sábado, 10 de febrero de 2018

QUIERO, QUEDA LIMPIO


HOMILIA DEL VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO



Queridos hermanos en el Señor:

Antes de la pausa que la Cuaresma impone a esta primera parte del Tiempo Ordinario, la liturgia de hoy nos ofrece unos textos bíblicos de extraordinaria riqueza.

El libro del Levítico nos presenta el marco de referencia para comprender el hecho narrado en el Evangelio. Aunque pueda parecer duro y extraño al querer de Dios, la medida que la ley judía tomaba respecto de los leprosos era, antes, más bien, de carácter higiénico que estrictamente religioso, aunque se confundan ya que lo uno era inseparable de lo otro, o mejor dicho, lo higiénico se justificaba con pretextos religiosos.

La lepra, enfermedad muy común en aquel tiempo, era considerada un signo de impureza por algún mal cometido, bien por el sujeto bien por algún antepasado. Al ser contagiosa se tenía prohibido acercarse o tener cualquier contacto con el leproso a riesgo de contraerla, también quedar impuro y, por tanto, ser expulsado de la población urbana. Esto explica el hecho de que Jesús tenga prohibido entrar, tras la curación del leproso, en la ciudad y tenga que quedarse en lugares solitarios.

Pero, al margen de los avatares históricos, lo que nos interesa a nosotros, cristianos del s. XXI es la intensidad y la fuerza espiritual que se despliega y rezuma en este breve pero profundo pasaje evangélico. En primer lugar encontramos al anónimo leproso que se acera a Jesús, es decir, que se topa con la Salvación en persona, que se acerca a Jesús porque sabe que: primeramente, no se va a sentir rechazado, en segundo lugar, que Jesús no va a sentir repugnancia hacia su situación, y en tercer lugar, porque sabe que Jesús es el único que puede hacer algo por él; de ahí su súplica “si quieres, puedes limpiarme”. O dicho de otra manera: “si es voluntad tuya, puedes hacerme de nuevo”. Si Dios quiere, puede hacer siempre cosas maravillosas por nosotros y en nosotros. El leproso apela a su voluntad divina, conmueve sus entrañas y, de alguna manera, hace cambiar y dirigir hacia él el parecer de Dios.


La reacción del Señor es inmediata, y el evangelista vuelve a presentarnos una secuencia verbal que resume y recoge la carga espiritual del momento: “Compadecido”, es el primer efecto de la súplica del creyente necesitado, hacer que Dios tenga piedad, conmover su corazón para que padezca como nosotros; “extendió la mano y lo tocó” en este binomio se resume toda la historia de la salvación: en Cristo que extiende su mano y toca el cuerpo llagado de la persona que lo invocaba es la mejor imagen de la voluntad divina de acercarse y sanar a la criatura caída, devolviéndole la vida y la salud; “quiero, queda limpio”. Esta frase nos remite al Génesis, en Dios querer es hacer, como acto único. Dios lo que quiere lo hace. Su voluntad es sanarnos y restituirnos a la gracia, despojarnos de toda impureza; volver a grabar en nosotros la imagen divina que llevamos.

Sin embargo, al contrario de los que muchos piensan, Jesús no es contrario a la ley judía y manda cumplir los preceptos de Moisés estipulados en caso de curación de la lepra. Pero con una condición: que no dijera a nadie nada del milagro. Aun así, el leproso, por la alegría y la emoción que llevaba por su sanación no pudo, por menos, que alabar y dar gracias a Jesús que era quien lo había realizado. Y es que cuando sentimos la mano amiga de Jesús que toca nuestra vida y sana nuestras dolencias (de cualquier tipo) no podemos hacer otra cosa más que querer contar a todos lo que Dios ha hecho en nosotros.

Sin embargo, a pesar del riesgo de contagio o de las prescripciones higiénico-religiosas, la fuerza de atracción del Señor era tan grande e irresistible que no dejaba la gente de llegar a donde se encontraba. Pues, ojalá, que tampoco nosotros dudemos nunca de acercarnos a Jesús, de ser humildes en la oración, como aquel leproso, para que Dios también quiera limpiarnos de nuestras inmundicias, para que Dios restaure en nosotros la gracia y su imagen divina. Así sea.

Dios te bendiga



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