viernes, 2 de junio de 2017

DOMINGO DE PENTECOSTÉS





Antífonas de entrada

«El Espíritu del Señor llenó la tierra y todo lo abarca, y conoce cada sonido. Aleluya». Tomada del libro de la Sabiduría, capítulo 1, versículo siete. Esta antífona, con la que iniciamos la celebración, nos evoca al relato de los orígenes del mundo cuando el Espíritu aleteaba sobre la faz de la tierra fecundando las aguas con el bateo de sus alas. La solemnidad de hoy supone un nuevo comienzo para el mundo y la humanidad entera, pues los dispersos por el pecado de Babel son congregados por la unidad de Pentecostés. El dador de vida realiza ahora su obra abarcándolo todo y animando cada cosa.

«El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que habita en nosotros. Aleluya». Construida a partir de la carta de san Pablo a los romanos capítulo 5, versículo 5 y capítulo 8, versículo 11. El Espíritu Santo es el gran don de la Pascua; posibilitador de la presencia viva y permanente del Resucitado en su Iglesia. El Espíritu Santo inunda el corazón del hombre haciendo de él un tabernáculo donde pueda morar la presencia santa de la Trinidad. Cristo ha derramado su sangre, el Padre y el Hijo derraman el Espíritu que hizo posible la fecundación del Verbo en el seno de la Virgen de donde recibió la carne y la sangre humana. Desde el inicio de la celebración de hoy se nos invita a abrir el corazón para acoger la gracia del Santo Espíritu.

Oración colecta

«Oh Dios, que por el misterio de esta fiesta santificas a toda tu Iglesia en medio de los pueblos y de las naciones, derrama los dones de tu Espíritu sobre todos los confines de la tierra y realiza ahora también, en el corazón de tus fieles, aquellas maravillas que te dignaste hacer en los comienzos de la predicación evangélica. Por nuestro Señor Jesucristo». Tomada del sacramentario gelasiano antiguo (s. VIII). Esta preciosa oración está estructurada en una triple perspectiva: la Iglesia, el mundo y los fieles. Respecto de la Iglesia, el Espíritu es quien la constituye como sacramento universal de salvación y como testimonio perenne de la presencia de Dios en medio de los pueblos y las naciones. Respecto del mundo, el Espíritu va preparando los confines de la tierra para que se abran al Evangelio, pues la creación entera espera la manifestación de los hijos de Dios (cf. Rom 8, 19). Respecto de los fieles, el Espíritu es quien inflama el corazón de éstos, como hizo en otro tiempo en Pentecostés, para que puedan descubrir las maravillas que Dios realiza en ellos. Por último, la oración recuerda que el Espíritu es el alma que da vida a la Iglesia, porque es el que hace posible que todas sus acciones litúrgicas y evangelizadoras sean fecundas y confieran la gracia que a través de ellas se demandan.

Oración sobre las ofrendas

«Te pedimos, Señor, que, según la promesa de tu Hijo, el Espíritu Santo nos haga comprender más profundamente la realidad misteriosa de este sacrificio y se digne llevarnos al conocimiento pleno de toda la verdad revelada. Por Jesucristo, nuestro Señor». Dice el Señor en el Evangelio que cuando venga el Espíritu Santo nos lo enseñaría toda porque había cosas que sin su luz interior no podemos comprender. Y ciertamente la transubstanciación del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor es un misterio que solo se comprende por una especial iluminación de la fe puesto que los sentidos se ven engañados cuando exteriormente ven pan y vino siendo en verdad Cuerpo y Sangre del Señor. Solo por la acción del Espíritu en nosotros somos conducidos a descubrir la verdad plena de las realidades ocultas bajo los signos externos.

Antífona de comunión

«Se llenaron todos de Espíritu Santo y hablaron de las grandezas de Dios. Aleluya». Tomada de Hechos de los apóstoles capítulo 2, versículos del 4 al 11. Como ya dijimos en comentarios anteriores, cuando recibimos la comunión sacramental, no solo comulgamos con el Cuerpo del Señor sino con la Trinidad entera porque cada una de las obras de las Divinas Personas, aunque sean atribuidas a una de ellas realmente están las otras dos implicadas. Así pues, según este principio teológico, al comulgar, de alguna manera, somos “pneumatizados” (= llenados del Espíritu Santo) para poder proclamar de palabra y obra todo lo que Dios ha hecho por nosotros, su entrega en la cruz, que se actualiza en la Eucaristía.

Oración después de la comunión

«Oh Dios, que has comunicado a tu Iglesia los bienes del cielo, conserva la gracia que le has dado, para que el don infuso del Espíritu Santo sea siempre nuestra fuerza, y el alimento espiritual acreciente su fruto para la redención eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor».  Esta nueva oración viene a reafirmar lo dicho en la colecta. Si ante se pidió la gracia septiforme del Espíritu, ahora vuelve a manifestarse la intención de que esta sea conservada sin mancha. Y en perspectiva escatológica sitúa la fuerza del Espíritu que nos viene por la constante nutrición de los alimentos espirituales.

Visión de conjunto

            Llegamos al final de la Pascua, tras la subida del Señor a los cielos a la Iglesia le es enviada la ayuda del Paráclito, el Espíritu defensor, por la complicada misión que tendrá; el espíritu de ciencia para que aprenda, interiorice y proclame la Verdad de su Señor y Dios, Jesucristo. El Espíritu de piedad para que constantemente ofrezca un culto sincero a Dios; el Espíritu de temor de Dios para que aprenda a amarle sinceramente y persevere en las buenas obras huyendo de todo aquello que desdiga de su misión y ofenda a Dios. El Espíritu de fortaleza para que se mantenga en pie y con entereza cuando las vicisitudes de la misión y los constantes ataques del mundo la humillen y le hagan zozobrar su fe; el Espíritu de consejo para que exhorte al mundo entero a volver a Dios, a no abandonar nunca la confianza puesta en Él; también para amonestar y denunciar el pecado y corrupción de este mundo que vicia las conciencias de los cristianos. El Espíritu de inteligencia para saber descubrir la acción poderosa y maravillosa de Dios a cada momento de su historia y en cada lugar donde se implanta; y el espíritu de sabiduría para guiar a la humanidad a la Verdad plena, para preparar un pueblo bien dispuesto hasta la vuelta de Jesucristo.

            Pentecostés, por tanto, es la fiesta de la Iglesia, porque es, en definitiva, el Espíritu que la anima y la impulsa por los caminos de la historia, como dice un himno de la liturgia de las horas: “Ésta es la fuerza que pone en pie a la Iglesia en medio de las plazas, y levanta testigos en el pueblo para hablar con palabras como espadas delante de los jueces”. Pero también, es el Espíritu que recrea al mundo y lo renueva constantemente. Es el Espíritu que atraviesa los muros y fronteras de las naciones para hacer de todos los pueblos un único pueblo por la fe en Jesucristo, el Señor.

            Como vemos, los siete dones que concede la gracia del Espíritu Santo son para nuestro provecho espiritual si sabemos demandarlos. La tercera Persona de la Trinidad bien sabe lo que necesitamos, el problema es que los cristianos muy pocas veces pedimos cosas grandes, nos conformamos con la oración rutinaria, pedir cosas de este mundo y para este mundo. El Espíritu Santo es quien crea en nosotros la voz de la oración, el espíritu de oración que nos hace pedir lo que realmente necesitamos.

Debemos, pues, queridos lectores, acrecentar en nosotros la fe en el Espíritu Santo, tenerle más presente en nuestra vida, confiar en sus inspiraciones e invocarle con frecuencia. Para ello, aquí te propongo la secuencia del Espíritu Santo que puede ayudarte a invocarlo con seguridad y confianza:

Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.


Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.


Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado
cuando no envías tu aliento.


Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas,
infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.


Reparte tus siete dones
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.
Amén.

Dios te bendiga

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