sábado, 5 de agosto de 2017

Y SE TRANSFIGURÓ DELANTE DE ELLOS


HOMILÍA EN LA FIESTA DE LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR


Queridos hermanos en el Señor:

El tiempo ordinario en que nos encontramos esta jalonado de fiestas, memorias y solemnidades referidas al Señor o a su Madre o a los santos que pretenden hacernos ver que el Misterio de Cristo no queda perdido en el tiempo sino que se concreta en la vida de muchos testigos que han dejado transparentar la luz del misterio pascual en sus vidas.

En este domingo, la secuencia del tiempo ordinario se ve interrumpida por una fiesta especial en el calendario litúrgico: especial por dos motivos: por ser un misterio de luz del Señor, donde Cristo se nos muestra con toda su gloria, poder y divinidad; y segundo motivo, por ser una fiesta que une a la Iglesia de oriente con la de occidente. Es, por tanto, en este sentido, una fiesta ecuménica.

A diferencia de la Cuaresma, donde la Transfiguración es el prólogo de la pasión del Señor y el acento se pone en la necesidad de escuchar la voz de Cristo en medio del desierto cuaresmal; la fiesta de hoy  quiere situarnos en la contemplación estática del misterio de Cristo glorioso, el Kyrios (= Señor) que vive en su Iglesia y que vuelve a manifestarse como tal en la celebración de la liturgia, haciendo del altar un nuevo Tabor.

La fiesta de la Transfiguración, hoy día, quiere recordarnos la esencia más profunda de nuestra religión católica: la trascendencia, es decir, ir más allá de los velos que la realidad impone. Podemos correr el riesgo de reducir la fe a un puro sentimiento de tal manera que la religión se desvanece en el ir y venir de lo que experimentamos o no. El problema de todo es el haber perdido el sentido de la trascendencia. Solo vivimos para el placer, el bienestar, la salud y el dinero olvidando, irremediablemente, que el ser humano se distingue del reino animal porque tiene alma. Un alma que necesita ser nutrida por la gracia, que necesita el alimento espiritual que le proporcionan los sacramentos. Y como consecuencia de haber perdido este horizonte, acabamos acudiendo a tarotistas, nigromantes, ouija, espiritismo, etc. Todo para saciar la sed de trascendencia que nuestra alma requiere y nosotros le negamos. Al fin y al cabo, en lugar de darle agua pura y cristalina le damos el peor de los venenos que la abocan, irremediablemente, a morir.

El misterio de la Transfiguración nos ofrece el destino último del cristiano: ser transformados a imagen perfecta de Cristo para participar de su divinidad. Esta meta última de la vida supone la realización plena de las profecías antiguas, del empeño humano de ser como Dios. A diferencia de la serpiente del Génesis, Cristo nos ofrece una verdadera y plena divinización con Dios y nunca sin Él. Pero no creáis, hermanos, que esto es una especie de premio reservado para el final de la vida. No. En nosotros, la Transfiguración es un proceso que se inicia en el bautismo y que va desarrollándose en la vida mediante la vivencia de las virtudes teologales y el cumplimiento de los compromisos bautismales o de la vida cristiana. De esta manera, con la muerte esta progresiva divinización va llegando a su punto final, pues vivimos para siempre en Dios, participando de su vida divina, por toda la eternidad.

De este modo, hermanos, vemos que no somos un producto de la pura y desnuda bilogía; que nuestra vida no es fruto de la casualidad ni el devenir de los astros. No. Cada uno de nosotros, somos algo más que la realidad que vemos y sentimos; somos queridos por Dios, llamados por su voluntad a existir. Cuando estamos a punto de acercarnos al Tabor del altar, debemos disponer nuestro corazón para volver a confesar nuestra fe en Cristo, muerto resucitado. Volver a experimentar el gozo de su compañía que hizo exclamar al apóstol Pedro “Maestro qué bien se está aquí”.

Caminemos, pues, hermanos, con plena confianza al Tabor para encontrarnos con el Dios y hombre verdadero que al igual que el cambió sus vestiduras en un blanco deslumbrante, hoy quiere transformarnos en hombres y mujeres renovados por su gracia para dar testimonio de su amor, poder y gloria en medio del mundo. Así sea.

Dios te bendiga

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