miércoles, 7 de junio de 2017

ORDENACIÓN EPISCOPAL (IV)


Ritos propios de la ordenación (continuación)

D) Imposición de manos y plegaria de ordenación

No haremos en este momento ninguna alusión a la plegaria de consagración episcopal puesto que le dedicaremos el último apartado en exclusividad. Nos centraremos ahora en los ritos y gestos que rodean a la plegaria y que intervienen en este momento:

1. Imposición de manos: la efectúan solo el consagrante principal y los obispos que asisten a la ordenación. El ritual prevé que los obispos asistentes digan en voz baja y con las manos juntas las palabras esenciales de la plegaria consecratoria.

Es un gesto de tradición bíblica (cf. Num 27, 15-23; Dt 34,9). De entre el rico significado que tiene, nos interesa subrayar el de la transmisión de un oficio y comunicación del espíritu. En tiempos de Jesús el mundo judío usaba de este gesto para instalar a los dirigentes de una comunidad en sus cargos. Con él se comunica un carisma estable (cf. 1Tim 4,14; 2Tim 1,6).

En líneas generales, las liturgias de ordenación de los diversos ritos han relacionado esta imposición de manos con la comunicación del Espíritu Santo, de tal modo que ser ordenado no es solo un acto jurídico o una delegación de la comunidad, sino, en palabras del ritual armeno, un “don de arriba”, un don que viene de lo alto.

El hecho de que el resto de obispos intervengan en este rito implica, como en el caso del beso de paz que veremos más adelante, la agregación a un colegio. Es un gesto de comunión a causa del espíritu y semejanza del cargo. Por último, hemos de destacar que la imposición de manos lleva también parejo el significado de sucesión, esto es, la garantía de la sucesión apostólica del ministerio.

2. Imposición del evangeliario: el consagrante principal pone sobre la cabeza del candidato el libro de los evangelios, abierto y sostenido por dos diáconos hasta el final de la oración consecratoria. Esta ceremonia ya se hacía en Roma en el s. V. Severiano Gábala (s. V) es el primero en ofrecernos un testimonio sobre este rito relacionándolo con el misterio de Pentecostés cuando el Espíritu Santo baja en forma de lenguas de fuego sobre los obispos constituyéndolos doctores del universo. El mismo autor, junto con san Juan Crisóstomo, ofrece un segundo simbolismo a este gesto: como legislador de su grey, el obispo no ejerce su ministerio de manera despótica sino que él mismo está regido por la Palabra de Dios, en el libro de los evangelios puesto sobre la cabeza del candidato observamos la autoridad superior a la que está sometido como obispo: el mismo Jesucristo.

En conjunto, el Espíritu Santo esta doblemente expresado, así, en la ordenación episcopal. Con esto se significa, en síntesis, que los obispos son edificados por el Espíritu y la Palabra por lo que su comportamiento debe ser guiado por estos dos y sometido a ellos. También la eficacia sacramental de su ministerio le viene a los obispos por estos dos elementos, que, a su vez, hacen crecer a la Iglesia.

E) Unción en la cabeza

«Dios, que te ha hecho partícipe del sumo sacerdocio de Cristo, derrame sobre ti el bálsamo de la unción y con sus bendiciones te haga abundar en frutos». El rito de la unción con aceite tiene su raigambre en el mundo bíblico, v.gr. la unción de Aarón (cf. Lv 8,12) para conferir unos poderes y una consagración especial a un sujeto al que se pone al frente del pueblo. Los Santos Padres como san León Magno, Efrén o Gregorio Magno hablan de la unción sacerdotal en sentido figurado pero al materializarse como rito, comienza a pensarse que esta unción confiere la gracia de la consagración que le capacita bendecir y consagrar. Sin embargo, en el Pontifical actual, la fórmula acentúa la línea teológica de la configuración con Jesucristo, Sumo Sacerdote.

Por esta configuración con Jesucristo, sumo sacerdote, de la persona y ministerio del obispo se difunde y distribuye sobre los miembros del cuerpo eclesial.

F) Entrega del libro de los Evangelios

«Recibe el Evangelio, y proclama la Palabra de Dios con deseo de instruir y con toda paciencia». Formula de nueva incorporación, tomada de las palabras de 2Tim 4,2; que también está presente en la primera edición reformada de 1969. Pocas aclaraciones necesitan estas escuetas e intensas palabras. Este rito fue introducido en el Pontifical romano del s. XII.
             El obispo ha sido constituido como primer heraldo del Evangelio en su diócesis, pues por la proclamación de éste será como congregue a todos los hombres y mujeres en torno a Jesucristo como se señala en el mismo Concilio: «En el ejercicio de su ministerio de enseñar, anuncien a los hombres el Evangelio de Cristo, deber que sobresale entre los principales de los Obispos, llamándolos a la fe con la fortaleza del Espíritu o confirmándolos en la fe viva. Propónganles el misterio íntegro de Cristo, es decir, aquellas verdades cuyo desconocimiento es ignorancia de Cristo, e igualmente el camino que se ha revelado para la glorificación de Dios y por ello mismo para la consecución de la felicidad eterna» (ChD 12).

                                                                           Dios te bendiga


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