sábado, 29 de julio de 2017

DISCERNIR PARA VIVIR


HOMILIA DEL XVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


Queridos hermanos en el Señor:

            Si el domingo pasado el Señor nos ilustraba con parábolas cómo es el Reino de Dios, en éste pretende ilustrarnos, por el mismo método, cómo descubrirlo vivo y actuante en nosotros. En otras palabras, hoy el Señor quiere enseñarnos a discernir.

            El jesuita Thomas H. Green nos ofrece una definición de discernimiento que pueda arrojar suficiente luz para entender todo lo que en la homilía se dirá: “el proceso por el cual nosotros examinamos, a la luz de la fe y en la connaturalidad del amor, la naturaleza de los estados espirituales que experimentamos en nosotros y en los demás. El propósito de tal examen es decidir lo más posible cuáles de los movimientos que experimentamos nos llevan al Señor y a un servicio más perfecto de Él y de nuestros hermanos, y cuáles nos apartan de este fin”. Esta definición se basa, como no podía ser de otra manera, en lo que dispone san Ignacio de Loyola en el principio y fundamento de los ejercicios espirituales: “y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado. De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar dellas, quanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse dellas, quanto para ello le impiden” (EE.EE 23).

            En primer lugar, el discernimiento es un don de Dios. Así lo muestra el pasaje del primer libro de los Reyes que hemos leído hace un momento. Salomón se siente abrumado por la pesada carga que supone el gobierno de la nación y pide a Dios que le conceda la sabiduría necesaria para desempeñarlo fielmente. Dios le premia con el don del discernimiento. Por tanto, queridos hermanos, para una sana vida espiritual lo primero es pedir a Dios que nos conceda la capacidad de saber pedir en cada momento lo que mejor nos conviene. No lo que nos apetece; no lo que nos gustaría; no lo que precisamos inmediatamente. Es sabido que uno de los dones del Espíritu Santo es el don de sabiduría, otro el de conocimiento y otro el de ciencia. Estos tres están interconectados en el discernimiento porque suponen la potenciación no solo de nuestras capacidades intelectuales sino también las sensoriales.

            Para mejor discernir en cada ocasión, Dios se mostró siempre diáfano y presente al hombre a través de la ley moral natural, los preceptos evangélicos y los mandamientos. Lo bueno y lo malo no se mueven, pues, en el confuso devenir de las épocas, sino que permanecen fijos y seguros en la absoluta revelación divina. El gran pecado de nuestro tiempo es el haber invertido los valores y juicios morales acerca del bien y del mal. Hoy, el diablo ha confundido tanto las conciencias que cuesta valorar la realidad en su justa medida. Es el triunfo del relativismo del que tantas veces nos advertía el papa Benedicto XVI. Un fundamento inestable que va creando insatisfacción e inseguridad desembocando en un totalitarismo ideológica en que al no existir verdades absolutas, se alzan tan violentamente las opiniones que se acaban imponiendo como verdades.


Por ello, es cada vez más necesario retomar la oración impetrante al Espíritu Santo. Porque con su luz santísima disipa las tinieblas del error y nos conduce hasta el sentido profundo de las verdades últimas. Puede servirnos esta clásica oración: “Oh Dios, que has iluminado los corazones de tus hijos con la luz del Espíritu Santo; haznos dóciles a tu Espíritu para gustar siempre el bien y gozar de su consuelo”.

Queridos hermanos, el discernimiento es una constante en la vida cristiana por eso hemos de entenderla bien para vivirla mejor. Pueden servirnos algunas preguntas como: ¿Esto es bueno o es malo?, ¿Agradará a Dios o lo entristecerá?, ¿Dios lo contempla en su ley o está al margen de su voluntad?, ¿Beneficiará a mi prójimo o lo perjudicará?, ¿He pedido consejo al director espiritual o he actuado por cuenta propia?, ¿He calculado seriamente las consecuencias?, ¿Lo he orado?, etc

Ánimo hermanos, pensemos bien en este punto crucial de la vida espiritual. Pidamos, cada día, la luz del Espíritu Santo para acertar en las decisiones y cumplir siempre y en todo la voluntad de Dios, aunque cueste. Así sea.

Dios te bendiga

viernes, 28 de julio de 2017

DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO






Antífona de entrada

«Dios vive en su santa morada. Dios, el que hace habitar juntos en su casa, él mismo dará fuerza y poder a su pueblo». Del salmo 67, versículos 6 al 7 y 36. Esta antífona al inicio de la celebración nos recuerda el lugar donde estamos. Hoy, en un mundo donde se confunde lo sagrado con lo profano; donde incluso hay teólogos que niegan esta misma distinción, este versículo del salmo 67 pone a los fieles ante la realidad: hay un espacio único y reservado para Dios: su templo santo. Lugar donde quiere reunir a sus hijos, todos juntos, cada domingo para dar su fuerza y su gracia quienes se unen en la alabanza.

Oración colecta

«Oh Dios, protector de los que en ti esperan y sin el que nada es fuerte ni santo; multiplica sobre nosotros tu misericordia, para que, instruidos y guiados por ti, de tal modo nos sirvamos de los bienes pasajeros que podamos adherirnos ya a los eternos. Por nuestro Señor Jesucristo». Tomada del Gelasiano antiguo (s. VIII) y presente en el misal romano de 1570. Una antigua antífona bizantina, que hoy ha quedado como jaculatoria, decía así: “Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten misericordia de nosotros”.

Frente al pecado humano, decimos “Santo Dios”; ante la debilidad humana clamamos “Santo Fuerte”; frente a la contingencia y la finitud humana, nosotros recurrimos a Dios gritando “Santo Inmortal”. Solo de Dios viene la santidad y la fuerza del pueblo que tiene que caminar por este mundo, guiados por la iluminación del Espíritu Santo que se concreta en los preceptos y mandatos divinos. Esto se vive en medio de las limitaciones materiales del mundo que son un simple medio para alcanzar los tesoros que perduran en lo eterno.

Oración sobre las ofrendas

«Recibe, Señor, las ofrendas que te presentamos gracias a tu generosidad, para que estos misterios, donde tu poder actúa eficazmente, santifiquen los días de nuestra vida y nos conduzcan a las alegrías eternas. Por Jesucristo, nuestro Señor». Tomada del misal romano de 1570. ¿Podemos ofrecer algo a Dios? ¿El dominio de Dios sobre el universo está mutilado o incompleto? Ciertamente no a los dos interrogantes. Por eso la expresión “las ofrendas que te presentamos gracias a tu generosidad” significa reconocer que todo lo hemos recibido de Él y que a Dios le agrada que le tributemos un culto y nos da los elementos necesarios para ello.

La segunda idea importante la recoge la expresión “donde tu poder actúa eficazmente”. Hace notar que no es pura acción humana, sino que en el culto Dios compromete su poder y su palabra. El culto solo es posible en tanto en cuanto la acción del Espíritu potencia la desnuda naturaleza elevándola a alimento sobrenatural para el alma.

La tercera idea se ve enriquecida con una doble perspectiva del fin de la Eucaristía. Por un lado, es alimento para fortalecimiento de la peregrinación cristiana que transita este mundo “santifiquen los días de nuestra vida”; por otro, la Eucaristía es viático para la vida eterna y prenda de la gloria futura, antesala del banquete celestial y anticipo de las bodas del Cordero; por eso dice la oración “y nos conduzcan a las alegrías eternas”.  

Antífonas de comunión

«Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios». Tomado del salmo 102, versículo 2. ¿Puede haber mayor bendición o mayor beneficio que recibir a Cristo real y  sacramentalmente en la comunión? Esta reflexión es la que nos sugiere la actual antífona. Éste es el precioso don que recibimos en este momento de la celebración.

«Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios». Del evangelio según san Mateo, capítulo 5, versículos del 7 al 8. Esta antífona expresa dos frutos que la comunión crea en nosotros: un corazón misericordioso y un corazón limpio de impureza. Pero también dos actitudes con las que hemos de acercarnos a comulgar: seremos dignos de recibir al Señor en comunión si hemos practicado la misericordia con el prójimo y si estamos en gracia de Dios.

Oración para después de la comunión

«Hemos recibido, Señor, el santo sacramento, memorial perpetuo de la pasión de tu Hijo; concédenos que este don, que él mismo nos entregó, con amor inefable, sea provechoso para nuestra salvación. Por Jesucristo, nuestro Señor». Siguiendo la línea teológica normal, esta oración nos remite a la perspectiva escatológica de la Eucaristía: el alimento de la salvación, la recepción de los frutos salvíficos del misterio pascual de Jesucristo.

Visión de conjunto

            San Ignacio de Loyola en su “principio y fundamento”, al inicio de los Ejercicios Espirituales afirma lo siguiente respecto de los bienes materiales: “El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado. De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar dellas, quanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse dellas, quanto para ello le impiden”.

            Esta sentencia del santo español puede ayudarnos, hoy, a comprender qué sentido y qué valor tienen, para los cristianos, los bienes materiales. Sobre todo, frente a los espiritualismos desencarnados y a las corrientes pauperistas radicales que bajo el esquema marxista y al paraguas de la Teología de la Liberación han ido inoculándose en el pueblo de Dios como un veneno corrosivo.

            Esto ha provocado  interpretaciones de tinte político del santo evangelio hasta el punto de ligar la salvación a la clase social a la que se perteneciera. Y a decir verdad, los pobres no se salvan por ser pobres por la misma razón que los ricos no se salvan por ser ricos; sino más bien, pobres y ricos se salvan por cumplir con los preceptos morales inspirados por Dios y el cumplimiento de ley natural. El problema, en este sentido, es cuando se ha querido, como dije antes, interpretar la salvación conforme al esquema marxista de la lucha de clases: pobres contra ricos, comunidades de base contra Iglesia oficial.

            Pero ni la Escritura, ni la liturgia, ni san Ignacio indican nada de esto. Sino más bien se nos llama a hacer un justo uso de las riquezas. Para eso, la Doctrina Social de la Iglesia nos ofrece cinco principios basales sobre los que se estructura la mejor comprensión del uso que hemos dar a los bienes.

1. Principio del bien común: se trata del conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección. Es decir, la suma del bien de cada uno de sus miembros. Una forma preciosa de romper con el egoísmo y el individualismo que nos hace encerrarnos en nuestro propio “yo”. El bien común es un deber de todos los miembros de la sociedad: ninguno está exento de colaborar, según las propias capacidades, en su consecución y desarrollo. Y por ello, conlleva unas exigencias que se recogen en el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia: “compromiso por la paz, a la correcta organización de los poderes del Estado, a un sólido ordenamiento jurídico, a la salvaguardia del ambiente, a la prestación de los servicios esenciales para las personas, algunos de los cuales son, al mismo tiempo, derechos del hombre: alimentación, habitación, trabajo, educación y acceso a la cultura, transporte, salud, libre circulación de las informaciones y tutela de la libertad religiosa. Sin olvidar la contribución que cada Nación tiene el deber de dar para establecer una verdadera cooperación internacional, en vistas del bien común de la humanidad entera, teniendo en mente también las futuras generaciones” (CDSI 166).

La doctrina de la Iglesia, además, puntualiza a quién compete garantizar este bien común y qué papel tiene cada institución intermedia: “La responsabilidad de edificar el bien común compete, además de las personas particulares, también al Estado, porque el bien común es la razón de ser de la autoridad política. […] La persona concreta, la familia, los cuerpos intermedios no están en condiciones de alcanzar por sí mismos su pleno desarrollo; de ahí deriva la necesidad de las instituciones políticas, cuya finalidad es hacer accesibles a las personas los bienes necesarios —materiales, culturales, morales, espirituales— para gozar de una vida auténticamente humana. El fin de la vida social es el bien común históricamente realizable” (CDSI 168).

2. Principio del destino universal de los bienes: se trata ante todo de un derecho natural, inscrito en la naturaleza del hombre. El principio del destino universal de los bienes de la tierra está en la base del derecho universal al uso de los bienes. Todo hombre debe tener la posibilidad de gozar del bienestar necesario para su pleno desarrollo. Y añade: “El principio del destino universal de los bienes invita a cultivar una visión de la economía inspirada en valores morales que permitan tener siempre presente el origen y la finalidad de tales bienes, para así realizar un mundo justo y solidario, en el que la creación de la riqueza pueda asumir una función positiva. La riqueza, efectivamente, presenta esta valencia, en la multiplicidad de las formas que pueden expresarla como resultado de un proceso productivo de elaboración técnico-económica de los recursos disponibles, naturales y derivados; es un proceso que debe estar guiado por la inventiva, por la capacidad de proyección, por el trabajo de los hombres, y debe ser empleado como medio útil para promover el bienestar de los hombres y de los pueblos y para impedir su exclusión y explotación” (CDSI 174).

3. Principio de subsidiariedad: es imposible promover la dignidad de la persona si no se cuidan la familia, los grupos, las asociaciones, las realidades territoriales locales, en definitiva, aquellas expresiones agregativas de tipo económico, social, cultural, deportivo, recreativo, profesional, político, a las que las personas dan vida espontáneamente y que hacen posible su efectivo crecimiento social. Es éste el ámbito de la sociedad civil, entendida como el conjunto de las relaciones entre individuos y entre sociedades intermedias, que se realizan en forma originaria y gracias a la « subjetividad creativa del ciudadano». La red de estas relaciones forma el tejido social y constituye la base de una verdadera comunidad de personas, haciendo posible el reconocimiento de formas más elevadas de sociabilidad (cf. CDSI 185). El principio de subsidiaridad protege a las personas de los abusos de las instancias sociales superiores e insta a estas últimas a ayudar a los particulares y a los cuerpos intermedios a desarrollar sus tareas. Este principio se impone porque toda persona, familia y cuerpo intermedio tiene algo de original que ofrecer a la comunidad.

4. Principio de participación: consiste en una serie de actividades mediante las cuales el ciudadano, como individuo o asociado a otros, directamente o por medio de los propios representantes, contribuye a la vida cultural, económica, política y social de la comunidad civil a la que pertenece. La participación es un deber que todos han de cumplir conscientemente, en modo responsable y con vistas al bien común. La participación no puede ser delimitada o restringida a algún contenido particular de la vida social, dada su importancia para el crecimiento, sobre todo humano, en ámbitos como el mundo del trabajo y de las actividades económicas en sus dinámicas internas, la información y la cultura y, muy especialmente, la vida social y política hasta los niveles más altos, como son aquellos de los que depende la colaboración de todos los pueblos en la edificación de una comunidad internacional solidaria. Desde esta perspectiva, se hace imprescindible la exigencia de favorecer la participación, sobre todo, de los más débiles, así como la alternancia de los dirigentes políticos, con el fin de evitar que se instauren privilegios ocultos; es necesario, además, un fuerte empeño moral, para que la gestión de la vida pública sea el fruto de la corresponsabilidad de cada uno con respecto al bien común (cf. CDSI 189).

5. Principio de solidaridad: la solidaridad nace de la sociabilidad de la persona humana, de la igualdad de todos en dignidad y derechos, del camino común de los hombres y de los pueblos hacia una unidad cada vez más convencida. La solidaridad es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos ».La solidaridad se eleva al rango de virtud social fundamental, ya que se coloca en la dimensión de la justicia, virtud orientada por excelencia al bien común, y en « la entrega por el bien del prójimo, que está dispuesto a "perderse", en sentido evangélico, por el otro en lugar de explotarlo, y a "servirlo" en lugar de oprimirlo para el propio provecho (cf. CDSI 193).

Ojalá que estos principios básicos nos ayuden para hacer siempre un uso recto y bueno de los bienes que por gracia de Dios podemos gozar hoy. Que nuestro corazón no ambicione ni codicie nada que ponga en peligro la salvación de nuestra alma. Sino que usemos de los bienes de este mundo amando intensamente los del cielo.

Dios te bendiga




miércoles, 26 de julio de 2017

LAS MORCILLAS




Permitan, señores lectores, que en al final de este caluroso mes de Julio hagamos un poco de esparcimiento en los temas litúrgicos que en este primer año del blog hemos venido tratando. Y para que en esta despedida en el periodo estival no quede en nosotros un amargo sabor de boca, quisiera, si ustedes me lo permiten hablarles hoy de las morcillas. Si, ese embutido típico de nuestras tierras de Castilla hechos a base de sangre y cebolla aunque hay lugares que les añaden grasa animal o arroz o piñones, etc.

Pero no es, precisamente, del arte culinario y matancero del que yo querría hablarles en este post sino de la tercera acepción que el diccionario de la RAE (= Real Academia de la Lengua española) hace del término “morcilla”; dice así: “en un espectáculo, palabra o frase improvisadas que añade un actor”. Así sin más no nos dice nada pero referido a la liturgia o al ámbito celebrativo, puede suscitarnos varias consideraciones.

¿Qué son las “morcillas litúrgicas”? dícese de las improvisadas palabras o frases que los celebrantes intercalan en las fórmulas litúrgicas desvirtuando la sobriedad lírica romana y haciendo tediosa y harto insoportable la celebración. Pongamos algunos ejemplos:

Estamos al inicio de la celebración y tras el saludo inicial a la asamblea, el celebrante o un monitor inicia una monición de entrada. Hasta aquí todo normal, pero la primera ristra de morcillas viene cuando la misma monición se prolonga y se prolonga en el tiempo hasta el punto de convertirse en la primera homilía de la misa. Y la cosa empeora cuando tras la eterna monición comienza con la eviterna monición del celebrante. Una vez superada esta prueba, pasemos a la conclusión del acto penitencial. La fórmula litúrgica dice así: “Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna”. Pero haylos que se empeñan en añadir estas cosas (o al menos las que yo he escuchado): “Dios todopoderoso (en amor) tenga misericordia de (todos) nosotros y (un día) nos lleve a la vida eterna”.

¡Fíjense! En una frase tan pequeña hemos metido tres morcillas (todas innecesarias). ¿Por qué “todopoderoso en amor” si la omnipotencia divina no tiene límites ni condicionantes?; ¿Por qué el cuantitativo “todos nosotros” si ya se sabe que el plural de la primera persona hace referencia a un grupo variado y plural de personas?; Y ¿Por qué añadir la categoría temporal limitante “un día” en algo que solo depende de la voluntad eterna y escatológica de Dios? A veces, por querer decirlo todo acabamos diciendo nada.

Otra morcilla litúrgica muy repetida en nuestras iglesias es la decir al final de la primera o segunda lectura “es palabra de Dios” o “esto es palabra de Dios”. Eso ya lo sabemos, querido lector de la Palabra. La fórmula litúrgica que recoge la OLM (=Ordenación de las Lecturas de la Misa) es la siguiente: “Palabra de Dios” (OLM 125). Otra morcilla que suele meterse en la liturgia de la Palabra, y a veces resulta un tanto divertida, es el cambio de los nombres de los libros sagrados cuando el lector no es muy ducho en el arte de la dicción, v.gr. decir Carta de san Pablo a los Adefesios en lugar de los Efesios o a los Filipinos en lugar de los Filipenses, o cuando Pablo se dirige a “¡Ay coño!” En lugar de “a Iconio”. En fin… de todo hay.

Otra morcilla litúrgica suelen ser las peticiones interminables. Esto es, aquellas preces inventadas por alguien de la comunidad, generalmente en el grupo que prepara la celebración, y que son tan largas y rebuscadas que al final no sabemos por qué estamos intercediendo, v. gr. Te pedimos, Señor, por aquellos países que sufren el drama de la precariedad estructural y cuyo desarrollo se ve imposibilitado por los intereses subrepticios de las potencias económicas más solventes que esquilman los recursos autóctonos de los mismos, para que sus conciudadanos puedan gozar de un progresivo desarrollo asentado sobre la justicia social que merecen, roguemos al Señor. Díganme, señores lectores ¿de qué se han enterado? Yo, personalmente, que soy quien lo ha escrito, no me he enterado de nada. Pero si digo: Te pedimos, Señor, por los países pobres para que la generosidad de todos les ayude a salir de su situación, roguemos al Señor. Esto es ya más inteligible. Esto hay que cuidarlo mucho.

En el ofertorio, desde hace mucho tiempo se ha venido metiendo una morcilla litúrgica que yo, sinceramente, he mirado en varios libros para ver que fundamento tiene y nunca he encontrado nada, si algún lector lo hallara le agradecería que me lo hiciese llegar. Me estoy refiriendo a la fórmula ofertorial: “Bendito seas, Señor, Dios del universo por este pan y este vino fruto de la tierra y de la vid y del trabajo del hombre que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos, ellos sean pan y bebida de la salvación”. Eso no lo pone en ningún lado y sin embargo (será por abreviar la misa) lo dicen así. Al menos es una morcilla teológicamente bien hecha pero nunca se han presentado el pan y el vino a la vez a lo largo de la tradición litúrgica de la Iglesia.

Respecto de la plegaria eucarística una cosa es meter morcillas y otra muy distinta es inventarse la plegaria. Esto último es reprobable. Es cierto que la estructura de la plegaria eucarística da poco margen para la improvisación (distinto de la invención) pero sí que pueden introducirse algún elemento creado por un celebrante “inventólogo”. Lo mejor es ceñirse fiel y amorosamente al texto, que ya es mucho lo que nos invita a decir.

Pero creo, señores lectores, que la reina de las morcillas, la que se lleva el nobel morcillero, la que provoca una amplia gama de introspección teológica del celebrante es la que se acomete en la mostración del “Cordero de Dios”. ¡Vamos a ver! si el texto es ya de por sí bastante explícito al decir “este es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo, dichosos los invitados a la cena del Señor”, díganme por qué es necesario meter todos los adjetivo cristológicos, misterios, propiedades nocionales en ese momento. Ejemplo: “este es (Jesús, el Señor, el Hijo de Dios, el nacido de María, el que anduvo por los caminos de Galilea, el que murió en la cruz, el que resucitó, el que nos ha revelado al Padre,….) el cordero de Dios que quita el pecado del mundo, dichosos los invitados a la cena del Señor”. Si todo eso ya lo sabemos. Está la catequesis para explicarlo. Liturgia no es catequesis aunque se necesiten y se complementen.

Luego también hay morcillas encomiables como el típico poema sentimentaloide que algunos hacen al final de la misa a modo de oración de pos comunión. Una vez estuve en una misa (yo era seminarista entonces) en que el cura al final de la misa en lugar de hacer la oración pos comunión rezó el conocido poema “como el niño que no sabe dormirse…” que, para quien no lo sepa, es el himno que en la Liturgia de las Horas para España se reza en completas. Reconozco que hubo quienes salieron compungidas porque “era muy bonito eso que han leído” pero no sabían más.

En fin, queridos lectores, las morcillas están muy bien pero para comerlas con una jarrita de cerveza fresquita ahora en verano; pero en la acción litúrgica sobran por completo.


Háganme caso y no lo piensen más

para morcillas ricas ricas

las que en Guadalupe (Extremadura) encontrarán

unas pican otras dulce están

y con un bacalao “rebozao”

del respetable las delicias harán.



Baje un día a Guadalupe

o suba si por el sur vinieren

y entren en el monasterio

para ver a la Madre del Rey de reyes.

Guadalupe lleva por nombre,

patrona de la Hispanidad

Reina de las Villuercas

y de sus hijos amparo y bondad.



Después de haber rezado

el ángelus o lo que fuera menester

no duden en darse el gusto,

el relame y el placer

de comerse unas morcillas

como “si fuera un marqués”.



Verán con qué alegría

recuerdan este post

que en la liturgia todo sobra

siempre que sea invención.

Y si a algún ministro vieren

que morcillas en misa metiera

no lo acusen allí mismo

ni lo traten con dureza.



Háganle ver al padre

que no lo está haciendo bien

y que los fieles, a menudo saben

lo que si se ha de hacer.

Tenga buen verano,

querido y estimado lector,

que este cura que les habla

hasta septiembre dice adiós.





P.D. Aunque en  agosto no haya más post los miércoles, tengan en cuenta ustedes que seguiré mandando el comentario y la homilía de la misa dominical.

Buen Verano!!

Dios te bendiga

martes, 25 de julio de 2017

CATOLICOS Y ESPAÑOLES





Hoy la Iglesia de España celebra la solemnidad de su santo Patrón, Santiago Apóstol, el “santo adalid, Patrón de las Españas, amigo del Señor”. No vamos a entrar en qué hay de verdad y qué de leyenda en el hecho de que Santiago pisara nuestro suelo patrio, simplemente quisiera compartir con ustedes, queridos lectores, algunas consideraciones desde los textos de la Palabra de Dios que la Iglesia propone para esta fiesta.

Situación actual: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres».

            En este primer punto haremos un planteamiento general de la situación actual en que los católico españoles nos encontramos. Actualmente vivimos en una sociedad que ha sido sometida a un programa sistemático de des-cristianización. De unos años para acá, no han cesado de sucederse una lenta y casi imperceptible marginación de los católicos en la sociedad. En aras de la laicidad, el hecho religioso mayoritario de España ha ido arrinconándose de tal modo, que diera la impresión de que el catolicismo más que configurar la historia, la vida, la sociedad, la cultura, en una palabra el “alma de España”, es, poco menos, que el mayor enemigo de la misma.

            Ser católicos hoy supone una opción de riesgo y un objeto de burla, mofa y befa por parte de los mass media (cine, radio, televisión), así como de los mismos gobiernos, que se suponen habrían de vigilar por la pacífica y feliz convivencia de todos los ciudadanos.

            De unos años para acá no han cesado de sucederse la aprobación de leyes, decretos y normas que han ido en un directo ataque a los católicos y a las raíces católicas de nuestro país:

·         En el año 1981 se aprobaba la ley del divorcio en España. Ley elaborada por el entonces ministro Francisco Fernández Ordóñez (UCD).

·         En el año 1985 se aprueba la ley de supuestos del aborto por el gobierno de Felipe González. Y mantenida por los gobiernos de Aznar (PP).

·         En el año 1998, siendo ministra de sanidad Celia Villalobos (PP) comenzó a promoverse el uso de la píldora abortiva o “píldora del día después” RU-460, siendo distribuida gratuitamente en el años 2004.

·         En el año 2005 el gobierno de Zapatero (PSOE) aprueba la ley del matrimonio homosexual. Ley mantenida sin cambios por el gobierno de Rajoy (PP). Y la del divorcio exprés, también mantenida por el PP.

·         En el año 2010 el gobierno de Zapatero (PSOE) reformaba la ley del aborto de 1985 pasando de la ley de supuestos a una ley de plazos. Lo más grave resultaba el libre acceso de las menores a abortar sin que fuera necesario el consentimiento paterno. El gobierno de Rajoy  (PP) mantuvo esta ley, cambiando solo lo tocante a las menores.

·         En los últimos años en distintas comunidades autónomas (Extremadura, Madrid, Andalucía, Cataluña, etc) se han ido aprobando distintas leyes LGTB totalitarias que pueden acarrear multas cuantiosas, cuando no la cárcel, a quienes osen discrepar, y más públicamente, de la ideología de género o de los postulados LGTB. Estas regiones se señalan a continuación:



·         Y actualmente en España hay un empeño por legalizar tanto la eutanasia como los llamados vientres de alquiler.

            Y ante estas leyes desafiantes y los ataques que han de venir, a los católicos españoles nos situamos ante la disyuntiva de aquellos apóstoles: obedecer a Dios u obedecer a los hombres. Agradar a Dios o al mundo. Hoy no es raro ver persecuciones y presión social contra obispos valientes que hablan sin tapujos sobre la actual deriva ideológica de España. Algunos de ellos son llevados a los tribunales civiles y otros al escarnio social y mediático. La objeción de conciencia es ignorada en muchos casos.


            Y lo que es más escandalosos es que esas leyes y esos mismos gobiernos que las promueven han sido elegidos con el voto de los católicos que tienen, hoy por hoy, su voto cautivo tanto por los dos grandes partidos posibilistas como por los dos que van a la zaga de serlo. Los católicos vivimos hoy en la orfandad política y cultural puesto que no hay partidos que recojan la Doctrina Social de la Iglesia y si los hay, están condenados al silencio mediático de la política monopolística de la información.

            Así pues, los católicos españoles, a quienes muchas veces se les niega el derecho a hablar, hoy por hoy tienen que optar: o servir a Dios o servir al mundo. Con cuánta ligereza se prohíbe a los católicos hablar en público desde su doctrina con el espurio argumento “en un estado laico no pueden hablar las ideas religiosas” olvidando, al mismo tiempo, que son esos mismo católicos los que pagan sus impuesto y participan en la vida política, social y cultural del país.  

¿Cómo actuar?: «El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos».

            Ante este panorama tan poco alentador. La Palabra de Dios nos ofrece la mejor actitud que como católicos y españoles debemos tomar: el servicio desinteresado a la sociedad española actual en la que vivimos. Los católicos no podemos asumir la extraña costumbre de la avestruz de esconder la cabeza bajo tierra. No, no lo tenemos permitido.

Más bien, al contrario, debemos involucrarnos en la vida social, política y cultural de nuestro país. Y ese es el mayor servicio que podemos realizar en favor de España en este momento. Como recuerda el mismo Catecismo de la Iglesia: “El amor y el servicio de la patria forman parte del deber de gratitud y del orden de la caridad. La sumisión a las autoridades legítimas y el servicio del bien común exigen de los ciudadanos que cumplan con su responsabilidad en la vida de la comunidad política. La sumisión a la autoridad y la corresponsabilidad en el bien común exigen moralmente el pago de los impuestos, el ejercicio del derecho al voto, la defensa del país” (2239-2240).

Vemos, pues, que el servicio profético está más que exhortado por parte de Cristo y de su Iglesia. No es esta la hora de los cobardes, sino la de los valientes. España y la sociedad española necesitan del testimonio fiel, verdadero y coherente de los católicos para impedir que esta España agónica y lacerada por la corrupción en todos los niveles; muera, irremediablemente, en nuestras manos.

Pero para los católicos, este servicio profético no se ejerce a cualquier precio y de cualquier forma, sino que está regido por la conciencia y la fidelidad de ésta a las enseñanzas divinas y a la ley natural. Por eso mismo, el Catecismo, también, dice lo siguiente: “El ciudadano tiene obligación en conciencia de no seguir las prescripciones de las autoridades civiles cuando estos preceptos son contrarios a las exigencias del orden moral, a los derechos fundamentales de las personas o a las enseñanzas del Evangelio. El rechazo de la obediencia a las autoridades civiles, cuando sus exigencias son contrarias a las de la recta conciencia, tiene su justificación en la distinción entre el servicio de Dios y el servicio de la comunidad política. “Dad [...] al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22, 21). “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5, 29): «Cuando la autoridad pública, excediéndose en sus competencias, oprime a los ciudadanos, éstos no deben rechazar las exigencias objetivas del bien común; pero les es lícito defender sus derechos y los de sus conciudadanos contra el abuso de esta autoridad, guardando los límites que señala la ley natural y evangélica» (GS 74, 5)” (2242).



Sin olvidar, tampoco, que el Hijo del hombre ha venido a dar su vida en rescate por muchos, los católicos estamos aquí para entregar, también, nuestra vida en pro de la mejora de la calidad de vida y moral de nuestros coetáneos. En este sentido, Cáritas ejerce una gran labor asistencial en la sociedad pero no basta con solo dar pan y vivienda. La Iglesia está para evangelizar, y en este sentido son más que elocuentes las palabras del papa Francisco “Puesto que esta Exhortación se dirige a los miembros de la Iglesia católica quiero expresar con dolor que la peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual. La inmensa mayoría de los pobres tiene una especial apertura a la fe; necesitan a Dios y no podemos dejar de ofrecerles su amistad, su bendición, su Palabra, la celebración de los Sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y de maduración en la fe. La opción preferencial por los pobres debe traducirse principalmente en una atención religiosa privilegiada y prioritaria” (200). Y por supuesto, siguiendo el adagio latino de Horacio “Bonum et decorum est pro patria mori”, también los católicos hemos de estar dispuestos a dar nuestra vida por la patria común de todos, llamada España.

Consecuencias: «Para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo».

            Pero seríamos ingenuos si pensáramos que esta entrega al bien de nuestros conciudadanos sería bien acogida y correspondida. No es así. En este valeroso acto de servicio a España y a los españoles, nos jugamos muchas cosas los católicos. Nos jugamos el afecto de los nuestros, el respeto, la fama y la honra; nos jugamos el trabajo, el prestigio, en otras palabras: la muerte civil. Así tenemos ejemplos en España como el de la profesora Alicia Rubio, autora del libro “Cuando nos prohibieron ser mujeres…y os persiguieron por ser hombres”, quien ha sufrido en sus carnes varios escraches en su casa, en su instituto y en los lugares donde ha ido a hablar del tema del libro; hasta el punto de haber sido relevada de sus funciones en el instituto donde trabaja.

            Las palabras de San Pablo ilustran muy bien la situación de los católicos al querer servir a la sociedad en la que viven: “Atribulados en todo, mas no aplastados; apurados, mas no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, mas no aniquilados, llevando siempre y en todas partes en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo” (1 Cor 4,7-8). Estamos, pues, bajo el amparo divino en este momento de la historia. El miedo no es nuestro aliado sino nuestro peor enemigo.


            Los católicos nos encontramos en este mundo para operar la salvación del mismo. Por eso es importante que en esta hora de la historia nuestra oración sea, sobre todo, de intercesión. Orar con fervor e intensidad a María por esta sociedad decadente que agoniza. No podemos permanecer impasivos ante tanta frivolidad blasfema que atenaza las conciencias de los cristianos y nos hace creer que está todo perdido.

            Estos son momentos para ser vividos como ofrenda a Dios. Entregar nuestra vida para que otros la tengan en abundancia, es decir, para que nuestra sociedad se redima y se salve, tal como lo expone Pablo en el mismo texto: “Pues, mientras vivimos, continuamente nos están entregando a la muerte por causa de Jesús; para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De este modo, la muerte actúa en nosotros, y la vida en vosotros”. Sabiendo que nosotros, los católicos, nos pertrechamos hacia el mundo desde el Espíritu del Resucitado. Nosotros somos el pueblo de la Pascua, el pueblo que salió del sepulcro, de la región de entre los muertos.

            Como en toda época de la historia, Dios está con nosotros para darnos vida en medio de esta cultura de la muerte en la que nos desenvolvemos; fortaleciendo nuestra fe frente al escepticismo ideológico de quienes piensas que pueden enmendar la plana a Dios.

Punto final: «Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben».

           
La antífona de este salmo 66 nos revela el destino último que le aguarda a nuestra nación. España ha recibido, entre otras, dos promesas del cielo: la primera, en el s.I cuando a las orillas del Ebro la Virgen del Pilar dijo a Santiago que la fe en aquellas tierras se mantendría hasta el final de los tiempos. La segunda es la de Señor al beato padre Francisco Bernardo de Hoyos “Reinaré en España y con más devoción que en otros lugares”. Y efectivamente, España en su bimilenaria historia ha sido copiosamente bendecida por el cielo. Fue en España donde, pese a la presión oficial arriana, se mantuvo incólume la fe católica. La misma que movió a los reinos alto-medievales a emprender una importante hazaña para recuperar el terreno que le había sido arrebatado en el 711 por los musulmanes. Fue España la que propagó la fe verdadera a las nuevas tierras recién descubiertas de América o de Filipinas. Fue España quien hizo frente a la herejía luterana y a la barbarie anglicana

            España ha sido la cuna de grandes santos: mártires romanos, mártires visigodos y mozárabes, san Ignacio de Loyola, san Francisco Javier, santa Teresa de Jesús, san Padre de Alcántara, y tantos cientos más.
                   Quizá la mejor definición de España y su catolicidad la ha dado el genial Menéndez Pelayo en su historia de los heterodoxos españoles: “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los arévacos y de los vectores o de los reyes de taifas”.

             En definitiva, el destino y misión del catolicismo Español es el de hacer que todos se unan en la alabanza divina. Pero para terminar, no seré yo quien ponga el punto y final, sino un gran literato de nuestra tierra llamado Federico García Lorca: “He asistido también a oficios religiosos de diferentes religiones. Y he salido dando vivas al portentoso, bellísimo, sin igual catolicismo español.No digamos nada de los cultos protestantes. No me cabe en la cabeza (en mi cabeza latina) cómo hay gentes que puedan ser protestantes. Es lo más ridículo y lo más odioso del mundo.

Figuraos vosotros una iglesia que en lugar de altar mayor haya un órgano y delante de él a un señor de levita (el pastor) que habla. Luego todos cantan, y a la calle. Está suprimido todo lo que es humano y consolador y bello, en una palabra. Aun el catolicismo de aquí es distinto. Está minado por el protestantismo y tiene esa misma frialdad. Esta mañana fui a ver una misa católica dicha por un inglés. Y ahora veo lo prodigioso que es cualquier cura andaluz diciéndola. Hay un instinto innato de la belleza en el pueblo español y una alta idea de la presencia de Dios en el templo. Ahora comprendo el espectáculo fervoroso, único en el mundo, que es una misa en España. La lentitud, la grandeza, el adorno del altar, la cordialidad en la adoración del Sacramento, el culto a la Virgen, son en España de una absoluta personalidad y de una enorme poesía y belleza.


Ahora comprendo también, aquí frente a las iglesias protestantes, el porqué racial de la gran lucha de España contra el protestantismo y de la españolísima actitud del gran rey injustamente tratado en la historia, Felipe II.

Lo que el catolicismo de los Estados Unidos no tiene es la solemnidad, es decir, calor humano. La solemnidad en lo religioso es cordialidad, porque es una prueba viva, prueba para los sentidos, de la inmediata presencia de Dios. Es como decir: Dios está con nosotros, démosle culto y adoración. Pero es una gran equivocación suprimir el ceremonial. Es la gran cosa de España. Son las formas exquisitas, la hidalguía con Dios.

Sin embargo, yo he observado al público católico esta mañana, y he visto una devoción extraordinaria, sobre todo en los hombres, cosa rara en España. Han comulgado muchas gentes y era un público serio, sin pamplinas y con una disciplina extraordinaria. He visto la primera comunión de unos niños japoneses con unas caritas amarillas, vestidos de blanco, de lo más delicado y frágil que se pueda soñar” (Carta del 14 de julio de 1929).


¡Oh glorioso apóstol Santiago, elegido entre los primeros! Tú fuiste el primero, entre los apóstoles, en beber el cáliz del Señor. ¡Oh feliz pueblo de España, protegido por un tal patrono! Por ti el Poderoso ha hecho obras grandes. Aleluya.


sábado, 22 de julio de 2017

UN REINO DE INDULGENCIA Y AMOR


HOMILÍA DEL XVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


Queridos hermanos en el Señor:

Este domingo del año A nos ofrece un mosaico de parábolas y textos que pretenden ser un intento pedagógico para comprender qué y cómo es Dios y el Reino de Dios.

La lectura del libro de la Sabiduría nos ofrece la imagen entrañable de un Dios providente y con entrañas de misericordia. Son pequeños versos que más que palabras demandan silencio y reflexión para ser comprendidos.

Ante todo, lo primero es reconocer la soberanía de Dios. Es el único Dios, no hay más. El resto son creaturas o, simplemente, pura idolatría. Y esta unicidad es lo que hace que pueda disponer de su perdón sin tener que rendir cuentas ni verse menoscabada su gloria y su poder. Es un Dios indulgente y por tanto quien mejor puede enseñarnos a ser misericordiosos.

Este texto de la Sabiduría nos enseña que “el justo debe ser humano”. Esto es, tener la capacidad de compadecerse con el dolor ajeno, con la situación del pecador pero nunca con el pecado. “Ser humano” supone ponerse al nivel del pecador, del que ha obrado torpemente sin mirarlo con desdén ni por encima del hombro. Solo quien experimenta la justicia de Dios puede gozar de la dulce esperanza que da el saber que el mal no es para siempre, sino que siempre hay lugar para el arrepentimiento. O como decimos en nuestro refranero tan castizo “en el pecado lleva la penitencia”. Este aforismo es más que iluminador para entender esta primera lectura.  En el pecado se da lugar al arrepentimiento porque Dios es bueno y clemente, como nos ha dicho el salmo.

Y este arrepentimiento es suscitado en nosotros por la acción del Espíritu Santo que, como nos ha dicho san Pablo, viene en nuestra debilidad. La acción del Paráclito nos dispone a volvernos constantemente a Dios, a pedir perdón, y sobre todo, a ser perdonados.


Pero seríamos ingenuos si pensáramos que esto es así de fácil. Nosotros, los bautizados vivimos en la progresiva instauración del Reino de Dios. Un Reino que, como dice el Señor, ya está entre nosotros pero que solo en la eternidad se hará una realidad completa y total. Por eso, una buena comparación es la de la parábola del grano de mostaza: la semilla más pequeña e insignificante pero que al crecer se convierte en un frondoso arbusto que cobija a toda clase pájaros. Del mismo modo, el Reino se va haciendo en la invisibilidad y la insignificancia del día  a día para quien sabe leer los signos de los tiempos pero un día llegará a su plenitud y todos los redimidos tendrán cabida en él.

Este poder de Dios se despliega en la historia humana, en lo ordinario de la existencia. La levadura hace un trabajo callado de dar volumen y forma a la pura masa. Hoy, en medio de la masa del mundo, los cristianos actúan como esa levadura. En sus ambientes, en sus trabajos, familias, etc, es donde les compete dar testimonio de su fe como un día hicieran aquellos pocos que creyeron en Jesús. Son los causantes de este sorprendente efecto de un pequeño grupo en toda la sociedad. El Reino de Dios no es una cosa dada, si no que depende de nuestro trabajo el que se lleve a cabo poco a poco hasta el fin.


Pero, ciertamente, no es un trabajo fácil ni se realiza en situaciones cómodas. La parábola del trigo y la cizaña nos da una gran enseñanza. En el mundo (gr.=kosmos) Dios ha sembrado la semilla del Reino para que fructifique pero “un enemigo” sembró la de la cizaña para impedir ese crecimiento. Esto explica por qué existe en mal en el mundo y por qué convive junto al bien y la bondad. Lo sencillo sería arrancarlo de raíz pero esto desdeciría de la universal providencia e indulgencia divina. Dios mantiene su tolerancia y paciencia hasta la siega final, es decir, hasta que todo se aclare y el bien venza por sí mismo frente a un mal que está abocado a devorarse a si mismo. Que es duro, cierto. Que es difícil de admitir, quién lo duda. Pero que es posible vivirlo en esperanza, qué duda cabe. Y aunque, a veces, pensemos que esto lo resolvemos nosotros; no podemos dudar de que el juicio final solo pertenece a Dios.

En conclusión, hermanos, hablar del Reino de Dios es, ante todo, decir que pertenecemos a un pueblo elegido y sacerdotal cuyo Señor es un Dios de misericordia y providente. Este Reino ha sido plantado en este mundo, como el grano de mostaza, para que poco a poco, como la levadura en la masa, vaya creciendo y creciendo hasta su eclosión final en que el trigo dará su fruto y la cizaña será arrancada y exterminada del campo del mundo.

Dios te bendiga