miércoles, 4 de octubre de 2017

1. MISA POR LA IGLESIA





Tal como ya anunciábamos en el post de la semana pasada, abordaremos en un triple esquema las diversas misas que la Iglesia ha propuesto para santificar la cotidiana existencia humana. Estas misas, a modo de sacramentales, pretenden santificar los diversos aspectos y circunstancias de la vida.

Abordamos en este primer artículo las misas que se han de celebrar por la Iglesia. Con estos formularios se pretende que oremos por la Iglesia desde diversas perspectivas y acentos: su origen, su meta, su particularidad, etc. Pero dejémonos de preámbulos y entremos ya en materia.

I. Misterio

A lo  largo de la historia, las diversas concepciones de la Iglesia han ofrecida un sistema eclesiológico determinado. Tras varios siglos en que la Iglesia era percibida y definida como sociedad perfecta, el Concilio Vaticano II retomando el estudio de las fuentes antiguas definió la Iglesia como un “sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (LG 1), que hunde sus raíces en el “origen del mundo, preparada admirablemente en la historia del pueblo de Israel y en la Antigua Alianza, constituida en los tiempos definitivos, manifestada por la efusión del Espíritu y que se consumará gloriosamente al final de los tiempos”(LG 2).

Con esta nueva eclesiología, la Iglesia se percibió a sí mismo como “Pueblo de Dios”, “Cuerpo de Cristo” y “Templo del Espíritu Santo”. Ella tomó conciencia de que ha sido congregada y reunida de entre las diversas naciones de la tierra donde fue implantándose en Iglesias locales o diócesis y que como familia de Dios en progresivo crecimiento debe ser fermento de vida y santidad donde ha sido plantada. Al ser su autor Cristo, la Iglesia nace del costado de Cristo muerto en la Cruz, es fortalecida por la Eucaristía y vivificada por la gracia de los sacramentos.

Los Santos Padres definieron a la Iglesia como “mysterium lunae” (el misterio de la luna) porque ella, al igual que el satélite, no brilla con luz propia sino con la que le viene de Cristo tal como dice san Ambrosio: “La Iglesia es verdaderamente como la luna: […] no brilla con luz propia, sino con la luz de Cristo. Recibe su esplendor del Sol de justicia, para poder decir luego: Vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí [1].


II. Celebración

La tercera edición del misal romano nos ofrece cinco formularios completos para la celebración de la santa misa en favor de la Iglesia si bien cada uno con sus particularidades y sus acentos. Todos estos formularios son de nueva creación. Del conjunto de sus oraciones rezuma la eclesiología renovada del Concilio Vaticano II.

Formulario A: “La Iglesia, pueblo de Dios y sacramento de salvación[2]

Así, en la oración colecta se aborda la definición de Iglesia como “sacramento de salvación universal” presente en la Constitución dogmática Lumen Gentium 1. Este sacramento universal de salvación es el instrumento querido por Cristo para manifestar su redención y que ésta alcance a todos. La oración sobre las ofrendas considera a la Iglesia como “pueblo que te está consagrado” y refuerza esta idea usando la expresión petrina “estirpe elegida, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo de su propiedad” (cf. 1Pe 2,9). La oración después de la comunión recuerda a los cristianos que al haber comulgado nos convertimos en “fermento de vida e instrumentos de salvación”.

Las antífonas bíblicas que se proponen para la entrada y la comunión exponen a la atención de los fieles  el origen de la Iglesia, es decir, para lo que fue pensada “recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra” (cf. Ef 1, 10) y el destino y fin último de la Iglesia, esperar la pronta venida de su Señor y autor “Ven, Señor, Jesús” (cf. Ap 22, 20.).

Esta misa puede ser usada con las plegarias para diversas circunstancias 1 o 2 o bien con el prefacio VIII dominical del tiempo ordinario. Pero debemos recordar que ambas opciones son excluyentes pues las plegarias para diversas circunstancias forman un todo con su prefacio que no puede ser ni modificado ni sustituido ni suprimido. S recomienda que se hagan en tiempo ordinario ya que de usarse en otros ciclos litúrgicos se debe pedir autorización al ordinario del lugar.

Formulario B: “La Iglesia, nacida del costado de Cristo, en camino hacia la Pascua

            En este formulario, la oración colecta nos presente una Iglesia en movimiento desde su origen hasta su consumación final. La Iglesia es un pueblo congregado “de entre todas las naciones” en continuo progreso “con la familia humana” para que los cristianos seamos en ella “fermento y alma de la sociedad”. La oración sobre las ofrendas trae a la memoria aquel texto ambrosiano según el cual la Iglesia ha nacido del costado de Cristo dormido (cf. San Ambrosio de Milán, Expositio Evangelii secundum Lucam 2, 85-89), esto es, “su autor”. La oración después de la comunión recuerda que la Iglesia es el cauce por donde Dios revela a todos la salvación, especialmente a los pobres, “porción principal de tu reino”.

            Los textos bíblicos usados para las diferentes antífonas de la misa ofrecen el producto destilado de los textos eucológicos: es una Iglesia congregada de entre las diversas naciones (Introito, Ap 7,9), nacida del costado de Cristo (primera de comunión, Jn 19, 34) para alabar y gloria de Dios aquí y en el paraíso (segunda comunión, Ap 7,12).

Esta misa puede ser usada con las plegarias para diversas circunstancias 1 o 2 o bien con el prefacio VIII dominical del tiempo ordinario. Con las mismas condiciones de antes.

Formulario C: “La Iglesia, unidad y variedad

            A continuación, la oración colecta de la misa aborda el tema de la unidad de la Iglesia que, aunque dispersa por el mundo, es una y la misma “por la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” para manifestar esa misma “unidad y santidad” en Dios. La oración sobre las ofrendas recuerda que el papel de la Iglesia en el mundo es el de ser servidora (“ministerio de tu Iglesia”) de “la salvación de todos los hombres”. Por otra parte, la oración después de la comunión  indica que la unidad de la Iglesia solo se realiza en torno a Cristo y solo desde Él podemos construir “en libertad” el reino de Dios en cada una de “las tareas temporales” en que se mueven los fieles de la Iglesia, subyaciendo en esta cláusula lo expuesto en Lumen Gentium 31.

            Los textos bíblicos que conforman las respectivas antífonas de entrada y comunión están en clara consonancia con el tema de la unidad de la Iglesia tanto en su asamblea (primera de entrada cf. Mt 18,20) como en su ministerialidad (segunda de entrada Rom 12,5), como en el sacramento (comunión, cf. 1Cor 10,17).

Esta misa puede ser usada con las plegarias para diversas circunstancias 1 o 2 o bien con el prefacio de la unidad de los cristianos. Con las mismas condiciones de antes.

Formulario D: “La Iglesia, perseverante en la fe

            En este formulario, la oración colecta está centrada en la fe que la Iglesia ha recibido y en la que debe perseverar “con fe firme”. Pero dado que los miembros de la misma están expuestos a las inclemencias y avatares de la historia y de los tiempos, la oración sobre las ofrendas  ofrece un sacrificio de purificación, que no es otro que el mismo de Cristo en el Calvario. La oración después de la comunión vuelve a pedir “la integridad de la fe” para la Iglesia quien se sabe dirigida por la mano poderosa de Dios.

            Las antífonas bíblicas de este formulario hablan de los dones más esenciales para que la Iglesia ejerza su labor con acierto y fruto: la fe en Cristo (Introito, cf. Jn 17, 20-21) y la perseverancia y permanencia en su amor (de comunión, cf. Jn 15,5).

Esta misa puede ser usada con las plegarias para diversas circunstancias 1 o 2 o bien con el prefacio VIII dominical del tiempo ordinario. Con las mismas condiciones de antes.

Formulario E: “La diócesis, concreción de la Iglesia extendida por toda la tierra

Este formulario, que lleva por título la Iglesia local, puede ser usado para orar por la propia diócesis donde se celebre. La oración colecta ha sido construida a partir de la definición de diócesis que ofrece el decreto conciliar para los obispos, Christus Dominus 11[3]:

Oración colecta
Christus Dominus 11



Oh Dios,
que en cada una de las Iglesias que peregrinan por el mundo
manifiestas la Iglesia, una, santa, católica y apostólica, (1)
haz que tu familia se una de tal modo a su pastor (2)
que, congregada en el Espíritu Santo por el Evangelio y la Eucaristía, (3)

manifieste la universalidad de tu pueblo
y sea signo e instrumento
de la presencia de Cristo en el mundo.
Él, que vive y reina contigo.
La diócesis es una porción del Pueblo de Dios que se confía a un Obispo para que la apaciente con la cooperación del presbiterio,





de forma que unida a su pastor (2)

y reunida por él en el Espíritu Santo por el Evangelio y la Eucaristía, (3)




constituye una Iglesia particular, en la que verdaderamente está y obra la Iglesia de Cristo, que es Una, Santa, Católica y Apostólica (1).



La oración sobre las ofrendas se centra en la salvación “de todo el mundo” al ofrecerse la Eucaristía. Se pretende así acentuar que la concreción local de la Iglesia no anula, sino que más bien expresa, la universalidad de la única Iglesia. La oración después de la comunión enumera lo que no debe faltar en cada una de las iglesias particulares para ser mejor imagen de la universal: 1. La integridad de la fe; 2. La santidad de las costumbres; 3. La caridad fraterna y 4. La devoción sincera.

Las antífonas bíblicas dispuestas en este formulario nos recuerdan que de todos los lugares de la tierra se ha llamado a la salvación y por cada uno de nosotros Jesucristo derramó su sangre (Introito, cf. Ap 1, 5-6). La antífona de comunión expone que la única condición para entrar a formar parte del pueblo de Dios es la de acoger a Cristo y participar de sus misterios (Ap 3, 20).

Esta misa puede ser usada con la plegaria para diversas circunstancias 1 o bien con el prefacio VIII dominical del tiempo ordinario. Con las mismas condiciones de antes.


III. Vida

            Una vez analizados los diversos formularios y extraídas las líneas teológicas de cada uno de ellos podemos, a través de los títulos que hemos ido asignando a cada formulario establecer la “lex agendi”, es decir, la aplicación teológico-espiritual y moral de lo celebrado (“lex orandi”).

A. La Iglesia, pueblo de Dios y sacramento de Salvación

            La liturgia nos ofrece el corazón del misterio eclesiológico ¿Qué es la Iglesia? el cauce querido y dispuesto por Dios para convocar a una humanidad dispersada por el pecado y que busca, desde el alba del tiempo, ser una única familia en torno a su Creador. La Iglesia se muestra como sacramento eficaz de la salvación con la misma estructura del signo sacramental: parte visible y gracia invisible. Los órganos jerárquicos y las instituciones no se agotan en sí mismas sino que remiten a realidades espirituales y celestiales de donde brota la salvación querida, esperada y procurada. Con preciosas palabras lo recogió el Concilio Vaticano II: “Mas la sociedad provista de sus órganos jerárquicos y el Cuerpo místico de Cristo, la asamblea visible y la comunidad espiritual, la Iglesia terrestre y la Iglesia enriquecida con los bienes celestiales, no deben ser consideradas como dos cosas distintas, sino que más bien forman una realidad compleja que está integrada de un elemento humano y otro divino” (LG 8a).

            Esta función sacramental se realiza en la Iglesia a través de la vivencia de esta como Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo. Cada uno de los miembros que componemos la Iglesia hemos sido colocados en medio del mundo como la levadura en la masa, esto es, para ser fermento de vida nueva en la sociedad; pues por nuestras buenas obras y las palabras los hombres y mujeres de cada generación han conocido, conocen y conocerán al Padre que les ama, al Hijo que les redime y al Espíritu que los santifica. Así pues, no podemos olvidar que la Iglesia está configurada y es imagen de la Santísima Trinidad, de su unidad y su santidad, de su variedad de personas y del mutuo amor que se tienen entre ellas.

B. La Iglesia, nacida del costado de Cristo, en camino hacia el Padre

            Si bien es cierto que la Iglesia es sacramento, no debemos olvidar que ésta tiene un origen: el mismo Dios. El Concilio dijo: “[…] la santa Iglesia, que ya fue prefigurada desde el origen del mundo, preparada admirablemente en la historia del pueblo de Israel y en la Antigua Alianza, constituida en los tiempos definitivos, manifestada por la efusión del Espíritu y que se consumará gloriosamente al final de los tiempos” (LG 2). Estas son las etapas en la formación de la Iglesia. Pero si hemos de buscar un autor y fundador concreto es el mismo Jesucristo quien “dio comienzo a la Iglesia predicando la buena nueva, es decir, la llegada del reino de Dios prometido desde siglos en la Escritura […]Los milagros de Jesús, a su vez, confirman que el reino ya llegó a la tierra […] Mas como Jesús, después de haber padecido muerte de cruz por los hombres, resucitó, se presentó por ello constituido en Señor, Cristo y Sacerdote para siempre (cf. Hch 2,36; Hb 5,6; 7,17-21) y derramó sobre sus discípulos el Espíritu prometido por el Padre (cf. Hch 2,33). Por esto la Iglesia, enriquecida con los dones de su Fundador y observando fielmente sus preceptos de caridad, humildad y abnegación, recibe la misión de anunciar el reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en todos los pueblos, y constituye en la tierra el germen y el principio de ese reino. Y, mientras ella paulatinamente va creciendo, anhela simultáneamente el reino consumado y con todas sus fuerzas espera y ansia unirse con su Rey en la gloria” (LG 5).

            La Iglesia nace, pues, de Cristo, de su voluntad salvífica. Por ello, es un pueblo que aun teniendo un origen certísimo y una meta concreta, se ha de ir, progresivamente, desplegando en la historia hasta su consumación final. Cada uno de nosotros, por tanto, a lo largo de los siglos se ha ido incorporando a este engranaje divino-humano, desde su historia y su contexto concreto. Pero no a ciegas sino sabiendo de quién nos fiamos y a dónde vamos. Formando parte del Cuerpo místico de Cristo, vamos actuando la salvación en el mundo y agregándonos a la familia de Dios. Lo que comporta una coherencia entre el vivir y el creer.

C. La Iglesia, unidad y variedad

            Como sacramento universal de salvación, la Iglesia enraíza en todos los territorios donde llega el Evangelio, confesando la misma y única fe pero asumiendo los valores y las singularidades de las culturas donde se posa. A este fenómeno lo llamamos “inculturación”. En este sentido, podemos decir que la Iglesia siendo una se expresa y vive en las particularidades de los territorios.

            Estas porciones del pueblo de Dios las llamamos diócesis o prelaturas  o vicariatos apostólicos según el rango jurídico y administrativo en que se sitúen y desarrollen. Pero esto lo abordaremos en el epígrafe siguiente.

            La Iglesia está formada por “una muchedumbre inmensa” de hermanos que ha renacido a la vida nueva de la gracia y cada cual desarrolla su vida dentro de la misma y única Iglesia según su naturaleza o su capacitación: laicos, religioso y ordenados formamos el Pueblo de Dios y aunque todos participamos de una igualdad común por el bautismo, cada miembro de éste ejerce la función que le es propia (se verán en las sucesivas misas a tratar). Vemos como lo expresa el Concilio usando la imagen del Cuerpo de Cristo: “Y del mismo modo que todos los miembros del cuerpo humano, aun siendo muchos, forman, no obstante, un solo cuerpo, así también los fieles en Cristo (cf. 1 Co 12, 12). También en la constitución del cuerpo de Cristo está vigente la diversidad de miembros y oficios. Uno solo es el Espíritu, que distribuye sus variados dones para el bien de la Iglesia según su riqueza y la diversidad de ministerios (1 Co 12,1-11)” (LG 7d).

            Esta diversidad de personas y funciones debe estar regida por el mandamiento del amor y del servicio. Del amor en cuanto que debe ser ley nueva para los cristianos y signo de su fe; y del servicio en cuanto que para ello debemos ser los últimos y los administradores de la gracia divina. Lo contrario a esto son actitudes tiránicas. Hay que aprender a vivir la comunión.

D. La Iglesia, perseverante en la fe

            La Iglesia vive y camina hacia la Pascua eterna en medio de un mundo que en muchas ocasiones le es hostil, tal como le dijo su Señor “Nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o padre o madre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, dejará de recibir, en esta vida, el ciento por uno en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, junto con persecuciones, y en el otro mundo, la vida eterna” (Mc 10, 29-30).

            En medio de las vicisitudes de este mundo, la Iglesia ha de mantener íntegramente el depósito de la fe que ha recibido por la Escritura y la Tradición. Una fe que se basa en confesar a Jesucristo como el Hijo de Dios y, por tanto, Dios verdadero. Mientras peregrina por este mundo hasta la venida del Salvador en gloria, debe seguir celebrando la santa liturgia, donde actualiza en el hoy los hechos salvíficos del pasado que nos llegan hoy en forma sacramental pues cuando la Iglesia bautiza, es Cristo quien bautiza, cuando la Iglesia administra la unción de enfermos, es Cristo quien sigue sanando enfermos.

            De este modo se comprende que como cristianos hemos de perseverar en la fe ante los envites del mundo pues en ellos se cifra nuestra salvación: “con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas” (cf. Lc 21, 19).

E. La diócesis, concreción de la Iglesia extendida por toda la tierra

            Todo cuanto se ha dicho hasta ahora se concreta y vive en las Iglesias particulares diseminadas por toda la tierra que no son otra cosa que expresión variada de la única Iglesia universal de Cristo, tal como lo expresó el mismo Concilio con la expresión “in quibus et ex quibus”: “Por su parte, los Obispos son, individualmente, el principio y fundamento visible de unidad en sus Iglesias particulares [67], formadas a imagen de la Iglesia universal, en las cuales y a base de las cuales (in quibus et ex quibus) se constituye la Iglesia católica, una y única”(LG 23a).

            Para extraer una mejor aplicación moral de cómo vivir nuestra idiosincrasia local dentro de la Iglesia universal hagamos un somero examen de la oración de pos comunión que nos ofrece el formulario E:

·         Te rogamos, Señor, que florezcan con toda su fuerza y perseveren hasta el fin en esta Iglesia tuya:

o   la integridad de la fe, [mantener íntegro el depósito de la fe recibido]

o   la santidad de las costumbres,[ser santos como nuestro Dios nos pide]

o   la caridad fraterna [donde se crea una nueva fraternidad y forma de estar en el mundo]

o   y la devoción sincera, [una piedad que brota de lo profundo del corazón y redunde en la coherencia de vida]

·         y a la que no dejas de alimentar con tu palabra y con el Cuerpo de tu Hijo,

o   no ceses tampoco de conducirla bajo tu protección”. [hasta su consumación final en la Gloria eterna]

Dios te bendiga





[1] cf. San Ambrosio, Hexameron IV, 8,32.
[2] Estos títulos son míos. Los he puesto para ofrecer en una flash la idea madre que cruza todo el formulario.
[3] Exponemos los dos textos y unimos las ideas por números.

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