Ritos propios de la ordenación (continuación)
D)
Imposición de manos y plegaria de ordenación
No
haremos en este momento ninguna alusión a la plegaria de consagración episcopal
puesto que le dedicaremos el último apartado en exclusividad. Nos centraremos
ahora en los ritos y gestos que rodean a la plegaria y que intervienen en este
momento:
1.
Imposición de manos: la efectúan solo
el consagrante principal y los obispos que asisten a la ordenación. El ritual
prevé que los obispos asistentes digan en voz baja y con las manos juntas las
palabras esenciales de la plegaria consecratoria.
Es
un gesto de tradición bíblica (cf. Num 27, 15-23; Dt 34,9). De entre el rico
significado que tiene, nos interesa subrayar el de la transmisión de un oficio
y comunicación del espíritu. En tiempos de Jesús el mundo judío usaba de este
gesto para instalar a los dirigentes de una comunidad en sus cargos. Con él se
comunica un carisma estable (cf. 1Tim 4,14; 2Tim 1,6).
En
líneas generales, las liturgias de ordenación de los diversos ritos han
relacionado esta imposición de manos con la comunicación del Espíritu Santo, de
tal modo que ser ordenado no es solo un acto jurídico o una delegación de la
comunidad, sino, en palabras del ritual armeno, un “don de arriba”, un don que
viene de lo alto.
El
hecho de que el resto de obispos intervengan en este rito implica, como en el
caso del beso de paz que veremos más adelante, la agregación a un colegio. Es
un gesto de comunión a causa del espíritu y semejanza del cargo. Por último,
hemos de destacar que la imposición de manos lleva también parejo el
significado de sucesión, esto es, la garantía de la sucesión apostólica del
ministerio.
2. Imposición del evangeliario: el
consagrante principal pone sobre la cabeza del candidato el libro de los
evangelios, abierto y sostenido por dos diáconos hasta el final de la oración
consecratoria. Esta ceremonia ya se hacía en Roma en el s. V. Severiano Gábala (s. V) es
el primero en ofrecernos un testimonio sobre este rito relacionándolo con el
misterio de Pentecostés cuando el Espíritu Santo baja en forma de lenguas de
fuego sobre los obispos constituyéndolos doctores del universo. El mismo autor,
junto con san Juan Crisóstomo, ofrece un segundo simbolismo a este gesto: como
legislador de su grey, el obispo no ejerce su ministerio de manera despótica
sino que él mismo está regido por la Palabra de Dios, en el libro de los
evangelios puesto sobre la cabeza del candidato observamos la autoridad
superior a la que está sometido como obispo: el mismo Jesucristo.
En
conjunto, el Espíritu Santo esta doblemente expresado, así, en la ordenación
episcopal. Con esto se significa, en síntesis, que los obispos son edificados
por el Espíritu y la Palabra por lo que su comportamiento debe ser guiado por
estos dos y sometido a ellos. También la eficacia sacramental de su ministerio
le viene a los obispos por estos dos elementos, que, a su vez, hacen crecer a
la Iglesia.
E)
Unción en la cabeza
«Dios, que te ha hecho partícipe del sumo
sacerdocio de Cristo, derrame sobre ti el bálsamo de la unción y con sus bendiciones
te haga abundar en frutos». El
rito de la unción con aceite tiene su raigambre en el mundo bíblico, v.gr. la
unción de Aarón (cf. Lv 8,12) para conferir unos poderes y una consagración
especial a un sujeto al que se pone al frente del pueblo. Los Santos Padres
como san León Magno, Efrén o Gregorio Magno hablan de la unción sacerdotal en
sentido figurado pero al materializarse como rito, comienza a pensarse que esta
unción confiere la gracia de la consagración que le capacita bendecir y
consagrar. Sin embargo, en el Pontifical actual, la fórmula acentúa la línea
teológica de la configuración con Jesucristo, Sumo Sacerdote.
Por
esta configuración con Jesucristo, sumo sacerdote, de la persona y ministerio
del obispo se difunde y distribuye sobre los miembros del cuerpo eclesial.
F)
Entrega del libro de los Evangelios
«Recibe el Evangelio, y proclama la Palabra
de Dios con deseo de instruir y con toda paciencia». Formula de nueva
incorporación, tomada de las palabras de 2Tim 4,2; que también está presente en
la primera edición reformada de 1969. Pocas aclaraciones necesitan estas
escuetas e intensas palabras. Este rito fue introducido en el Pontifical romano
del s. XII.
El obispo ha sido
constituido como primer heraldo del Evangelio en su diócesis, pues por la
proclamación de éste será como congregue a todos los hombres y mujeres en torno
a Jesucristo como se señala en el mismo Concilio: «En el ejercicio de su ministerio de enseñar, anuncien a los hombres el
Evangelio de Cristo, deber que sobresale entre los principales de los Obispos,
llamándolos a la fe con la fortaleza del Espíritu o confirmándolos en la fe
viva. Propónganles el misterio íntegro de Cristo, es decir, aquellas verdades
cuyo desconocimiento es ignorancia de Cristo, e igualmente el camino que se ha
revelado para la glorificación de Dios y por ello mismo para la consecución de
la felicidad eterna» (ChD 12).
Dios te bendiga
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