sábado, 10 de junio de 2017

ALABANZA A LA ETERNA Y SANTA TRINIDAD


HOMILIA EN EL DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD



Queridos hermanos en el Señor:

            En este domingo la Iglesia nos propone la contemplación del misterio Fontal de nuestra fe cristiana: la Santísima Trinidad. Celebrar esta verdad de fe significa fijar nuestros ojos en el centro del misterio de Dios, en Dios mismo. La primera lectura nos ofrece unos rasgos que muy bien pueden definir la originalidad del Dios judeo-cristiano. Ante la plegaria de Moisés, Dios no se resiste a bajar y pasar delante de Él. A veces puede asaltarnos el pensar que Dios está lejos, que no se preocupa de nosotros; ¡y nada más lejos de la realidad! Dios siempre está a la escucha de las necesidades de sus hijos, Él baja constantemente para atender el clamor de sus fieles. A este hecho los padres griegos lo llamaban la “synkatabasis”, esto es, la condescendencia.

            Pero Dios no se conforma solo con bajar sino que, además, quiere pasar ante nosotros, caminar al paso de su pueblo. El Dios de los caminos de la historia que se hace uno de nosotros hasta el punto de llegar a tomar carne humana sin dejar de ser Dios. Por eso, Moisés eleva esa sentida plegaria confiando en que Dios es el único que puede entender la tanto la torpeza del pueblo como su gran necesidad de Él.

            Otros dos rasgos que se atribuyen a Dios en este pasaje son el de “compasivo” y “misericordioso”. Dios baja y camina con nosotros movido por su compasión y derramando su misericordia. Es un Dios clemente y leal. Clemente cuando baja compasivo y leal cuando pasa misericordioso. Ese es el Dios de la revelación, el Dios que no tiene comparación con ningún otro.


            En el Nuevo Testamento, la manifestación de este Dios monoteísta da un paso más y se revela no solo como Padre, sino también como Hijo en Jesucristo y Espíritu Santo. Así lo pone de manifiesto san Pablo en la segunda lectura al despedirse de los corintios: gracia, amor y comunión. La gracia es Jesucristo porque es el gran don que el Padre eterno nos ha regalado para que, como dice el evangelio de Juan, nos salvara y no nos juzgara y condenara. El amor se relaciona con Dios por su carácter Fontal, es decir, el amor es la fuente de todas las relaciones personales tanto trinitarias como humanas y si Dios mismo es la fuente de todo, de ahí que Dios sea el amor, aunque san Agustín en su teoría psicológica entablará otra ecuación. Por último, el Espíritu Santo es comunión porque es quien puede unir y sintonizar los corazones de los fieles. El Espíritu es vínculo de caridad que nos une a todos en una fe, en un amor y en una esperanza.

            Sin embargo, no basta con saber cosas teóricas de Dios. Porque en Dios más que el ser importa el actuar. Dios reclama para sí mismo nuestra fe. Así lo expone el texto evangélico. La fe (gr.= pistis) y el creer (gr.= psiteuo) son modos de conocimientos que acompañan y completan a la pura razón humana (gr.= logos). Por eso, para mejor conocer a Dios no bastan con argumentos racionales o pruebas de su existencia; sino la experiencia de Dios en la vida.


            Dios baja hoy a tu vida, quiere caminar contigo, quiere mostrar su compasión y misericordia contigo. ¿Estas, hoy, dispuesto a acogerlo por la fe? El texto evangélico no admite dudas ni extrañas interpretaciones. El juicio depende la fe. Quien tiene fe no será juzgado porque ha asumido el amor de Dios en su vida, pero quien se niega a creer en Dios no ha conocido su amor y por tanto está lejos de la salvación.

            Así pues, queridos hermanos, la fiesta de la Santa Trinidad es una muy buena oportunidad para, como dijimos al principio, volver nuestra mirada al Dios único y verdadero, al Dios revelado en Tres Personas por Jesucristo. Nuestro Dios es un Dios de amor, de paz, compasivo, misericordioso, lento a la irá, rico en clemencia, que se abaja para estar con su pueblo, que quiere caminar junto a él. Tener fe, hermanos míos, es un regalo que no podremos agradecer nunca. Es un regalo cada día su amor y su desvelo por nosotros, su ternura y caridad. Por eso mismo, alabemos a la Santa y Eterna Trinidad, Unidad indivisible y única Trinidad, de la que todo procede y a la que todo se dirige, por los siglos de los siglos y eternidad de eternidades. Amén.

Dios te bendiga

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