor:

            Llegamos al final de los cuarenta días de la Pascua. Cuarenta días en que hemos podido disfrutar de la presencia del Resucitado entre nosotros; Cristo ha comido con nosotros, nos ha hablado al corazón…pero hoy toca la despedida. La Ascensión es una fiesta que tiene un sabor agridulce, porque Cristo se va ya de nuestro lado haciéndose invisible, pero con su entrada en el santuario del cielo, inaugura un tiempo nuevo en la historia donde todo estará imbuido de su presencia. Por eso a la vez que sube al cielo, dice que estará con nosotros hasta el fin del mundo.

            Así, la Iglesia nos invita hoy a contemplar una estampa que bien podría definirse como parusía anticipada, en cuanto que se nos permite ver al Cristo glorioso, exaltado a la derecha del Padre, Aquel que, como cantaba el salmo, asciende entre aclamaciones y al son de trompetas. Si, aquellas trompetas que resonaban la noche de la vigilia pascual tocadas por los ángeles del cielo para anunciar al mundo la resurrección de Cristo. Pero antes de acometerse tal prodigio de gloria, Cristo dejó un testamento perenne a sus once apóstoles, pues Judas se había suicidado, tejido por cuatro verbos: “id”, “haced discípulos”, “bautizándolos” y “enseñándoles”.

            En primer lugar, el Señor nos manda “id”. Somos enviados a una tarea, a una misión. La palabra “apóstol” significa “enviado”. Podemos decir que los discípulos son investidos hoy como apóstoles, es decir, como aquellos que han sido elegidos para ser enviados al mundo entero. También, para nosotros, cristianos del s. XXI, es válido este mandato del Resucitado. “Id cada uno de vosotros – es como si dijera – a vuestras casas, barrios, calles para encontraros conmigo en medio de los hermanos de este mundo”.

            El segundo verbo es “haced discípulos”. La misión de los discípulos no es otra sino la de agrandar el número de seguidores de Jesús. No es esta poca tarea para los cristianos de hoy día: somos enviados a evangelizar a contagiar a otros de la alegría de ser discípulos de Cristo, muerto y resucitado. Somos enviados a transformar la realidad según los designios que Dios tiene para ella. La gran tarea de hoy es la de hablarles de Cristo, decirles que les ama, que les busca, que quiere ser su Salvador.

            El tercer verbo es “bautizar”. Es el fin último que tiene la predicación apostólica, el anuncia se muestra eficaz en cuanto el oyente solicita el santo bautismo. Los cristianos del s. XXI nos enfrentamos a una sociedad cada vez más secularizada, más descristianizada, y ese aire viciado con harta frecuencia nos contamina, hasta tal punto que nos hace confundir el bien con el mal y lo malo con lo bueno. Por eso, hoy, con más insistencia, debemos volver a las raíces de nuestro bautismo y nuestra confirmación, sacramentos con los que nos configuramos con Cristo. Difícil misión de las cristianos hoy, pero no por ello imposible, la de vivir el bautismo en medio de nuestro mundo, de bautizar nuestra realidad y de proponer el bautismo a los que aún no han sido bautizados; porque bien expresa la Iglesia en su doctrina, que ésta no conoce otra puerta para la salvación que no sea la del bautismo (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1257).

            El cuarto verbo es “enseñándoles”. No basta con bautizarse, como si fuera un hechizo mágico, sino aprender a guardar las enseñanzas recibidas por la tradición de la Iglesia. Hoy nos golpea el drama de ver que hay cristianos (pastores y fieles) que tras el bautismo han perdido el amor primero, no aceptan los dogmas de la fe porque se hacen la falsa creencia de que saben más que la Iglesia, a la que dicen pertenecer pero solo nominalmente, pues en la práctica de su vida muestran lo contrario. Católicos que no aceptan la revelación, que cuestionan permanentemente las verdades de la fe y que rinden su juicio más a los criterios del mundo que a los que dimanan del evangelio. Ante este fracaso estrepitoso, hoy como ayer, el Señor quiere que aprendamos a guardar sus palabras, la tradición de la Iglesia que es su Cuerpo.

            Para que la misión sea verdadera, leal y eficaz hemos de ser fieles a las enseñanzas de Cristo y de su Iglesia. Y esto solo es posible por la acción del Espíritu Santo que ilumina los corazones de sus fieles y los abrasa en el fuego del amor divino. Quien se ve asistido por la fuerza del Espíritu puede ponerse en pie, en cada momento y en cada circunstancia, para algo más que, simplemente mantener la fe, sino para ser testigo de Él hasta los confines del mundo.

Y esta, queridos hermanos míos, es la consecuencia principal de la Ascensión: ser testigo de Cristo en el mundo. El testigo es el que narra lo que ve, lo que ha presenciado, lo que ha experimentado. Para ser testigo, por tanto, no basta con saber que Dios existe o saber la doctrina de la fe, sino que necesitamos tener experiencia de Dios, experiencia de oración, experiencia de intimidad con Dios. Los apóstoles fueron enviados a predicar no por que supieran las verdades, sino porque habían estado con Él, habían comido y bebido con Él, le habían escuchado, le habían visto hacer milagros, conocieron su muerte y experimentaron su resurrección. Del mismo modo a nosotros, que no hemos tenido la gracia de verlo físicamente, el Espíritu es quien nos proporciona el conocimiento y la experiencia tal como pudieron tenerla aquellos doce. Por eso, es necesario pedir la asistencia del Espíritu en cada momento y lugar.

Por último, la Ascensión inaugura un tiempo nuevo en la historia de la humanidad: el tiempo de la Iglesia. Un tiempo en que la presencia de Cristo se hace visible y real en las acciones litúrgicas de la misma. Es el tiempo de la gracia y de la perenne efusión del Espíritu. La promesa del Señor de estar con nosotros todos los días y esto se cumple de manera eminente, en cada celebración de la Eucaristía, en los sacramentos y sacramentales y en el rezo de la Liturgia de las Horas. También lo encontraremos presente, de otra manera, en los pobres, enfermos y marginados.

En definitiva, queridos hermanos, la Ascensión es el pistoletazo de salida para nosotros. Este es nuestro tiempo, nuestra hora; la hora de ir al mundo a hacer discípulos de Cristo a todos cuanto nos encontremos y nos necesiten; la hora de vivir el bautismo con radicalidad y conducir a todos hacia el santo bautismo; la hora del testimonio fiel y solícito de Jesucristo. Es el tiempo de la Iglesia, pero no de una Iglesia cualquiera, sino de la una Iglesia viva, renovada, alegre, esperanzada, activa, servicial, orante, suplicante, caritativa,… en definitiva, la Iglesia que fundó Jesús y que ha sabido renovarse a través de los siglos.

Queridos hermanos, vivamos la Ascensión con la cabeza hacia el cielo pero con los pies bien puestos en la tierra. Aunque desde el cielo, Dios sigue habitando en el mundo, en su Iglesia, en nuestros corazones. Ojalá que el Espíritu Santo, su don perenne, nos haga tener una constante experiencia de gracia, una fuerte experiencia de Jesús en nuestras vidas.

Dios te bendiga

viernes, 26 de mayo de 2017

SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR




Antífona de entrada

«Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Volverá como lo habéis visto marcharse al cielo. Aleluya». Tomada de los Hechos de los apóstoles capítulo 1, versículo 11. Llega el momento de la despedida. Nuestro anhelo por estar con Cristo puede llevarnos a estar constantemente mirando al cielo como si esperáramos su pronta venida sin tener en cuenta que cada domingo vuelve a nosotros bajo las especies del pan y del vino. El que se marchó ante el asombro jubiloso de los ángeles vuelve ante el estupor de los fieles y de la corte de los santos. De este modo, esta promesa de los ángeles a los discípulos se cumple en cada misa aguardando su cumplimiento definitivo al final de los tiempos.

Oración colecta

Se ofrecen dos textos:

«Dios todopoderoso, concédenos exultar santamente de gozo y alegrarnos con religiosa acción de gracias, porque la ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria, y adonde ya se ha adelantado gloriosamente nuestra cabeza, esperamos llegar también los miembros de su cuerpo. Por nuestro Señor Jesucristo». Nueva creación. Se aprecia notablemente la visión antropológica de la teología católica donde la unidad psico-somática del hombre está llamada, toda ella y entera, a participar de la gloria eterna. Esta oración pretende ofrecernos una visión de la solemnidad de la Ascensión despojada de conceptos locativos (arriba o abajo), acentuando la cuestión del estado de salvación eterna, que no es otro sino compartir el destino último de Cristo, esto es, ocupar nuestro lugar en el santuario del cielo ante la presencia del Padre eterno.

«Dios todopoderoso, concédenos habitar espiritualmente en las moradas celestiales a cuantos creemos que tu Unigénito y Redentor nuestro ascendió hoy a tu gloria. Él, que vive y reina contigo». Tomada del sacramentario gregoriano de Adrianno (s. IX) y presente en misal romano de 1570. Esta antigua oración sitúa los frutos de la Ascensión en una mera perspectiva espiritual: como consecuencia de creer en este misterio que hoy celebramos, podemos habitar en el cielo. En comparación con la colecta anterior vemos que la teología actual es más completa al recoger la renovada escatología cristiana.

Oración sobre las ofrendas

«Te presentamos ahora, Señor, el sacrificio para celebrar la admirable ascensión de tu Hijo; concédenos, por este sagrado intercambio, elevarnos hasta las realidades del cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor». Tomada del sacramentario gelasiano antiguo (s. VIII) y del gregoriano de Adriano (s. IX) y presente en el misal romano de 1570. La oración está redactada en términos geográficos (ascensión-elevarnos-arriba) propio de las ideas de la antigüedad cristiana. Sin embargo, el sacrificio ofrecido en nuestra dimensión terrenal es el que puede hacer posible elevar el corazón a las realidades celestes de las que el pan y el vino son figura.

Antífona de comunión

«Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos. Aleluya». Tomada del capítulo 28 del evangelio de Mateo, versículo 20. Del mismo modo que la antífona de entrada, el último versículo del evangelio según san Mateo haya su cumplimiento en este momento de la Eucaristía. En la comunión sacramental Cristo se hace presente en medio de su pueblo con el fin de ser para ellos alimento de vida y compañía en la travesía.

Oración de pos comunión

«Dios todopoderoso y eterno, que, mientras vivimos aún en la tierra, nos concedes gustar los divinos misterios, te rogamos  que el efecto de nuestra piedad cristiana se dirija allí donde nuestra condición humana está contigo. Por Jesucristo, nuestro Señor». Es el resultado de dos textos oracionales, unidos por el verbo “quaesumus” (= te rogamos). La primera parte de la oración solo se halla en la compilación veronense (s. V), la otra parte se encuentra tanto en la compilación veronense como en los sacramentarios gelasiano antiguo (s. VIII), de Angoulenme (s. IX) y el gregoriano del papa Adriano (s. IX), pero no en el misal romano de 1570. El tema escatológico está muy presente en esta oración que, por otra parte, se sitúa en la misma línea que la oración sobre las ofrendas: el sacrificio de la misa, al hacer presente a Cristo bajo las especies del pan y del vino, nos permite pre-gustar, anticipar, el banquete eterno que llegará a su cumplimiento definitivo cuando pasemos de la figura de este mundo a las realidades del cielo, donde Cristo, cabeza de la Iglesia, espera a ésta que es su cuerpo. Es, en definitiva, la fiesta de la carne glorificada que, por medio de Cristo, ha entrada en el cielo.

Visión de conjunto

            “¿Qué hacéis mirando al cielo?” le preguntan los ángeles a aquellos atónitos apóstoles que veían, con tristeza y admiración, cómo su Señor y su amigo desaparecía de su vista mientras ascendía a lo más alto de los cielos. Con frecuencia ocurre que los cristianos podemos adoptar estas actitudes, quedarnos “embobados” mirando al cielo, esperando que Dios nos hable o realice algún prodigio. Es la actitud descorazonada de quien se siente perdido o como abandonado de un Dios que sabe que existe pero al que no logra ver, ni sentir, ni manipular. Porque esta es otra tentación: el pretender manipular a Dios, y en ella se cae cuando buscamos nuestros intereses en la oración. Creo en Dios en la medida en que Éste me hace caso y atiende todas mis necesidades del modo que yo quiero. A esto lo llamamos hacernos un dios a nuestra medida.

            Como consecuencia de estas actitudes, podemos correr el riesgo de no ver que Aquel que se ha ido al cielo, lo ha hecho para estar más cerca, aún si cabe, de nosotros. La solemnidad de la Ascensión nos enseña, por el contrario, que entrando en el santuario del cielo, Cristo inaugura un tiempo nuevo en la historia de la humanidad que está imbuido de su presencia, sobre todo, por medio de la liturgia. Del misterio de la Ascensión podemos colegir que es el tiempo de la presencia íntima de Dios en la vida de los fieles. La Ascensión del Señor hace posible la gracia en las acciones litúrgicas de la Iglesia, es decir, la Ascensión tiene como consecuencia, primera y directa, el Pentecostés, el derramamiento del Espíritu Santo sobre su Iglesia. En cada celebración pública de la Iglesia se produce un nuevo Pentecostés.

            Así pues, como vemos, la solemnidad de la Ascensión es la que hace posible que Cristo cumpla su promesa de estar siempre con nosotros hasta el final de los tiempos, porque como dice un prefacio del misal: “Él mismo, habiendo entrado en el santuario del cielo una vez para siempre, intercede ahora por nosotros como mediador que asegura la perpetua efusión del Espíritu” (Prefacio para después de la Ascensión). Su presencia habitual, tanto en la liturgia como en el alma de los fieles, solo es posible mediante la acción del Espíritu Santo, de ahí que Ascensión y Pentecostés son inseparables, dos caras de una misma moneda.

            Pero esto no queda aquí, la inhabitación del Señor en nosotros supone, más que un privilegio, una grave responsabilidad para llevar una vida en gracia rechazando todo pecado y realizando las buenas obras. Oración y caridad es el binomio en que se concentra la vida del cristiano. En el elemento oración incluimos la celebración de la santa misa, la oración personal, la lectio divina, el Rosario, etc; mientras que por caridad comprendemos las obras de misericordia (todas), el rechazo a vivir una vida fragmentada por situaciones irregulares, el cumplimiento de los mandamientos de la ley de Dios y de la santa madre Iglesia. En otras palabras, del sagrario al mundo y del mundo al sagrario; Cristo en los pobres y los pobres en Cristo.

            Ánimo, queridos lectores; les deseo una muy feliz fiesta de la Ascensión y ojalá que nos convenzamos de la presencia de Cristo en nuestras vidas gracias a la efusión del Espíritu Santo. Liturgia y vida; Misterio, celebración y vida; oración y caridad. Estas son las reglas a seguir para una sólida, seria y estable vida espiritual.

Dios te bendiga

miércoles, 24 de mayo de 2017

LA ORDENACION EPISCOPAL (II)


La eucología de la misa de ordenación episcopal
               Hoy abordaremos las oraciones propias de la misa de la ordenación episcopal, para ver qué y cómo es un obispo según lo describe la liturgia de la Iglesia


A) Antífona de entrada

«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres y curar a los contritos de corazón». Centonización de Lc 4,18. La celebración eucarística se abre con este versículo del evangelio de Lucas. Será la tercera persona de la Trinidad quien descienda en la celebración sobre el candidato al episcopado para otorgarle la gracia septiforme.

En esta antífona se señalan las dos primeras preocupaciones que tienen que anidar en el corazón de un obispo: la primera será la evangelización de los pobres. Para el Evangelio, los pobres no son solo una categoría social o económica sino que abarca a todo hombre que está lejos de Dios, la mayor pobreza que pueda pensarse. Pero hoy, los pobres necesitan volver a conocer a Jesucristo.

La segunda preocupación es la de “curar a los contritos de corazón”. En estos tiempos que corren, la Iglesia esta llamada, precisamente con sus obispos a la cabeza, a sanar las heridas que afligen a los hombres y mujeres de este mundo. En un mundo dividido por las guerras, conflictos de todo tipo, por ideologías deshumanizadoras, la Iglesia se presenta como un “hospital de campaña” cuya mayor y única medicina es el mismo Jesucristo a quien el obispo hace presente, por su ministerio en la Iglesia.

B) Oración colecta

«Oh Dios, que por pura generosidad de tu gracia, has querido poner hoy al frente de tu Iglesia de Plasencia, a tu siervo, el presbítero José Luis, concédele ejercer dignamente el ministerio episcopal y guiar por la palabra y el ejemplo, bajo tu amparo, la grey que le has confiado. Por nuestro Señor Jesucristo». En primer lugar se destaca que la llegada de un nuevo obispo a una diócesis es un acto de la generosa providencia de Dios.

En segundo lugar, se pide, para él, ejercer un recto gobierno; y ser testimonio vivo de palabra y obra del amor de Dios. Todo ello porque el obispo debe ser el referente moral para todo el pueblo de Dios, de ahí que su responsabilidad ante Dios sea más grave que la de cualquier otro cristiano.

También en esta oración se percibe el vínculo territorial del obispo. El obispo (Jose Luis) es para una diócesis en concreto (Plasencia). Y es precisamente, como luego expondremos, esta porción del Pueblo de Dios quien demanda aquello que más necesita en estos momentos: un Pastor que le guíe por los caminos del Evangelio.

C) Oración sobre las ofrendas

«Te ofrecemos, Señor, este sacrificio de alabanza para que aumentes en mí el espíritu de servicio y lleves a término lo que me has entregado sin méritos propios. Por Jesucristo, nuestro Señor». El nuevo obispo celebra su primera misa como pastor de una grey determinada. Es justo que en esta misa todo el pueblo se una en esta gracia demandada: orar por el nuevo obispo. Su misión y ministerio es algo que no puede realizar por sí mismo, solo y con sus solas fuerzas, sino que necesita de la ayuda y oración de todo el pueblo de Dios.

Esta intención encierra un claro mensaje para toda la grey: quien está unido en oración y en la celebración litúrgica del obispo, obtiene unos vínculos espirituales fuertes con éste que le deben llevar a cooperar con él en la evangelización de los pobres y en la sanación de los corazones atribulados. Esta intención se desarrollará en la tercera aclamación de la bendición final, como luego veremos.

El texto eucológico, a pesar de poner en boca del nuevo obispo esta intención personal por él mismo, quiere ser también una cura de humildad del mismo ya que le ofrece dos ideas interesantes que el obispo, y todo el pueblo, debe tener muy en cuenta: 1. Para que aumente en el obispo el espíritu de servicio y 2. El ministerio le ha sido entregado sin méritos propios. En definitiva, el ministerio episcopal es, en palabras de san Juan Pablo II “don y tarea” (mensaje para la jornada de la juventud, 1998).

D) “Hanc igitur” propio

«Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa; te la ofrecemos también por tu siervo José Luis, a quien te has dignado promover al orden episcopal; conserva en él tus dones para que fructifique lo que ha recibido de tu bondad». Ya está presente en la compilación Veronense (s. V) y en el sacramentario gregoriano de Adriano (s. VII). Llamamos "Hanc igitur" a los fragmentos que se introducen en el canon de la misa o en la plegaria eucarística y que varía según la fiesta o el tiempo litúrgico.

Este texto fue incluido, desde muy antiguo, en la plegaria eucarística, en concreto, en el canon romano, que es el texto que debe usarse en esta solemne celebración. Pues no sería lógico que quien se ordena por el rito romano, como obispo del rito romano, no use la plegaria propia y original del rito romano (la redundancia es a propósito).

El concelebrante respectivo, pide para el nuevo obispo, que los dones del Santo Espíritu permanezcan siempre en el sujeto concreto y den fruto que redunden en beneficio propio y de la comunidad. Los dones que se reciben de parte de Dios tiene dos fines: construir la comunidad de la Iglesia y la salvación eterna del sujeto que los recibe.

E) Antífona de comunión

«Padre santo, santifícalos en la verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo, dice el Señor» tomada de Jn 17, 17-18. Una vez que ha sido ordenado, el nuevo obispo celebra por vez primera la Eucaristía en su catedral con la grey que el Señor le ha confiado. Es el neo-obispo quien recibe, en este momento, el encargo de alimentar al pueblo con el alimento de vida eterna, con el banquete del Reino. Pero la antífona de comunión recuerda al obispo que, junto a la Eucaristía, debe alimentar, también, al pueblo con la Verdad, fuerza santificadora que es el mismo Jesucristo.

F) Oración de pos comunión

«Te pedimos, Señor, que realices plenamente en nosotros el auxilio de tu misericordia, y nos hagas ser compasivos de tal modo que en todas nuestras obras podamos agradarte. Por Jesucristo, nuestro Señor» la primera parte de la oración es del sacramentario gelasiano antiguo (s. VIII).

Tanto el pastor como el rebaño necesitan del auxilio divino para cumplir con su deber de agradar a Dios con una vida santa. El auxilio divino no es otro sino el Espíritu Santo que nos comunica, por su medio, la misericordia del Padre. Este mismo espíritu ha de generar en el pastor sentimientos profundos de compasión respecto de su grey. Compasión, como ya se sabe, significa “padecer con”, estar al lado de aquel que sufre en su cuerpo y en su espíritu. Vivir desde esta óptica supone, en el fondo, realizar obras que agradan a Dios. Para agradar a Dios, el obispo debe seguir la pauta indicada por san Pablo para todos los cristianos en su carta a los romanos «Presentad vuestros cuerpos como Hostia viva, agradable a Dios» (cf. 12,1).

El sacrificio de una vida entregada a la administración del perdón y de la indulgencia, de la caridad activa y sincera, de la unción y de la crismación, de la consagración y de la ordenación, es una vida entregada a agradar a Dios. Es la vida de un obispo que ama a su grey. Con cada uno de estos actos, en la vida del obispo se hace realidad lo que la liturgia de pastores dice en su responso: «este es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por su pueblo».

G) Bendición final

«Oh Dios, que cuidas a tu pueblo con misericordia y lo diriges con amor, concede el Espíritu de la sabiduría a quienes confiaste la misión del gobierno en tu Iglesia, para que el progreso de los fieles santos sea el gozo de sus pastores. Amén». Esta primera invocación de la bendición está centrada en el gobierno de la Iglesia, en el munus regendi que el obispo debe ejercer. El nombre de Dios viene acompañado por dos verbos que describen el gobierno de Éste como modelo para el obispo: “cuidas” y “diriges”. Es el Dios-Pantókrator, el Dios providente, quien marca la pauta de acción gubernativa: el obispo debe cuidar con misericordia y dirige con amor a su diócesis. Para esta sagrada misión, el obispo, del mismo modo que hiciera Salomón (cf. 2 Cro 1, 10) pide el don de la sabiduría para ejercerla con generosidad. Pero el gobierno viene marcado en una dirección concreta: el progreso en la santidad. Y éste y no otra cosa ha de ser el gozo del obispo.

«Tú que, con el poder de tu gloria ordenas el número de nuestros días y la duración de los tiempos, dirige benévolo tu mirada sobre nuestro humilde ministerio y concede a nuestro tiempo la abundancia de tu paz. Amén». Para realizar un buen gobierno no solo es necesario obtener sabiduría y cuidar con amor al pueblo, sino también, tener un tiempo propicio para que los planes y directrices del gobierno se vayan cumpliendo. Si anteriormente dijimos que el modelo de gobierno para un obispo es el Dios-Pantókrator, en esta segunda invocación de la bendición fijamos la mirada en el Dios-kronókrator, es decir, en Dios que ordena y dispone la sucesión de las horas y los días. Precisamente, el Señor de la historia, el alfa y la omega, es el que dispone un nuevo tiempo para la diócesis con la llegada de un nuevo obispo. Y ojalá, según se nos invita a orar, sea un tiempo de paz, es decir, un tiempo en que se prolongue la reconciliación entre Dios y los hombres.

«Ayúdame también con los dones que, por tu gracia, has puesto en mí, y pues me has elevado al orden episcopal concédeme agradarte con la perfección de las obras; que el corazón del pueblo y del obispo tengan un mismo querer, de tal manera que al pastor no le falte la obediencia de su grey, y a la grey no le falte el cuidado del pastor. Amén». La tercera y última invocación recoge una perfecta síntesis de toda la teología del formulario litúrgico de la misa para la ordenación de un obispo: Dios es quien pone las gracias pertinentes en medio de la indignidad y torpeza de los candidatos; será Dios, por tanto, quien haga del obispo, si este se deja, un verdadero pastor, transparencia del verdadero y único Pastor, Jesucristo. La perfección viene por la obra del Paráclito en el corazón de los creyentes. Será la tercera persona de la Trinidad quien mueva el corazón, la mente y la voluntad de pastores y grey hacia un mismo querer donde todos coincidan. Y este querer no será otro que el de hacer la voluntad de Dios, siempre y en todo lugar.

Por último, como si fuera un eco que ha de quedar, la bendición aborda el tema de la relación cuidado-obediencia entre pastores y fieles. Al primero le compete la labor de estar solícito ante las necesidades de los distintos miembros del pueblo de Dios pero esto no le exime de dejarse cuidar por éste; porque puede darse el caso de que el obispo haga cosas por el pueblo pero sin el pueblo. Respecto de la grey, tiene el deber sincero de ser obediente a las directrices de su pastor, como si del mismo Cristo se tratase, pues no puede hacerse nada sin obispo (=nihil sine episcopo), el pueblo debe cuidar de su pastor y hacerle ver el error si éste se equivocara, pero no puede caer en la tentación de querer marcar ninguna agenda al obispo, de decirle lo que debe o no hacer.

Dios te bendiga


sábado, 20 de mayo de 2017

EL ESPÍRITU DE LA VERDAD OS DARÁ LA LIBERTAD PLENA


HOMILIA DEL VI DOMINGO DE PASCUA


Queridos hermanos en el Señor:

            En este penúltimo domingo de Pascua las lecturas que la liturgia propone nos presentan un sencillo, pero bastante completo, tratado sobre el Espíritu Santo. Podríamos estructurar los datos de la Escritura en tres ideas: Promesa, cumplimiento y transformación.

            Promesa: así nos lo presenta el Señor Jesús en el capítulo 14 de Juan. Ha llegado la hora de la partida, Jesús tiene que volver al Padre. Solo con la entrada de Cristo en el santuario del cielo, ante la presencia del Padre eterna, se verá asegurado el envío del Espíritu Santo sobre sus discípulos. Será la acción del Paráclito, el defensor, quien haga posible guardar los mandamientos dados por el Señor para sellar así la relación de amor entre Cristo y los discípulos. No se puede amar a Cristo de manera abstracta, sino adoptando su misma forma de vida mediante el acatamiento de sus palabras. Así pues, esta será la última promesa realizada por el Señor, el envío del Espíritu Santo.

            Cumplimiento: esta promesa llega a su fin en el día de Pentecostés cuando el Espíritu inunda el corazón y la conciencia de los apóstoles y comienza la, hasta hoy, bi-milenaria historia de la Iglesia. Tal como se nos muestra en este pasaje de Hechos, en el ciclo del diácono Felipe, el Espíritu es el que hace posible la continuación de la obra terrena del Resucitado. El Espíritu es el que reviste de poder y autoridad (dinamis y exousía) a los discípulos para que puedan administrar la gracia que viene del cielo. Felipe administra el bautismo para el perdón de los pecados y la filiación divina, pero la plenitud de la gracia solo se da cuando Pedro y Juan les imponen las manos y se derrama la fuerza del Espíritu.

            Transformación: la acción del Espíritu Santo en los fieles nos es concretada por la epístola de san Pedro: es el Espíritu que nos capacita para dar razones de nuestra fe y esperanza; es el Espíritu que provoca en nosotros actitudes de bondad y mansedumbre capaces de confundir a los enemigos; es el Espíritu que da la fortaleza a los mártires para que perseveren en el bien y por este bien padezcan los tormentos. Por último, es el Espíritu que da vida y hace posible la Resurrección tanto de Jesucristo como la nuestra al final de los tiempos.

            Estamos, ciertamente, en el tiempo del Espíritu. Cada celebración litúrgica es un nuevo Pentecostés, un derroche de gracia, un nuevo cumplimiento de la promesa del Señor de que estaría con nosotros hasta el final de los tiempos. La presencia de Cristo entre sus fieles solo se produce por la acción del Espíritu. Y porque esto es así, fue imprescindible que Pedro y Juan fueran presurosos a Samaría a “completar” el bautismo de Felipe, confirmando este sacramento con la unción del Espíritu. El Espíritu Santo es el único que puede darnos un pleno y profundo conocimiento del Señor; el único que puede envolvernos en una sincera relación amorosa con la Trinidad.

            Creo que este domingo es un buen día para pensar en nuestra relación con el Paráclito. ¿Le invocamos? ¿Le tenemos presente? No podemos olvidar que es el Espíritu de la Verdad, como le llama el Señor, pues parece ser que este nombre viene de la tradición de Qumrán. Sin embargo, a nosotros poco nos importa esto sino más bien qué significa el Espíritu de la Verdad.

Dice Jesucristo que la Verdad os hará libres (cf. Jn 8, 32). Luego es la acción del Paráclito la que nos libera de las ataduras del mal y de nuestros pecados. La libertad que da Cristo no es una libertad política o social o terrenal, sino muy superior a éstas. Se trata de la libertad del alma, del corazón, del Espíritu. La libertad que nos da la gallardía para hacer frente a las ideologías totalitarias; para superar las esclavitudes de las trampas que el demonio nos pone; es la libertad de quien sabe que lo tiene todo perdido pero que es más lo que ha ganado. Es una libertad sincera, que no necesita de componendas ni pactos miserables. Pero esta libertad solo viene en la medida en que vivamos la Verdad, con mayúsculas. Y la Verdad tiene un nombre: Jesucristo.

Quien busca la Verdad acaba encontrando, necesariamente, a Jesucristo. Esto solo puede ser posible por la fuerza del Espíritu, quien nos guía hasta la Verdad plena (cf. Jn 16,13). La Verdad se torna confianza, se torna seguridad, se torna en estabilidad. Conocer y vivir la Verdad lleva a hacer nuestra aquella frase “se de quien me he fiado” (cf. 2 Tim 1,12). Pues, ojalá, queridos hermanos, que nos afanemos en la vida por buscar la Verdad, solo así seremos realmente libres. Ojalá que el conocimiento de Cristo nos lleve a amarle totalmente y amándole le sigamos dando razón de nuestra fe, padeciendo por su causa y gozando de su Resurrección en nosotros.

Dios te bendiga

viernes, 19 de mayo de 2017

DOMINGO VI DE PASCUA




Antífona de entrada

«Anunciadlo con gritos de júbilo, publicadlo y proclamadlo hasta el confín de la tierra. Decid: “El Señor ha rescatado a su pueblo”. Aleluya». Inspirada en Isaías 48, versículo 20. De todos los pensamientos espirituales que pueden surgir en este tiempo litúrgico, ninguno como el de hoy resumen tan acertadamente la gran hazaña obrada por Cristo: la Pascua es la consecuencia del rescate; es el tiempo para gozarnos y recrearnos en la victoria de Cristo sobre el pecado, el demonio y la muerte. Los cristianos, pues, este domingo tenemos una gran noticia que dar al mundo: hemos sido arrebatados de las garras del mal gracias a la generosa entrega de nuestro Señor Jesucristo.

Oración colecta

«Dios todopoderoso, concédenos continuar celebrando con fervor sincero estos días de alegría en honor del Señor resucitado, para que manifestemos siempre en las obras lo que repasamos en el recuerdo. Por nuestro Señor, Jesucristo». De nueva incorporación. Es un domingo para recordar todo lo que el Señor ha hecho por nosotros; recordar que nos ha dado una vida nueva, ha devuelto la vida a la creación entera, nos ha hechos mujeres y hombres nuevos. El sexto domingo de la pascua, cuando estamos a las puertas de la solemnidad de la Ascensión, nos permite repasar cuántos dones hemos recibido en estos días santos. Siempre es aconsejable que los cristianos nos paremos a pensar, de vez en cuando, los momentos en que Cristo se ha hecho presente en nuestras vidas para ser fieles a Él en el futuro.

Oración sobre las ofrendas

«Suban hasta ti, Señor, nuestras súplicas con la ofrenda del sacrificio, para que purificados por tu bondad, nos preparemos para el sacramento de tu inmenso amor. Por Jesucristo, nuestro Señor». Es una oración creada a partir de fragmentos precedentes en todos los sacramentarios romanos, mientras que la segunda parte del texto se encuentra en el sacramentario gelasiano antiguo (s. VIII). Tres ideas se concitan en este breve texto: 1. Siguiendo el salmo 140, queremos que nuestra oración suba a la presencia de Dios con el alzar de nuestra manos, como incienso a la hora de la tarde; 2. El sacrificio que ofrecemos es, eminentemente, expiatorio y purificador; 3. Tiene como fin prepararnos para recibir el gran sacramento del amor, pues el pan y el vino que presentamos sobre el altar serán para nosotros el pan de la vida eterna y el cáliz de la salvación perpetua.

Antífona de comunión

«Si me amáis, guardaréis mis mandamientos, dice el Señor. Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros. Aleluya». Tomada del capítulo 14 del evangelio de Juan, versículos 15 al 16. Como un eco del evangelio de este domingo, este texto nos sitúa en una nueva perspectiva del misterio eucarístico. Es indudable que la Eucaristía es el Cuerpo santísimo de nuestro Señor Jesucristo, pero no podemos olvidar que esto solo es posible por la acción del Espíritu Santo. Esto se debe  a lo que en teología se denomina la “ley fundamental de la trinidad” según la cual todo le es común a las personas divinas excepto la relación por oposición “omniaque sunt unum ubi non obviat relationis oppositio” (Concilio de Florencia, DH 1330).

No hay obra de las personas divinas que, aun siendo propias de cada una no estén involucradas las otras dos. Toda obra trinitaria, aunque se atribuya a una de las Personas, las otras dos también están presentes. Si esto es así, será lógica, pues, concluir que, de alguna manera, al comulgar con el Cuerpo santísimo del Señor, también estamos comulgando con el Padre y el Espíritu Paráclito. Por eso, al recibir la comunión sacramental recibimos la fuerza del Espíritu Santo para poder guardar los mandamientos divinos.

Oración de pos comunión

«Dios todopoderoso y eterno, que en la resurrección de Jesucristo nos has renovado para la vida eterna, multiplica en nosotros los frutos del Misterio pascual e infunde en nuestros corazones la fortaleza del alimento de salvación. Por Jesucristo, nuestro Señor». Está presente en los sacramentarios gelasianos antiguos (s. VIII) y de Angoulenme (s. IX), sin embargo el cuerpo central de la oración es de nueva creación. La oración es el colofón de los temas expuestos anteriormente. El recuerdo del efecto de la muerte y resurrección del Señor en nosotros, que místicamente se han actualizado en esta celebración eucarística, debe avivar en el corazón de los fieles los deseos más profundos de vivir en consonancia con ellos, es decir, ser coherente con lo que Él ha hecho por nosotros.

Visión de conjunto

            Hacer memoria o recordar es un saludable ejercicio que, de vez en cuando, deberíamos hacer. Un profundo repaso a los hechos de nuestra vida nunca viene mal. Es normal hacerlo cuando estamos en grupos de amigo que hace tiempo no se ven, cuando queremos iluminar algún momento o situación en la vida de nuestros hijos o nietos. Y, además, lo hacemos con harta satisfacción y con tanto esmero que hasta los recuerdos negativos les damos una interpretación positiva o, al menos, relativamente menos dolorosa.

            En la vida espiritual, es también, un ejercicio muy recomendable hacer memoria del paso de Dios por nuestra vida. Tomemos como base el siguiente texto bíblico “Yo conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia; y que no puedes soportar a los malos, y has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos; y has sufrido, y has tenido paciencia, y has trabajado arduamente por amor de mi nombre, y no has desmayado. Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor” (Ap 2, 2-4). Con harta frecuencia podemos caer en la rutina de la vida espiritual, hacer triviales las cosas de Dios. Es, quizás, lo peor que como cristianos puede ocurrirnos: acostumbrarnos a las cosas de Dios. Esto es lo que, de alguna manera, significa olvidarnos del amor primero.

            Pero frente a esta tentación, hemos de poner algunos remedios. Yo propongo los siguientes:

1. El recuerdo agradecido: se nos invita a una constante acción de gracias a Dios por todo lo que hace por nosotros.

2. Memoria actualizante: esto es, la celebración litúrgica de los misterios del Señor; pues a través de la liturgia el Señor derrama sobre nosotros las gracias que Él ya dispensó en su vida mortal.

3. Redescubrir lo sagrado: como novedad en nuestra vida. Para ello será necesario dejarnos sorprender por Dios; “ponernos a tiro” para que el Señor derrame su gracia y bondad en nuestras almas, se irá generando así, poco a poco, un gusto por lo divino que nos hará apetecer la oración y rechazar el pecado de acedia, esto es la pereza espiritual.

4. Vivir la caridad: como expresión externa de la acción de la gracia de Dios en nosotros. Para los cristianos, la caridad no es una opción, ni un concepto altruista para satisfacer nuestras conciencias. No. La caridad brota de las entrañas de Cristo que se da en alimento a los fieles transformando la vida y la capacidad relacional de éstos. De este modo, la caridad será una actitud espontánea que prolonga la vida cristiana más allá de la intimidad del corazón.

Hagamos, pues, queridos lectores, memoria de Cristo en nuestra vida; volvamos al amor primero; no nos acostumbremos a las cosas de Dios y rompamos con la tendencia que la rutina cotidiana nos impone. Ojalá que en esta pascua que ya termina, hayamos tomado, al menos, conciencia del mucho amor de Cristo por cada uno de nosotros.

Dios te bendiga

miércoles, 17 de mayo de 2017

CARTA ABIERTA A DOÑA MARTA FERRUSOLA


Publicamos en este blog esta carta abierta que le dirijo a doña Marta Ferrusola porque ha usado términos del argot litúrgico y eclesiástico para perpetrar delitos deplorables. No pretende abordar cuestiones políticas que se me escapan y que no vienen al caso.



Estimada Marta Ferrusola:

Aunque lo de estimada no se lo tome ni tan siquiera como un cumplido o una muestra de afecto; sino más bien como una mera expresión literaria de formalidad. A partir de ahora me dirigiré a usted como doña Marta, por eso de mantener las formas.

Doña Marta, aunque hace ya un tiempo que salió una nota manuscrita, supuestamente por usted, en que usaba un lenguaje en clave para dar una orden de transacción económica; le reconozco que tuve que hacer un violento ejercicio de contención para no escribir, antes, estas letras a riesgo de que las bilis me subían y bajaban por el cuerpo como la bilirrubina a Juan Luis Guerra.

Soy sacerdote católico de Extremadura, pero antes que sacerdote soy un cristiano, es decir, una persona que cree en Jesucristo como su Señor y Salvador. Le hago esta aclaración porque veo que usted el concepto de ser cristiano no lo tiene muy claro.

Tras leer, ya digo, su quirógrafo, pensé (ingenuo de mi) que “els bisbes catalans (= los obispos catalanes)” dirían algo al respecto. Alguna cosa del tipo “A ver, Marta, hija, eso no está bien, pide perdón, confiésate”. Pero no. Paso una tarde y una mañana, el día primero, el día segundo, el tercero, el cuarto…y hasta ahora. Sin embargo, mi esperanza volvió a encenderse el pasado 11 de mayo cuando la Conferencia Episcopal Tarraconense, esto es, los obispos de Cataluña; porque parece que hubiera una conferencia episcopal más, a parte de la española; se reunieron para tratar algunos asuntos importantes de la Iglesia que peregrina en aquellas tierras.  Pero… mis anhelos se vieron frustrados cuando vi que no había ninguna referencia a sus palabras manuscritas. Solo pude leer con desconcierto y, por qué no, con mucha pena lo siguiente: “nos sentimos herederos de la larga tradición de nuestros predecesores, que les llevó a afirmar la realidad nacional de Cataluña”. Estas letras falsas de toda falsedad solo pueden venir de malos pastores, profetas cortesanos, guardas asalariados que confunden el todo con las partes. Qué pena ver como estos obispos lo son de una parte de la población catalana, marginando a aquel sector de la feligresía que se siente catalán y español a partes iguales. Pero no quiero dirigirme en esta misiva a estos insignes prelados, sino a usted, doña Marta.

Nada, nada, nada, no le han dicho nada. Usted, doña Marta, ha usado realidades sagradas para perpetrar negocios turbios, arrojando, así, perlas a los cerdos. Este es el tenor de las palabras de la señora Ferrusola, traducidas al español: “Reverendo mosén, soy la madre superiora de la congregación, necesitaría que traspases dos misales de mi biblioteca a la biblioteca del capellán de la parroquia, él ya le dirá a su (s.h.) de colocar. Muy agradecida”. Los subrayados son míos. Seis palabras seis del lenguaje eclesiástico son las que emponzoña la matriarca de los Pujol usando de ellas para delinquir. Pero, si somos bien-pensados, quizá el problema sea que doña Marta no sabe lo que son o significan esos vocablos. Vamos a hacerle algunas aclaraciones a doña Marta:

-         Madre superiora: es aquella religiosa elegida de entre las hermanas de un monasterio o nombrada por la superiora legítima para que vele por el cuidado material y espiritual de todas las monjas o religiosas. Eso es una madre superiora y no la jefa de la camorra catalanista que velaba por el éxito de los robos de su clan. Usted no es la madre superiora, sino, en tal caso, la madre superladrona.

-         Congregación: se trata de un grupo estable e instituido que buscan vivir el seguimiento de Cristo profesando los votos de pobreza, castidad y obediencia; viviendo un carisma concreto dado por un fundador. Eso es una congregación y no la banda de ali-pujol en la que se vivían los votos de robo, latrocinio y codicia, cuyo único carisma era el del saqueo sin escrúpulos, y padre fundador era el mismo diablo.

-         Misal: es el libro que contiene la tradición litúrgica y oracional de la Iglesia en sus dos mil años de historia. En él están las rúbricas y todo lo necesario para la celebración de la Santa Misa. Eso es un misal. Si, señora Ferrusola, ese libro rojo y grueso que usted veía usar al mosén de su parroquia cuando iba los domingos a misa antes de irse en paz a delinquir

-         Capellán o mosén: es el asesor espiritual que acompaña a un grupo, o que dirige una Iglesia no parroquial o que está asignado para celebrar la Eucaristía en un convento o monasterio. Eso es un capellán y no un anónimo señor que la espera para hacer las irregulares transacciones transpirenáicas, transalpinas o transnacionales,...

-         Parroquia: división territorial eclesiástica que está bajo la jurisdicción espiritual de un párroco o rector. Iglesia principal de este territorio, donde se administran los sacramentos y se ofrece atención espiritual a los fieles o parroquianos. Eso es una parroquia y no el destino clandestino de un dinero fraudulento que usted gestionaba. En una parroquia se administran bienes económicos, materiales y espirituales en función del bien de las almas y no para el pecado de robo.

Doña Marta, no pretendo ser más duro de lo que he sido ya. Solo le quiero hacer saber que usando este lenguaje ha ofendido a muchos católicos que han visto vituperadas unas realidades muy cercanas y cotidianas en sus vidas.

Señora Ferrusola, tranquila, aún esta a tiempo de pedir perdón y reconciliarse con Dios y con la Iglesia.  Els seus bisbes catalans no van dir res a busted”, porque están más preocupados de construir un estado catalán junto a Puigdemont, Mas, Junqueras y las CUP (vaya tropa). Pero aún quedan pastores que sentimos la responsabilidad de decir la verdad. Reconozca que se confundió, que no debería haberlo hecho; que intentará, al menos, enmendar sus errores; haga penitencia y busque el rostro misericordioso de Dios.





P. Francisco Torres, pbro.