miércoles, 18 de abril de 2018

MISSA PRO HUMANO LABORE SANTIFICANDO


MISA POR LA SANTIFICACIÓN DEL TRABAJO HUMANO



I. Misterio

Desde el comienzo de la creación, el hombre ha recibido de Dios el mandato de someter la tierra, dominarla y sacar de ella lo necesario para su subsistencia. Solo después del pecado, esta bendición se truncó en su forma de obtener el fruto del trabajo, pues habría de hacerlo “con el sudor de su frente”. Así, «el trabajo debe ser honrado porque es fuente de riqueza o, al menos, de condiciones para una vida decorosa, y, en general, instrumento eficaz contra la pobreza (cf. Pr 10,4). Pero no se debe ceder a la tentación de idolatrarlo, porque en él no se puede encontrar el sentido último y definitivo de la vida. El trabajo es esencial, pero es Dios, no el trabajo, la fuente de la vida y el fin del hombre» (CDSI 257).

Jesucristo mismo también trabajó con sus manos. Por eso, en su predicación, Jesús enseña a apreciar el trabajo. Durante su vida pública, Jesús trabaja incansablemente, realizando obras poderosas para liberar al hombre de la enfermedad, del sufrimiento y de la muerte. De ahí que el trabajo sea tan importante para el hombre y nada le puede eximir de ello, como dice la Iglesia: «la conciencia de la transitoriedad de la « escena de este mundo » (cf. 1 Co 7,31) no exime de ninguna tarea histórica, mucho menos del trabajo (cf. 2 Ts 3,7-15), que es parte integrante de la condición humana, sin ser la única razón de la vida. Ningún cristiano, por el hecho de pertenecer a una comunidad solidaria y fraterna, debe sentirse con derecho a no trabajar y vivir a expensas de los demás (cf. 2 Ts 3,6-12)» (CDSI 264).

El compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, en lo relativo al trabajo, distingue una doble dimensión: objetiva y subjetiva. En sentido objetivo: el conjunto de actividades, recursos, instrumentos y técnicas de las que el hombre se sirve para producir y dominar la tierra. En sentido subjetivo: el actuar del hombre en cuanto ser dinámico, capaz de realizar diversas acciones que pertenecen al proceso del trabajo y que corresponden a su vocación personal. La dimensión subjetiva del trabajo debe prevalecer sobre la objetiva, porque es la del hombre mismo que realiza el trabajo, aquella que determina su calidad y su más alto valor. Si falta esta conciencia o no se quiere reconocer esta verdad, el trabajo pierde su significado más verdadero y profundo.

Por último, si hay un texto que resume la espiritualidad del trabajo y que ha influido en la configuración de los textos de la misa por la santificación del trabajo humano, este es el de la encíclica de Pablo VI, Populorum Progressio 27 dice: «De la misma manera, aunque a veces puede llegarse a una mística exagerada del trabajo, no es menos cierto, sin embargo, que el trabajo ha sido querido y bendecido por Dios. Creado a imagen suya, «el hombre debe cooperar con el Creador en la perfección de la creación y marcar, a su vez, la tierra con el carácter espiritual que él mismo ha recibido». Dios, que ha dotado al hombre de inteligencia, le ha dado también el modo de acabar de alguna manera su obra; ya sea el artista o artesano, patrono, obrero o campesino, todo trabajador es un creador. Aplicándose a una materia que se le resiste, el trabajador le imprime un sello, mientras que él adquiere tenacidad, ingenio y espíritu de invención. Más aún, viviendo en común, participando de una misma esperanza, de un sufrimiento, de una ambición y de una alegría, el trabajo une las voluntades, aproxima los espíritus y funde los corazones; al realizarlo, los hombres descubren que son hermanos».

II. Celebración

            La misa que estudiamos hoy se rige por las normas generales dadas para toda la sección del misal dedicada a las misas por diversas necesidades. Puede ser completada, en su formulario con el prefacio dominical V “las maravillas de la Creación” o bien con la tercera plegaria eucarística para las misas por diversas necesidades. Suele decirse con ornamentos del color del tiempo en que se emplee.


Esta misa ofrece dos formularios: el formulario A, que tiene dos oraciones colectas, la oración sobre las ofrendas que se halla en la compilación veronense[1], en el sacramentario gelasiano antiguo del s. VIII[2] y en el misal romano de 1570[3], y la oración de pos-comunión; el formulario B, más sencillo ya que se compone de una oración colecta, otra sobre las ofrendas y la de pos-comunión que se halla en los mismos sacramentarios antiguos[4] que la anterior.

En el formulario A nos proporciona dos oraciones colectas: la colecta 1 nos sitúa en la perspectiva del Dios-Creador (lat. Conditor) que ha mandado al hombre trabajar la creación (cf. Gn 1, 28) con dos fines determinados: el progreso humano y la extensión del Reino de Dios. La colecta 2 presenta el trabajo humano como la causa instrumental por la que Dios actúa en el mundo. En esta oración se ofrecen cuatro efectos del trabajo a la vida del hombre: dignifica, ennoblece, genera unidad y es posibilidad de servicio. La oración sobre las ofrendas establece un paralelismo entre los alimentos que se extraen de la tierra por medio del trabajo y sirven tanto para alimentar el cuerpo como para celebrar y confeccionar los sacramentos que alimentan el alma con sus efectos espirituales. La oración para después de la comunión presenta el misterio eucarístico como la mesa de “la unidad y de la caridad” dos características del trabajo humano que han de contribuir al progreso humano y a la extensión del Reino de Dios, como ya se dijo en la oración colecta.

El formulario B tiene una composición simple e clásica: tan solo las tres oraciones esenciales para la celebración: la colecta, donde se propone el mandato divino “dominad y someted” la tierra mediante el trabajo para conseguir tres gracias esenciales que contribuyan al progreso del hombre: 1. Trabajar con espíritu cristiano: 2. Practicar la caridad sincera; 3. Colaborar en la perfección de la creación. La oración sobre las ofrendas mantiene la idea de que el trabajo es un medio de asociación a la obra redentora de Cristo. La oración de pos-comunión pretende una conveniente simbiosis entre los sacramentos y los bienes terrenos como providencia de Dios sobre nosotros.

Para los textos bíblicos de la misa, que solo se contienen en el formulario A y pueden ser usados en el B, la liturgia ha provista: como antífona de entrada se ofrecen dos posibilidades: Gen 1, 1.27.31 donde se unen creación del mundo y del hombre como un conjunto creacional bueno que se debe conservar, o bien, Sal 89, 17 donde el salmista pide la intervención divina para que la cooperación sinérgica del hombre y Dios pueda hacer fructífero y próspero el trabajo humano. Para la antífona de comunión se ha tomado el texto de Col 3, 17 donde se invita al hombre a trabajar con espíritu cristiano, es decir, obrar en nombre de Jesucristo en quien debemos realizar toda acción.

III. Vida

Una vez analizado el amplio formulario litúrgico busquemos algunas ideas que puedan ayudarnos a elaborar y vivir una sana espiritualidad del trabajo:

1. El trabajo, progreso humano: es una idea abundante en los textos litúrgicos. El hombre con el trabajo de sus manos puede contribuir a la evolución positiva de la sociedad y al desarrollo integral de los pueblos. El trabajo construye la sociedad y por tanto, como obra humana, es noble y digna siempre que sea realizada a tal fin y nunca sea entendida como fin en sí misma. Por tanto, «el hombre debe trabajar, ya sea porque el Creador se lo ha ordenado, ya sea porque debe responder a las exigencias de mantenimiento y desarrollo de su misma humanidad. El trabajo se perfila como obligación moral con respecto al prójimo, que es en primer lugar la propia familia, pero también la sociedad a la que pertenece; la Nación de la cual se es hijo o hija; y toda la familia humana de la que se es miembro» (CDSI 274)

2. El trabajo, extensión del reino de Cristo: esta es otra pincelada importante para una recta espiritualidad del trabajo. El cristiano, en medio del mundo en que vive, por medio de las actividades que realiza, está llamado a ordenar todas las realidades según Dios. Cristo, al ser el centro de todo, es el punto hacia el cual confluyen todas las dimensiones humanas. Con un trabajo honrado y honesto el testimonio de los creyentes se hace, cada vez más, creíble.

3. El trabajo, dignificación del ser humano: si tenemos en cuenta que el trabajo responde al mandato divino “dominad la tierra y sometedla”, será fácil deducir que el trabajo dignifica al hombre en cuanto que éste obedece y ejerce ese mandato divino.

4. El trabajo, ennoblecimiento del hombre: es una idea muy unida a la anterior. El trabajo, cuando se ejerce con conciencia recta y honradez, saca lo mejor del hombre y, por tanto, lo ennoblece. Pero, además, si con su tarea va preparando la materia para el mundo futuro, el hombre encuentra en el trabajo la mejor y mayor fuente de santificación y de cooperación divina.


5. El trabajo, generador de paz, unidad y estabilidad: la base de una sociedad, para que sea estable y goce de paz, es que sus gentes tengan un trabajo bien remunerado que le permita satisfacer sus necesidades, vivir cómodamente y cumplir sus obligaciones religiosas. Cuando esto se da, el trabajo se convierte en la fuente más garantista de paz social. Mientras que el paro, al crear ociosidad, genera desestabilidad y no contribuye al desarrollo de la persona ni de los pueblos. Así, «el trabajo es un bien de todos, que debe estar disponible para todos aquellos capaces de él. La « plena ocupación » es, por tanto, un objetivo obligado para todo ordenamiento económico orientado a la justicia y al bien común. Una sociedad donde el derecho al trabajo sea anulado o sistemáticamente negado y donde las medidas de política económica no permitan a los trabajadores alcanzar niveles satisfactorios de ocupación, no puede conseguir su legitimación ética ni la justa paz social» (CDSI 288)

6. El trabajo, posibilidad de servicio: el trabajo nos ofrece muchas posibilidades para ejercer y vivir la caridad. Se puede ser caritativo con los compañeros de trabajo, con los aprendices, con los veteranos, pero, sobre todo, se ejerce la caridad al entender y tomar conciencia de que con el trabajo contribuimos al conjunto de la sociedad, a la mejora económica, productiva y competitiva del País. Y esta aportación material o humana tiene repercusión en el ámbito espiritual y cristiano de la comunidad.  

7. El trabajo, asociación con la obra redentora de Cristo: con el trabajo, el hombre contribuye a completar lo que falta a la Pasión de Cristo, es decir, a la redención del hombre y del mundo. Si el trabajo es fuente de santificación, ha de serlo, también, de redención tanto para el que lo ejerce como para aquel que se beneficia de él.

8. El trabajo, cooperación en la perfección de la Creación: si hay un dogma que incide de manera absoluta en la vida cristiana y es fundamento del resto de verdades católicas, este es el de la Santísima Trinidad. De este modo, el cristiano, con su callada labor de cada día, contribuye con la obra perfecta de Dios Padre, esto es, al continuo progreso y desarrollo de la creación.

9. El trabajo, realizado con espíritu cristiano: esta idea concentra todo lo anterior. Trabajar con honradez, honestidad, con claro ánimo de contribuir al bien de la sociedad y al progreso de los pueblos. Cooperar en la obra creadora del Padre, en la redentora del Hijo y en la santificadora del Espíritu Santo responde a la cuestión de trabajar con espíritu cristiano. El cristiano, que es Iglesia, trabaja comunitariamente porque sabe que su salvación será comunitaria y eclesial o no será. El espíritu cristiano supone un reto diario de mantener una coherencia entre la fe y la vida.  

Así pues, el trabajo no es tema baladí en el conjunto de la Doctrina Social de la Iglesia. Como mandato divino, el hombre ha recibido, con el fruto de sus manos, una gran bendición que, como todo don divino, debe servir para contribuir al desarrollo del género humano y el progreso de los pueblos. Solo cuando el hombre se realiza por medio de su humana labor de forma honesta y honrada, se asocia a la obra trinitaria de continuo cuidado y providencia sobre el mundo, la historia y el hombre. El hombre coopera en la creación y crea, coopera en la redención y se redime, coopera en la santificación y se santifica. Por tanto, queridos lectores, valoremos mucho este regalo del cielo que es tener trabajo y oremos por aquellas personas que no lo tienen o lo han perdido para que esta situación no se prolongue en el tiempo sino que puedan contribuir pronto con su esfuerzo a mejorar su vida, la de su familia y a la construcción del Reino de Cristo fundado en el amor, la paz y la providencia.

Dios te bendiga



[1] Ve 908 (con algunos cambios semánticos).
[2] GeV 1400.
[3] MR1570 [353].
[4] Ve 910; GeV 1401; MR1570 [577].

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